Entre la élite política de Al-Ándalus encontramos numerosas referencias a dirigentes cristianos, judíos, musulmanes, eslavos, árabes, bereberes, etc. Hasta los califas y luego emires se casaban con mujeres cristianas de Navarra, Aragón o Galicia. Pensamos y lo reducimos todo a “guerras santas”, y estamos convencidos de que hubo una “Reconquista”, pero aquel tiempo es totalmente comparable a la actualidad, donde los políticos sólo se arriman a los que pueden proteger sus intereses, que no es otra cosa que el poder y el dinero. Por eso os animo a leer la Historia como se debe leer, con el prisma y perspectiva “correctos”, y menos literal que una historia contada por los oficiales a instancias de sus mecenas, tanto de hace 1000 años como de ahora. Hay que contrastar siempre la información y no conformarse con lo primero que llega a nuestras manos.
Tenéis el ejemplo en la Comunidades Autónomas Españolas, donde cada “erudito oficial” cuenta una versión politizada y según convenga al momento dado, para fundamentar «históricamente» lo que no tiene fundamento. Las diecisiete se podrían cuestionar con alegaciones convincentes y hasta jurídicas. Algo que os mostraré en otro post. Solamente ver el mapa político entran ganas de reír si se quiere entender como «regiones históricas».
Nadie os dirá que la incursión musulmana del 711 por la Península Ibérica, estuvo precedida por una oleada masiva y pacífica de colonos provenientes del Norte de África (no eran musulmanes todos), similar al desembarco de pateras que vemos en Televisión y que, durante más de dos décadas, fueron estableciéndose por Andalucía y el Levante español. Por eso se pudo pactar con Teodomiro un feudo que corresponde más o menos a las provincias de Alicante y Murcia actuales y algo más, un reducto cristiano que duró hasta su muerte, cuya fecha exacta se desconoce (quizás sobre el 742). Claro, la Historia no le otorga importancia porque no hubo gran batalla entre moros y cristianos, pero el hecho político retrasó la invasión musulmana de la península por tres décadas. Eso se debe a que las fuentes históricas, fieles a su cometido político, deben estar respaldadas por grandes batallas o invasiones militares y su consiguiente caudillo, a quien “cargarle” la etiqueta de gran conquistador y luego legislador, así se evitan «los detalles menos importantes» por su complejidad. Claro, “no interesa” cambiar la fecha de 711 al 742 por una parte “insignificante” de España (entiéndase el sarcasmo y enfado del que escribe esto, pues se trata de una comunidad autónoma y media).
Eso se repite desde siempre. Radica en la necesidad de iconografía y adoctrinamiento, de permanecer el máximo posible en la élite de “ricos y famosos políticos” para sacar las máximas riquezas posibles a un estúpido pueblo manipulado y que cae una y otra vez en la misma trampa. En muy contadas ocasiones se otorga merecimiento a una masa colonizadora. Cuando se impone un cabecilla visible y una élite de generales (políticos) como héroes, automáticamente comienza el fin. Eso ocurrió con los mongoles, hunos, bárbaros y todas las hordas que colonizaron grandes extensiones. No hay imperio que dure tres siglos, por el mecanismo propio de su corrupción política. A Al-Ándalus le ocurrió lo mismo. Nada más alcanzar su límite hasta Francia, comenzó un inmediato retroceso territorial irrecuperable.
Los historiadores y académicos en general, al pertenecer al mismo “mercado de valores” que los políticos, carecen de credibilidad y lo más lamentable, de objetividad histórica. No hace mucho tiempo entré en una discusión por el Facebook con académicos alcoyanos, presentes desde el XVIII al menos (catedráticos alcoyanos dirigieron la redacción del actual diccionario catalá-castellá de 1931, por ejemplo) porque defienden “lo correcto” de ahora y rechazan “lo erróneo” del pasado. Desde los 1990s defienden que lo correcto es escribir Alcoi, según la gramática catalana, pero esa gramática (también del siglo XX), se copió, de sus ediciones anteriores al siglo XX, siempre partiendo de la primera, de la valenciana (1479), del valenciano antiguo, y nunca, repito, nunca ha aparecido escrito «Alcoi» en ningún documento. Un topónimo que se ha escrito de una manera específica durante ocho siglos al menos (Alchoy y luego Alcoy) y que queda fuera de ninguna gramática ni posible rectificación. Es como decir que escribamos “Landon” en vez de London, porque así lo pronuncian los ingleses, o Madriz en vez de Madrid. Paradójicamente, si en Alcoy se pretendió ser más “catalán” sustituyendo la “y” de su herencia helénica, en la cercana Orihuela no simpatizan con los valencianos parlantes, y de la tradicional e histórica Oriola, decidieron que su versión moderna en castellano es la que debe admitirse. Y eso ocurre sin salirse de una misma provincia, precisamente porque se configuraron sin respetar la Historia.
