La única forma que tienen los sistemas educativos para afrontar y prepararnos para la muerte es a través de asignaturas religiosas. Hubo un momento dado en que los sabios “obviaron” esta etapa inevitable de nuestra vida por no considerarlo “científico”, y pactaron en silencio con los teólogos para que se ocuparan de tema tan delicado. Los científicos ortodoxos consideran “paranormal” todo lo relacionado con la muerte, pero en cambio consideran normal que en el cañón de electrones CERN se haya descubierto partículas “antimateria”, que se puede viajar más rápido que la luz y registrar viajes en el tiempo, cuando algo que ha ocurrido y “muere”, la lógica nos dice que no puede volver a ocurrir. Demasiadas contradicciones debemos soportar para que el Sistema nos pida perfección, cuando ni nuestras autoridades, sabios e ingenieros conocen las respuestas.
Tenemos la idea preconcebida de que la muerte es acabar encerrados en un cuarto oscuro, en la más absoluta soledad. Quizás porque es en esos momentos de encierro cuando pensamos en ella. También de que podemos acabar en el Infierno o en el Cielo, dependiendo de nuestros actos, como si fuésemos los protagonistas de una película y mereciésemos un juicio llevado por seres superiores. La Vida es algo sencillo, y vivir en comunidades nos la debería facilitar más todavía, pero no es así. Cada generación ha complicado más nuestra existencia y ha degradado más el medio ambiente, como si fuésemos “la especie más estúpida creada sobre la Tierra”. Somos egoístas, egocéntricos, incapaces de valorar la mágica aventura de la Vida.
¿Pero qué es la muerte? Para saber cómo es esta etapa, necesitamos experimentar un viaje al más allá o creer los testimonios de personas que hayan vuelto tras sufrir el trance de perder o modificar sus sentidos. Pero siempre caerán dichos testimonios en un inmediato olvido, porque nadie comprende realmente qué es ni cómo definirlo. El Diccionario de la Lengua Española define la muerte como “cesación o término de la vida” y en el Pensamiento, como “separación del cuerpo y del alma”, dando por sentado que todos tenemos alma y que es precisamente en la muerte cuando el alma abandona el cuerpo. La muerte se tiene como un “tema desagradable”, así que poco leeremos sobre ella en el entorno científico y en cambio mucho (diría excesivamente) en la Religión y en los estudiosos de los fenómenos “paranormales”. Ya dije en otro post que “algo cotidiano se convierte en normal”, luego clasificar la muerte en un lugar distinto a la Ciencia no me parece para nada “normal”, y perdonad el juego de palabras.
Desde que el ser humano es consciente de su muerte se pregunta qué ocurre en esta nueva etapa. Se dio cuenta de que todos los días morimos, pero que llegado a un momento dado “no se despierta”, no recupera su estado de consciencia nunca más, se “abandona” el cuerpo y se da término a su estadio de vida. Desde hace milenios se han escuchado y grabado en piedra (también escritos a lo largo de la Historia), testimonios de todos aquellos que por los motivos que sean, han regresado tras un cese temporal de sus funciones vitales. Han existido numerosas culturas, algunas tan espectaculares como la del Antiguo Egipto, donde se le otorgaba mayor importancia a la muerte que a la vida misma. Aunque no queramos admitirlo, la religiones actuales están basadas en todos estos antiguos rituales sobre la muerte, y las experiencias que nos sorprenden, son en realidad experiencias “concentradas” de todos los testimonios de personas que han cruzado al más allá y regresado para contarlo. El único inconveniente es que cada testigo y cada escriba lo han contado a su manera y, las sucesivas clases sacerdotales surgidas, también han explotado el tema a su manera.
La muerte llegada de cualquier manera acontece cuando “nos liberamos del peso corpóreo”, esto quiere decir que cuando no veamos, no podamos tocar, oler ni gustar, hablar, ni sintamos dolor, ni tan siquiera la necesidad de respirar ni comer o beber, es que hemos pasado al otro “plano espectral”. Por mi experiencia personal, puedo asegurar que sea como fuere de violenta o pacífica la muerte, la dimensión a la que pasamos resulta de lo más “placentera” y se convierte todo en puro sentimiento. No nos llevamos al otro lado nada terrenal: ni riquezas, ni “superioridad intelectual”, ningún recuerdo sexual, tampoco recuerdos que consideramos “importantes” ahora por habernos hecho felices en algún momento. Todos los sentidos utilizados en nuestro plano de la realidad son inútiles en la nueva dimensión, así que todas esas convicciones sobre el bien y el mal, las limitaciones y excesos de nuestro cuerpo y mente, sobre la importancia material de las cosas y todo lo aprendido durante la vida, se reduce a una sola cuestión: el cariño. Al menos en mi caso, lo que realmente importó tras mi muerte fueron esos pequeños detalles que nadie tiene en cuenta: agarrar de la mano a tu hermano, un abrazo a cualquiera de tu familia, agarrar por el hombro a un amigo/a. Afecto y sentimiento. Para nada se despertaron en mi nueva consciencia los sueños terrenales. Tampoco pude ver elementos “celestiales”, aunque si una luz tenue al final de una semioscuridad. La oscuridad no es negra, así como la luz no es brillante como la luz del Sol. En mi recuerdo de esos momentos, el tiempo y el espacio sencillamente no transcurren. Por eso me identifico con todas las religiones, pues todas se basan en experiencias similares a la que experimenté. Si caéis en la cuenta, en todas las religiones se pierde el miedo a la muerte y es por dicho motivo: “la liberación corporal”, el dejar atrás y por fin una maquinaria defectuosa que nos reporta más momentos penosos que felices.
