Últimamente he escuchado la frase “seguimos viviendo en el Neolítico” en varias ocasiones y por boca de arqueólogos españoles que se han convertido en los profesionales más respetados del mundo en sus áreas, por sus hallazgos y descubrimientos, trabajos como los llevados a cabo en Atapuerca, en Murcia y Sureste de Andalucía. En un documental, el Paleontólogo y Antropólogo Juan Luis Arsuaga la dejó caer como si no tuviese mayor importancia. En cambio, pusieron más énfasis miembros del equipo formado por Michael Walker, Mariano López y María Haber, que excavan en la Sima de las Palomas, quizás porque sus estudios van dirigidos a una especie distinta, la Neardenthal, ofreciendo una perspectiva nuestra como especie más objetiva.

Que paleontólogos tengan tan claro que vivimos en el Neolítico me preocupa, porque es una señal de que la especie humana no es tan superior como se pensaba. Cuando he visto o vivido una injusticia o desigualdad clara en nuestra sociedad, siempre he puesto como comparativa a la Edad Media, época de servilismo, donde cualquier ser humano que trabajaba con sus manos era menos que una cosa: abogados, médicos, maestros, campesinos, mercaderes, científicos, etc. A menos que alguno de estos profesionales fuese “hijodalgo”, que perteneciera a una familia ilustre o al Clero, las posibilidades de prosperar en estas profesiones serviles o liberales en aquellos tiempos eran bastante decepcionantes.

Pero si lo analizamos con detenimiento, los paleontólogos tienen toda la razón. El Neolítico significó la más grande revolución para el Homo Sapiens Sapiens, nuestra especie, revolución tecnológica pero también de las ideas en general, con el Patriarca Abraham dando la última puntilla en cuanto a la Religión, hace ahora unos cuatro mil años (quizás menos), sintetizando todo un abanico de dioses para convertir poco a poco al monoteísmo al mundo occidental y Asia Central. Unificando a los dioses unificaba también a las personas, creando el concepto de “bandera” fuera de las propias fronteras artificiales del Hombre. También en el Neolítico se configura la Sociedad, se pasa de una organización familiar o de clanes a grupos complejos y administrados por semejantes “desconocidos”, gracias a la construcción de ciudades, al cultivo permanente de los campos y la cría de ganado en cautividad, apareciendo los oficios especializados y el comercio. Todo ello ya se vio en la ciudad conocida más antigua del mundo, Jericó (otros piensan que es Catal Huyuc, en Turquía, con 8.600 años) cuyos estratos en las profundidades de sus murallas excavadas nos remontan a más de 9000 años de antigüedad.

 

¿Murallas en una ciudad de hace más de 9 milenios? Pues sí, con el Neolítico llegó también el fenómeno de la defensa y guerra organizada, en contraposición al fenómeno del Arte, pues ambas manifestaciones opuestas conviven entre nosotros desde que somos especie. Bien mirado, nada ha cambiado en los últimos 10.000 años. Aunque pretendamos ser humanos de gran nivel intelectual, con un cúmulo inmenso de sabiduría filosófica, tecnológica y artística, seguimos explotando y manipulando a nuestros semejantes, matándonos los unos a los otros en guerras fraticidas. Para que termine el Neolítico se necesita otra revolución tan asombrosa y radical, algo que no ha ocurrido más que en la ciencia ficción, en nuestra imaginación, a pesar de que existen personas ajenas al mundo que lo rodea y que piensan que somos “mejores” que antes. Los paleontólogos tienen razón, seguimos inmersos en una época obsoleta y no se vislumbra cambio alguno a corto plazo.

César Metonio

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