En este tiempo, cuando todavía se confunde y cuestiona el límite de la libertad de pensamiento y de expresión, no viene mal recordar a los pioneros, aquellos hombres y mujeres que fueron castigados y hasta quemados en la hoguera, como Miguel Servet, considerado el primer mártir precisamente por «abusar» de dicha libertad de pensamiento y de expresión, una figura importantísima en su tiempo, y que católicos y protestantes, como custodios de la “verdad absoluta”, decidieron “eliminar” para que no trascendiera una personalidad y unas teorías innovadoras, y que ponía en peligro sus continuidades al frente del “pensamiento religioso y social” en Europa.

Miguel Serveto y Conesa (de familia conocida como los «Reves»), fue natural de Villanueva de Sigena (aunque existe polémica por si procede de Tudela). Nació el mismo año que el reformista Juan Calvino, en el año 1509 (otras fuentes dicen 1511), hombre al que conoció y, años más tarde, el sabio español instó a “rectificar” algunos de sus preceptos religiosos, y que en 1553 éste, de manera directa, se mantuvo en su opinión de aplicarle el “máximo castigo por herejía”, dejando que ardiera vivo en la hoguera.

Una década después de la tortura y quema del sabio español, como una maldición bíblica, Calvino moriría entre pústulas dolorosas e infecciones sanguinolentas. Calvino “escapó” de la muerte al no ser delatado por Servet en una reunión con el Emperador durante su coronación (en 1530 Servet pertenecía al séquito), pues conocía el paradero del francés. Pero éste, en cambio, dejó que apresaran al español en Ginebra el año de su muerte, y “toleró” que se dictaminase su castigo previa “consulta”, a lo Poncio Pilatos, que sabía perdida de antemano para el teólogo aragonés.

En aquellos tiempos, cuando se iniciaba la Edad Moderna, los sabios destacaban principalmente en dos campos (unificados para los cristianos), el científico y el religioso, uno para el desarrollo del mundo material y mejora del estilo de vida, y el otro para “enriquecimiento del alma”. Ambos campos eran igual de importantes, pero el fenómeno de la Reforma y las corrientes protestantes que iban apareciendo, fue definitiva para que la Ciencia fuese ganando en importancia para la sociedad, y el Cristianismo (más el Católico) fuese perdiendo importancia irremediablemente. Incluso las letras (la retórica) y lo que conlleva, fue separándose de lo que siempre se consideró “territorio para el buen cristiano”, dejándose solamente para la Teología, campo permitido a los religiosos, y que llevaría a Servet a la muerte, como un campo exclusivo hasta en las universidades.

Entonces tenemos que la característica de aquel convulso siglo XVI, era precisamente el florecimiento de nuevas corrientes dentro del Cristianismo que, alentadas por movimientos reformistas (provocando un cisma católico) como fueron el anglicano, predicadores como Lutero y todos los «fanáticos» que surgirían posteriormente, figuras a ambos lados del catolicismo, Vicente Ferrer (veneración de santos), por ejemplo, por el lado tradicional, y Erasmo de Rotterdam en el lado moderno (progresista), acompañado de un cóctel de corrientes que resurgían tras siglos de letargo, como el “partido de los libertinos”, que se permitían una vida lujuriosa y de excesos, pero exigían comulgar y gozar sin barreras de todos los sacramentos de la Iglesia. Margarita de Navarra protegió a estos «libertinos» durante la segunda década del XVI, incluso contra el puritanismo de Ginebra y Calvino. Se tienen como los precursores del “librepensamiento”, pero no opino lo mismo. Es un tema que no viene ahora a colación. Lo que vengo a decir con esto es que Europa era una olla a presión de elementos que cuestionaban prácticamente todo. Tenía «razón» quien conseguía el mayor apoyo político y militar. Servet se preguntó ante tal panorama: «¿cómo se puede librar a un cristiano del pecado simplemente con el bautismo? Lo más lógico es que este sacramento posea «libre albedrío» y cada uno se bautice cuando considere, aunque sea a edad adulta». Curiosamente consideró los 20 años como dicha edad adulta.

Aunque era común la precocidad de los maestros por aquellos tiempos, debemos señalar que Miguel Servet fue maestro con 15 años de edad en cursos de bachiller, lo que pocos años después se convirtió en la Universidad de Zaragoza. Hace ahora 500 años dio su primera clase en Estudio General de Artes, cuatro años después de iniciar allí mismo los estudios de bachiller. Su tío, el filósofo y matemático Gaspar Lax fue uno de sus maestros. Servet abandonaría este colegio precisamente por desavenencias con su tío. Con 18 años ya redactaba revolucionarias teorías y analizaba con lógica tanto asuntos de Ciencia como de Religión, llevándole a investigar y reescribir en todos los campos de la sabiduría y de la fe, provocando ataques violentos muchas veces del gran maestro contra él, cuando tocaba a su entender dogmas “irrefutables”.

Podemos enriquecer el contexto, hablar de los más de medio millón de moriscos que vivían en España en un régimen parecido a la esclavitud (La mayoría en la antigua Corona de Aragón), sin contar los que quedaban en el reino de Granada, recién conquistado. Podemos hablar de los judíos europeos (se expulsaron de España en 1492), por centenares de miles, que vivían también relegados a un segundo orden social. Las enfermedades de todo tipo resultaban mortales, con la peste que hacía estragos, sobre todo en los puertos marítimos, núcleos de propagación. Y nuevas enfermedades que surgían, como la sífilis. Miguel creció con esa inquietud de “santo”, de querer salvar al mundo a través de la Ciencia y del Conocimiento, y de cuestionarse todo, pues todo era mejorable, como en la actualidad.

