A falta de retratos, salvo los de algunos reyes y príncipes, toda prueba de identidad anterior al siglo XIX se basaba en los testimonios escritos u orales bajo juramento. Existen numerosos ejemplos donde el personaje histórico “desaparece” durante un tiempo más o menos prolongado, para más tarde irrumpir de nuevo en la escena con más fuerza si cabe. Resulta algo común en las biografías de grandes hombres y mujeres, como el mismo Jesucristo, Julio César o Napoleón, por poneros tres ejemplos conocidos, con “viajes” prolongados donde los biógrafos dudan en situarlos, y al regreso, consiguen solidificar sus grandezas.
Existen retratos de los más grandes estadistas, exploradores, científicos, artistas y conquistadores de la Historia, pero es común que el investigador “dude” de la autenticidad de dichos retratos, la mayoría de las veces “idealizados”. Para las figuras del Mundo Antiguo tenemos bustos y monedas, algunos retratos a tinta (en Oriente) y muchos dibujados o grabados siglos después. Para Jesucristo se tiene la idea de “hombre alto, delgado pero fuerte y larga cabellera y barba”, sobre todo desde que en la Edad Media se popularizara la imagen basada en la Sábana Santa, única referencia que nos acerca a su persona física.
A pesar de que los creyentes islámicos prohíben la exhibición de imágenes personalizadas, nos han llegado también retratos de grandes hombres de esta cultura como excepción a su regla. ¿De qué sirve ser un sultán o un emir si nadie lo reconoce? No es sólo una medida para prolongarse en la memoria Histórica, sino de que su gloria sea también reconocida por los congéneres, como un icono famoso ejerce en la actualidad. Michael Jackson habría triunfado si nadie hubiese visto nunca su imagen ni sus bailes, simplemente por escuchar su bonita voz y fantástica música, pero al completo, pasa a la posteridad como uno de los artistas más influyentes del siglo XX. En fin, sin pretenderlo, creo que he dado en el clavo al elegir este personaje famoso de nuestra Historia reciente, ya que su identidad planteará a los futuros historiadores dilemas de lo más interesantes por descubrir, esta vez por “saturación” de retratos, imágenes que se han ido modificando desde que irrumpiera a los ocho años de edad en los escenarios, y variando incluso su formación ósea del cráneo a medida que se desarrollaba, pareciendo una persona completamente distinta si la miramos con 20 años de edad comparada con la de cuando tenía 40.
Resulta descabellado afirmar que ningún retrato plasma fielmente al personaje histórico, pero pocos se salvan. Si bien es cierto que Velázquez y Goya retrataron magistralmente a la Realeza española y Alta Nobleza de sus tiempos, otros retratos, realizados por otros artistas, nos muestran modelos distintos de la misma persona retratada. Luego, es imprescindible que la mano del artista nos muestre una realidad “objetiva” del retratado y me temo que eso ocurre en contadas ocasiones, me atrevería a decir que nunca, pues el artista se ve siempre en la obligación de “contentar” al cliente suavizando algunas formas. Si miramos los retratos de Josefina Bonaparte, encontramos todos la misma belleza que deslumbró a Napoleón, excepto en un retrato donde se plasma su boca sin dientes, verdadera imagen de la Emperatriz durante gran parte de su vida. Usaba dentadura postiza de porcelana, elaborada por un artesano toledano, con la desgracia de que muriera en una de las muchas escaramuzas de la ocupación napoleónica en España. En fin, los retratos, por culpa de ese detalle, nos muestran una mujer más envejecida de lo que era en realidad, simplemente porque el artista no “podía” mostrar una imagen desdentada, así que suavizaba las formas haciéndola parecer mayor de lo que era.
Suplantar la identidad en el pasado era relativamente fácil y me atrevería a decir que bastante “común”. No existían documentos gráficos y casi nadie sabía leer y escribir, así que sólo se necesitaba de un testigo que acreditara y, si no se disponía de ninguno, una declaración jurada. La picaresca ha jugado y juega un importante papel en nuestra cultura. ¿Existen registradas suplantaciones importantes de identidad en la Historia? Bien es cierto que muchos personajes que se tenían como “identificados”, muertos y enterrados, luego los huesos han pertenecido a alguien distinto, por ejemplo una mujer, pero importantes documentados no, porque políticamente no interesaba descubrirlo. El caso de Cristóbal Colón bien pudiera ser, así que os cuento en resumen algo sobre este personaje, que nos permite hacernos una idea de lo relativamente fácil que una persona suplantaba a otra en el pasado o cambiaba de nombre.