Dicho esto surgen numerosas cuestiones de difícil respuesta, porque no nos conformamos con que alguien nos diga “no temas que la muerte es algo bueno”. Por ejemplo, tuve un hermano que falleció a los seis años de edad y su desarrollo intelectual no llegó a la madurez. ¿Qué lugar estará ocupando en la otra dimensión? ¿Seguirá siendo un ente “inmaduro” vagando por la Inmensidad? No estuve lo suficiente como para poder conocer respuestas, pero puedo asegurar que el nivel intelectual ni nada físico importan en la nueva dimensión, porque es un plano con “necesidades” distintas. Somos y Seremos una “energía” que se alimentó de los estadios que consideramos “tangibles”. Todos los fenómenos de “apariciones fantasmales” y comunicaciones con el más allá son sobre entes que no han obtenido la energía suficiente para surcar el Infinito. Cantar una canción amorosamente, tintinear cascabeles y campanillas, evocar recuerdos del fallecido, todo eso que pertenece a la fábula y muy relacionada con las costumbres tribales primitivas, resultan un magnífico estímulo para que los fantasmas reciban una energía extra para emprender su viaje. Por eso los fantasmas de asesinos y criminales en general suelen vagar durante siglos por la Tierra. Por la misma regla de tres, las víctimas de crueles y violentos asesinatos, suelen vagar durante algún tiempo, ya que han recibido una dosis excesiva de “energía negativa”, y sólo el recuerdo cariñoso por ellos (lo que siempre se llamó “rezar por ellos”), les ayuda a emprender su sino.
Nuestro Primer Mandamiento debe ser: La vida lleva implícita a la muerte. Es nuestra ley natural ¿Qué orden utiliza la Naturaleza? ¿Qué libre albedrío o condición modifica sus planes para que los seres humanos ignoremos el Primer Mandamiento? Hasta el siglo XVIII todos los pueblos de la Tierra enterraban o incineraban a sus muertos en el interior de la Comunidad. A partir de ese siglo, se construyen las necrópolis alejadas y aisladas del resto de las poblaciones. También a partir de ese siglo comienza una imparable superpoblación humana y la longevidad es cada vez más habitual, a pesar de los esfuerzos que la Naturaleza hace por equilibrar la situación. En el campo filosófico se produce una alternativa a la religión, respetuosa en ese aspecto con la Naturaleza de restringir la natalidad y los excesos en general (sobre todo el alimenticio). Pero hemos llegado a un punto donde resulta normal llegar a los 80 años de edad, multiplicados por seis mil millones, con todo el desgaste energético que eso supone. No hace falta un análisis más completo sobre nuestra situación. No tenemos motivos para alargar constantemente nuestra vida en la Tierra, porque incumplimos el Primer Mandamiento. Estamos sobreexplotando el Planeta y si nos autodestruimos como especie (como pasó por ejemplo con los Neandertales), nadie más surcará el más allá, meta definitiva de nuestro paso por la Tierra. Pero tampoco pasarán las demás especies porque estamos acabando con la Vida, como pasó con el planeta Marte, donde quedan vestigios de un hábitat natural que las especies no supieron mantener hace miles o centenares de miles de años atrás. No hay que formularse preguntas intrascendentes, que es lo que nos empuja por egoísmo, sino que debemos ver las verdaderas necesidades del ser humano y de su hábitat y tomar las decisiones correctas y resolutivas. Para empezar, podríamos intentar conocer y comprender qué es la muerte y prepararnos correctamente para ella, algo que la “modernidad” obvia e ignora. Formamos parte de la magia de la Vida, que se rige por unas simples normas naturales. Como dice Alan Watts: “saquemos al mono de nuestra mente”, seamos “racionales” de verdad y dejemos de autodestruirnos estúpidamente.