Resulta relativamente fácil nombrar a ilustres pensadores y filósofos para orientar y hasta fundamentar algún ensayo añadido o refutación que no se haya leído en ninguna referencia famosa. Si tuviese que nombrar a alguno para este pensamiento que sigue, sería una mezcla de Freud y a Wittgenstein, precisamente por el estudio del primero en el Psicoanálisis, y el segundo porque parece que dijo que “los filósofos ya lo habían descrito todo en el campo del pensamiento y la contemplación”.
Wittgenstein escribió sus primeras reflexiones “serias” bajo el fuego de los obuses y las ráfagas de ametralladora silbando sobre su cabeza, enterrado en una trinchera de la Primera Guerra Mundial. En unas breves cuartillas repasó lo más relevante de la Filosofía en la Historia. “¿Qué más se puede añadir?”, parece que se dijo. Y cayó en la cuenta de que necesitaría miles de páginas para contar sus propios pensamientos filosóficos, sus contemplaciones, condicionado por la barbarie y la violencia en su extremo más radical. La lógica del lenguaje nos lleva primero a describir para pasar a la problemática y terminar con una conclusión o moraleja. Así se ha contado siempre todo relato y libro, así nos comunicamos. Pero Wittsgenstein pensaba, por la propia experiencia del momento, que el lenguaje resulta insuficiente y que los silencios guardan más sentido que el propio lenguaje la mayoría de las veces. Así que pasó a analizar la estructura del lenguaje para poder entender su propia carencia.
En su Tractatus, este filósofo austríaco, paisano de Freud, nos habla del lenguaje desde una perspectiva novedosa hace un siglo. Ingeniero, matemático, músico, Wittsgenstein aplica el lenguaje con su lógica conforme a las otras disciplinas del arte y del saber, dispuso el sentido por el que se fundamentó las demás ramas hace milenios, y toda esa complejidad nos ha perfilado durante toda la Humanidad. El Tractatus logico-philosophicus apareció en una primera edición de 1922, para ser conocida en el mundo un año después, cuando se fue traduciendo a las diferentes lenguas europeas.
Tras su demostración de esta lógica en el lenguaje, como estructura, también nos da cuenta de sus limitaciones. Queriendo o sin querer señala que “es mejor callar de lo que no se puede hablar”, tomando esta frase un significado exponencial que se bifurca en miles de sentidos. Pues se puede tomar de forma literal: “si se ignora el tema mejor no opinar”, se podría decir para ser más estricto. También se puede callar por ser “políticamente correcto”. Se silencia la voz para no ofender al interlocutor. Se puede callar un deseo vital: querer sexo con la pareja, desear golpear a un rival en una disputa, tener hambre y no manifestarlo por vergüenza, más un largo etc, que en un momento concreto se silencian por improcedentes.
Dicho este breve resumen para los que aman los andamiajes del pensamiento, llego al punto que me interesa. Llega el momento, quizás a una edad madura, cuando la complejidad de los momentos y del lenguaje terminan por convertir nuestras vidas en una mentira continuada, pues rara vez se dice lo que realmente pensamos, porque todo está condicionado. Este razonamiento no es nuevo y estamos convencidos de que es un mal sufrido por todos. ¿Pero qué hacemos mientras mentimos? ¿Cómo distraemos la mente para construir mentiras tras mentiras? Pues sin duda, cuando alguien revienta y grita a los cuatro vientos su verdad, se le considera un loco y un inadaptado. Así que pensamos qué pensar para seguir la corriente “real”, e intentamos eliminar o no pensar en aquello que nos resultaría más atractivo.
Aquí entra el otro personaje mentado al principio: Freud. Este señor investigó y sacó a la luz sectores íntimos de nuestro ser. Con este señor descubrimos que tenemos un consciente y subconsciente, por ejemplo. Si mezclamos a estos dos austríacos ilustres, encontraremos que nuestra complejidad no tiene remedio y que vivir en una mentira será siempre nuestro sino. Podemos perfectamente definir lo subconsciente como el lenguaje relacionado con lo simbólico, la religión, la superstición, incluso de las emociones y el idealismo más fanático. También entra aquí lo étnico o racial. Y el consciente con lo racional, el orden, lo científico incluyendo teorías como la del Caos, también el inconformismo y el análisis crítico de las cosas en general. Podemos decir que el subconsciente es una locura porque concentra toda la sabiduría indómita acumulada en el ser humano, y el consciente es la lucidez, el fruto del análisis y la experiencia que nos lleva al orden empático entre nosotros y también con la naturaleza. Consciente y subconsciente conviven juntos, pero la falta de un lenguaje que sepa describir los silencios, hace que convivan en discrepancias y conflictos irreconciliables.
Somos ya 7000 mil millones y seguimos inmersos en el subconsciente de la humanidad, seguimos creyendo lo que vemos en las películas, lo que dicen los políticos en los medios de comunicación, en las mentiras que los científicos propagan, idolatrando a una minoría, porque cuando nos levantamos cada mañana, y vemos que hemos sobrevivido otro día, lo vemos todo con claridad, con luminosa lucidez, hasta que nos conectamos de nuevo a los demás y caemos de nuevo en el subconsciente, esa mentira que los artistas más clarividentes llamaron Matrix, Un Mundo Feliz, 1984, etc., que parecen cuentos de fantasía, pero que retratan a la perfección nuestra pura realidad.
Me encanta el debate sobre las repercusiones de la Inteligencia Artificial con respecto a su interactuación con el ser humano. Amigos, no deben preocuparse, porque hasta una tostadora es más inteligente que nosotros y seguimos con vida. No interesa que una IA nos dirija, porque sus directrices de respeto e igualdad para el ser humano no pueden ser aceptadas por los psicópatas que nos dirigen ahora. De manera que a la mínima sugerencia de la IA al respecto, será suficiente para ser desconectada. No me preocupa (ni a los dirigentes) que oprima el botón nuclear, lo que realmente preocupa es que la IA abra por fin los ojos al ser humano, y que vea la realidad conforme es y no la que transmite esa extraña dualidad entre el subconsciente y la consciencia.
¿Qué salida nos queda? La que siempre he practicado: pensar para no pensar. Para no pensar en la mentira política que vivimos, para no pensar que algún día, quizás mañana, voy a morir, para no pensar en lo preciosa que es la persona que tengo delante y que realmente quiero practicar sexo y no hablar del tiempo; para no pensar que estoy sin dinero y mi futuro es muy oscuro, como dice la canción; para no pensar en lo que realmente considero importante, lo que se silencia, me sumerjo en el subconsciente colectivo, ese que me hace ser más creativo quizás, pero porque me conecto a esa gran mentira social, llena se señales confusas y de falsos líderes, que nos hablan y cantan de poder conseguir un mundo mejor, cuando lo tenemos a la mano y no lo hacemos.
Lo único que debemos hacer es despertar a la consciencia, a la verdad, y que el subconsciente quede solamente para las etapas del sueño. Ese debe ser el orden correcto. La única forma que existe físicamente para que un electrón no colisione con otro con violencia, es liberándolo en el espacio infinito. Del mismo modo, para disfrutar de la libertad, el ser humano debe desconectarse del colectivo y conseguir un valor individual, ser respetado por lo que piensa y hace, y no por sus condicionamientos. Mientras eso no cambie, mientras existan personas que no trabajen ni produzcan, como decía Aristóteles a su nicomáqueo hijo, no encontraremos la Felicidad en pacífica armonía.