Según he leído en una publicación del Faro de Vigo, en un artículo de Susana Regueira fechado en Octubre del 2013, tras un peritaje caligráfico de más de 80 expertos, concluyeron en que “Colón y Pedro Madruga son la misma persona”. Por mis modestos conocimientos en Historia, debo decir que no me extraña dicha afirmación, ni tampoco que el verdadero Colón fuese gallego, pero lo malo es que existen al menos otras tres hipótesis que también se sostienen con fuerza y que he seguido con mucho interés para encontrar un sentido a la identidad del más grande navegante universal de todos los tiempos. Por cierto, las teorías de navegantes vikingos y chinos que surgen últimamente con fuerza, les añado la de otras tres culturas que seguramente viajaron a América incluso antes que ellos, pues Gallegos, Cántabros y Vascos surcaban el Mar del Norte desde antes de la Romanización en busca de caladeros y en rutas secretas sólo conocidas de padres a hijos. Así que no me sorprende que Colón fuese gallego ni que conociese dicha ruta de navegación secreta, pues cualquier expedición que se desviara de su ruta y consiguiese volver en la Edad Media (o antes), pudo contar de la existencia de tierra firme donde se creía que terminaba el “llano” Océano.
La hipótesis de que Colón pertenecía a la burguesía mercantil genovesa y que era experto navegante se sostiene. La idea de que era mallorquín en realidad, y que modificó su nombre y apellido Joan Colom, haciéndose pasar por genovés, tiene su razón, pues como mallorquín no se le habría recibido en corte alguna y menos la castellana, ya que en aquel entonces, los isleños buscaban emanciparse de España y además carecía de rango nobiliario considerable para ser atendido. También parece ser que se hizo pasar por navegante portugués, aprovechando el buen nombre que en todas las marinas de Europa tenía Portugal. De acuerdo con el libro de Rosa ‘Colón: La historia nunca contada’, el descubridor no era un simple tejedor genovés, sino el hijo de un rey polaco exiliado en Madeira y de nombre Segismundo Henriques. Además mantiene este escritor, que los portugueses llegaron antes a América y que engañaron a los españoles para que descubrieran ésta y no las verdaderas Indias que querían proteger para sí mismos.
El paralelismo entre Pedro Madruga y Cristóbal Colón parece más que demostrado. Ahora bien, reflexionando un poco por todo lo dicho anteriormente, ¿cómo podemos demostrar quién usurpó la identidad? Pedro Madruga ostentaba el rango nobiliario suficiente como para ser recibido en Audiencia y, parece ser que fue así, incluso en las mismas fechas de la famosa Audiencia que daría como resultado el viaje de las carabelas. ¿Para qué necesitaría cambiar su nombre para ser recibido o posteriormente, a pesar de sufrir la enemistad de numerosos nobles y terratenientes gallegos? Sin duda la única razón sería que la mismísima Corona lo tenía como a un enemigo y necesitó usurpar la identidad de Colón para ser recibido sin rencores. Como en la época no existían más pruebas de identidad que las escritas y las simbólicas (anillos, condecoraciones, etc), hacerse pasar por el otro no sería difícil.
Lo más maquiavélico sería pensar que Pedro Madruga y Colón fuesen dos personas físicas distintas. Entonces tenemos que uno asesinó al otro, le robó las rutas de navegación secretas, la identidad, y se llevó para la posteridad el título de Mejor Navegante y Descubridor de todas las épocas. Intrigante y desconcertante ¿verdad? Fuese uno o el otro, lo indiscutible es que el último realizó la proeza y que quedan numerosas incógnitas por descubrir, secretos que quizás se guarden en algún archivo secreto de la Marina Real Española.
Para terminar, otro dilema. Resulta que “sin motivo aparente” la Reina Juana de Castilla fue confinada a un encierro de por vida a causa de un supuesto brote “psicótico”, pero las crónicas de aquellos tiempos no dejan muy clara la cosa. En el Norte desembarcó su hijo Carlos, con un séquito centroeuropeo y sin saber una palabra de castellano, a pesar de que se crió con una dama de cría española. Los nobles que se entrevistaron con Doña Juana “la loca”, protagonizarían más tarde el movimiento comunero. ¿Era ese Carlos el verdadero hijo de Juana o un “doble” alemán al servicio de los Príncipes? ¿Resulta absurda o interesante esta pregunta?