Los políticos, en su postura radical, quieren ser más valencianos que los valencianos, absorbiendo los inventos y modificaciones de los catalanes y viceversa, no para el uso correcto de la lengua, sino para diferenciarse del resto, característica común a todos los políticos que solamente buscan el enfrentamiento y la escisión de la sociedad en interés propio. Objetivamente hablando, los historiadores del futuro verán a los académicos alcoyanos actuales como simples “herramientas” políticas, y eso es muy triste por denigrante para un académico e historiador. Cada vez son mayores las pruebas de que en Cataluña se habla valenciano. Por supuesto, en cuanto a mis comentarios en el Facebook, ante la falta de pruebas en contra de las mías, se pasó a la desacreditación y al insulto personal. El argumento era el típico: “hay que respetar la Gramática”. Para eso también existe defensa, ya que los errores en todas las gramáticas de la Lengua son numerosos y en todos los idiomas, así que, ante la impotencia, optaron por expulsarme de la conversación.
Actualmente se estima que en el valenciano más del 30 % de los vocablos son iguales o procedentes del árabe. Todos los idiomas de la Península Ibérica contienen vocablos árabes en mayor o menor proporción. Son árabe-valencianas: Algeria, taronja, paper y arrós, por dar ejemplo de los más universales. Nuestro saludo más universal HOLA (ya usado en el siglo XVI), fue una abreviatura literaria del dicho también de origen árabe “ojalá”, que significa “si Dios quiere”. Ambas expresiones son el ejemplo vivo de lo mucho que tenemos arraigada la cultura andalusí, casi siempre sin ser conscientes, a pesar de los esfuerzos políticos y académicos por destruirla y, de paso, que quedase solamente el castellano, cuando este idioma también contiene más de un 16 % de vocablos de origen árabe andalusí (o spaniola, porque los musulmanes españoles también llamaban Spania a la Península Ibérica).
El comentario sobre Alcoy no lo he incluido por nada banal. Centenares de localidades en España tienen un origen topónimo ibérico, románico, visigótico y/o árabe. Algunas poblaciones tienen su nombre incluso con origen fenicio y púnico. La confusión vino por oleadas, dependiendo de quién ostentaba el poder. Primero se quiso adaptar la escritura del nombre de la localidad a la lengua romance, en una época donde no se había redactado siquiera una gramática oficial. Casi todas se tradujeron al latín clásico, aunque no correspondía ni a los fonemas árabes ni romances. Tenemos el ejemplo en el mismo nombre “Barcelona” (de origen ibero-romano pronunciado Barkino o Barkeno), nombre que perdura al fin pero que se pronuncia ahora algo distinto del catalán al castellano. Tanto en un idioma como en otro está mal escrito y pronunciado. En la época andalusí se pronunciaba de forma muy distinta y, curiosamente, más cercano a lo correcto (algo así como “Barkiliya”), y este fenómeno etimológico se repitió con casi todos los topónimos de España. Los pueblos modelan y dan forma a sus topónimos hasta que alguien impone su capricho.
Con el “estado de las autonomías”, todas las nuevas capitales autonómicas impusieron una política de “adaptación” de los nombres de las localidades. Una verdadera escabechina, apareciendo atrocidades como “A Coruña”, “Terrasa” o “Donostia” (supuesta traducción literal de San Sebastián en vasco, algo totalmente absurdo e inventado hace menos de un siglo, «fundamentado» en 1953 para horror de Caro Baroja), un sinfín de nuevos topónimos (aunque se pretendiese recuperar los entendidos como antiguos) cuyo único propósito era y es el político, el de “diferenciación y enfrentamiento con los demás”, pues no se respetó lo que los autóctonos dieron como «correcto y aceptado desde siempre».
De época andalusí, para terminar, son miles las localidades fundadas durante los nueve siglos de influencia árabe. La traducción del árabe al romance, sin gramática y con una inmensa mayoría de colonos cristianos analfabetos, dio como resultado multitud de voces, dependiendo de quién las pronunciaba y quién las escribía, de modo que se ha convertido en un verdadero galimatías que sigue volviendo locos y enfrentando a los lingüistas e historiadores en general. Un ejemplo claro fue de fundación moderna (siglo XVI), de la localidad de Muchamel (valenciano en 1569), Mutxamel (en 1990 cambia su grafía para adaptarse a la gramática moderna valenciana, ya catalanizada), y Muchamiel, como se conoce durante todo el siglo XX mal castellanizado, pues en árabe se decía «Mugma-el» (lugar de mercadeo), como punto importante de abastos de la Huerta Alicantina, y que nada tenía que ver con la cantidad de miel producida (aunque se produce desde hace milenios en esa zona). Esta “posibilidad” toponímica que encontramos en la localidad alicantina se repite en numerosos pueblos y ciudades españolas, herencia de la inmensa riqueza cultural atesorada. Es el Pueblo quien debe decidir la forma de pronunciar y escribir su topónimo y no los académicos, que a fuerza de rectificar, aplican las conveniencias dirigidas por las corrientes de moda y políticos de turno.