España es el país del mundo donde más trasplantes de órganos se practican desde hace dos décadas al menos. Pero a pesar de ser líderes en esta avanzada tecnología y ser líderes también en donaciones, existen cuestiones éticas y jurídicas que no están claras, además de numerosas contradicciones que se plantean en cuanto a la genética, ya que las leyes “limitan” ciertas prácticas (como la clonación de seres humanos y sus aplicaciones), pero no nos dicen nada, y hasta permiten, que se donen y trasplanten órganos de un fallecido sin ninguna traba.
La primera pregunta que me planteo es muy sencilla, pero a la vez dinamita toda ética social y científica. Si una persona alarga su vida gracias a una donación de órgano y se reproduce con otra persona, su descendencia heredará parte del ADN de la persona fallecida, por consiguiente, ¿qué vínculos familiares lo unen al donante y a la familia del donante? ¿No deberían revisar la legislación los expertos genetistas y los juristas a este respecto? Porque este detalle no lo he visto ni oído llevar a debate por ninguna parte.
Mi hermano falleció el pasado 13 de febrero, y tanto por su voluntad como de la familia, se donaron todos los órganos para salvar otras vidas. Resulta que ahora un número indeterminado de personas se están beneficiando de esta donación altruista, pero nunca sabré si dichas personas tendrán hijos en el futuro y si parte del ADN de mi hermano se extenderá exponencialmente, así como el de otras personas que han donado sus órganos una vez fallecidos. Estos “medio” sobrinos compartirán vínculos consanguíneos y genéticos en general con mi familia. ¿Tengo algún derecho por conocerlos? Y no me refiero a esos “contratos” que firmas previa conformidad en el Hospital, inducido por los calmantes, donde se supone que cedes todos tus derechos a dicho Hospital sobre las partes que les interese donar.
En nuestra sociedad “moderna” nadie entiende que existan religiones que prohíban las trasfusiones de sangre, que no es un órgano del cuerpo, pero si una “invasión” celular por parte de un “desconocido”. Toda la sangre y las células en general, se renuevan alrededor de cada siete años, así que dicha invasión deja de ser efectiva transcurridos dichos años, pero un órgano trasplantado puede durar décadas y los planteamientos de dichas religiones cobran algo de sentido, hasta el punto que prefieren dejar morir al posible receptor antes que se “invada” su cuerpo por un ADN de un desconocido.
¿Tengo la obligación moral de preocuparme por las personas que han recibido un órgano de mi familia? ¿De sus descendientes pues compartimos ADN y son o serán mi familia también? En cuanto al receptor, conozco su interés por la persona donante, una curiosidad que muchas veces se permite conocer (si se tienen recursos económicos), y hasta se cuentan muestras de agradecimiento para las viudo/as y sus hijos. Sin pretenderlo, esta curiosidad hace que el receptor pase a ser otro miembro de la familia del fallecido de hecho.
No es mi intención criticar a la clase médica, y me pongo en su lugar pues deben pasar por el mismo trance día a día con los familiares de sus pacientes. Por eso me parecen soberbios para “tapar” su impotencia ante casos graves o enfermedades que desconocen, y algunos incluso adolecen del temible “síndrome de dios”, tratándonos de ignorantes y con muy poco tacto. En mi experiencia particular, el equipo médico que trató a mi hermano en Urgencias fue de lo más correcto y quiero creer que se hizo todo lo posible, pero me llevo la impresión (quizás equivocada), de que ingresó fallecido y reanimaron sus constantes vitales para donar sus órganos, con el encefalograma plano. Durante cuatro días y medio nos tuvieron en vilo en espera del milagro de su recuperación, pero la hemorragia ya había detenido todo rastro de vitalidad en el cerebro. Sus explicaciones de a diario eran convincentes y daban casi nulas esperanzas. El cuarto día les hice una pregunta técnica y me mintieron, y fue cuando me di cuenta definitivamente de que no había nada que hacer. En cuanto a la “mentira piadosa” de la Doctora no tiene mayor importancia, pero me parece una barbaridad que mantengan en vilo a toda una familia durante casi cinco días, rezando por un milagro que no se podía producir.
¿Por qué mantenerlo en estado latente durante casi cinco días, e incluso hay pacientes que los mantienen más de dos semanas? El grado de compatibilidad de donante y receptor se establece mediante la toma de una muestra de ambos que posteriormente se analiza utilizando diferentes técnicas, entre ellas el estudio de la huella genética o, dicho de otro modo, del ADN. Los haplotipos definen la huella genética del sistema HLA y debe haber coincidencia en lugares estratégicos concretos para que pueda darse la compatibilidad necesaria para la realización del trasplante. De ahí que resulte más “práctico” preservar al donante en estado latente, para mantener los órganos en buen estado hasta encontrar receptores compatibles.
En fin, se me ocurren otros planteamientos y perspectivas sobre esta ciencia médica que “juega” con la vida y la muerte, casi eligiendo cada momento oportuno para quitarla y darla a otros. Jugar en esa frontera acarrea numerosas incógnitas, y nos lleva muchas veces a tomar medidas desesperadas, como son el tráfico de órganos, el homicidio directo o indirecto (como puede ser la desconexión sin pérdida de constantes vitales) e incluso la eutanasia en todas sus variantes. Quizás más adelante continúe con más observaciones en este campo de los transplantes, como por ejemplo, “mezclar” ADN humano con el de cerdos, ya que algunos laboratorios están muy avanzados en los transplantes de este tipo, y no estaría nada mal que se reunieran los médicos y los juristas para aclarar todas las cuestiones legales que se van planteando, y cuáles son nuestros derechos al respecto.