Durante su juventud, Miguel investigó sobre todas las materias interesantes. Desde la infancia dominó latín, griego y hebreo, con una facilidad de lenguas sorprendente. Se manejaba también en varias lenguas modernas, a saber: castellano, aragonés antiguo (del que procede el catalán o ambos con un origen común) y francés, defendiéndose más adelante también en alemán e italiano. Enemistado con su propio tío, que se opuso a que siguiese una carrera más importante en suelo español, estudiaría Derecho en Toulouse y seguidamente recorrería Europa, compartiendo sus conocimientos adquiridos y absorbiendo las nuevas corrientes científicas y de pensamiento, cuestionándolo todo abiertamente. Sobresalió en el conocimiento del cuerpo humano, relacionándose con los más grandes médicos, que en la época presentaban muchas interrogantes, y descubrió algo crucial: la circulación de la sangre. Su descripción de la circulación pulmonar (o menor) fue pionera en el Occidente Cristiano. Seguramnte leyó al médico del siglo XIII Ibn Nafis durante su formación (o quizás no). Resulta maravilloso que dicha descripción se encuentre en el interior de una obra teológica, ya que en esos tiempos era de lo más común “confundir” Ciencia y Fe. Me consta que en obras que leí fechadas en 1900, todavía existía dicha “comunión”, con la Medicina “limitada” por la religión. Es como la clonación en la actualidad, o el uso de las células madre, que deben ser limitadas por un “tribunal ético”. Hasta no hace mucho, cada remedio se acompañaba con oraciones, por prescripción médica, del mismo modo que hoy en día hablan de cáncer o coronavirus cuando no se sabe qué provoca el mal. Pero no adelantemos acontecimientos.

En cuanto al pensamiento y religión, se relacionó con los iniciadores más importantes de la Reforma, como fueron Ecolampadio y Martín Bucero, entre otros, no exento de polémica, ya que Servet “no se casaba” ni con católicos ni con protestantes. Tenía argumentos a refutar para ambas doctrinas. La obra que despertó las iras de todos los religiosos de la época, la publicó poco más de un año después de presenciar la coronación de Carlos V, en 1531, ”De Trinitatis Erroribus” (“Los errores acerca de la Trinidad”), un estudio detallado con la lógica y que desmonta un milagro admitido y celebrado por los cristianos, sin excepción, como es la Santísima Trinidad. Lejos de “buscar” reconciliarse con nuevos trabajos, publicaría una serie de obras posteriores que pretendían corroborar el primero y cuestionar otros preceptos del Cristianismo. Dijo que este milagro no aparece en las Sagradas Escrituras y que fue un «invento» muy posterior a la muerte de Cristo. Tan convencido se encontraba de que su verdad no tenía duda, que envió copia a ministros de la Iglesia como el Obispo de Zaragoza, además de conocidos reformadores de Centroeuropa. Todos ellos lo denunciaron a la Inquisición. Algún antepasado judeo-converso (los Zaporta), que manchaban el pasado cristiano familiar, tampoco le ayudaría en los procesos efectuados contra él. Aunque él siempre alegó una “limpieza de sangre” total, y que era cristiano viejo. Pero se pasó de criticar la obra, a criticar al autor, que suele suceder también en la actualidad, cuando no se poseen los conocimientos ni la calidad erudita ni humana para debatir. Me identifico con él precisamente por su eclecticismo: “todos son buenos aunque cometan errores, todos ven el del otro pero no el suyo” decía, como defensor de la tolerancia y de la libertad de conciencia y opinión.

En 1536 Calvino pidió al sabio aragonés que leyese su obra Institutio religionis Christianae (Institución de la religión Cristiana). Y Servet la leyó, con la particularidad de que fue anotando en los márgenes de cada página las dudas y errores dogmáticos que detectaba. Una vez corregido, le envió el volumen al reformista, que quedó tan impresionado, que públicamente advirtió: “si Servet pisa Ginebra, no saldrá vivo de ella”. Esto es importante conocer porque se cumplió el designio casi dos décadas después. Como apunte, añadir que si Calvino hubiese pisado territorio español, que era media Europa Continental, también hubiese pasado por el cadalso por hereje.

En 1537 Servet se matriculó en la Sorbona de París, donde también se enemistaría con todos los estudiantes y sabios europeos, de todos los campos, que allí se reunían. A pesar de ello, era tanta su erudición y tan bien razonadas todas sus cuestiones planteadas, que nadie se sentía capaz de debatir sin saberse ya perdido en las profundidades del mismo debate. Se carteaba y hacía rectificar a los médicos más importantes (sobre todo con alemanes), precisamente por su eclecticismo. Por ejemplo, con el debate de seguir los procedimientos árabes en medicina o dispensar jarabes para los tratamientos, Servet recomendó ambos, combinados si era preciso, o uno de los dos si así se creía. Esto que ahora nos puede parecer de lo más lógico, se debatía durante meses acaloradamente en el aula de Medicina de la capital francesa.

Durante más de 15 años Servet los pasaría estudiando, viajando (huyendo) y escribiendo sobre todas las materias. No nos equivoquemos, aunque pueda parecer una excepción encontrar un sabio de tal calibre en España, la verdad fue que el nivel académico, por número y por calidad en España, estaba al nivel más alto de Europa. Lo que hoy en día llamamos «hacer un erasmus», ya era común en la Valencia del siglo XV, mandando a estudiar a Italia a artistas y arquitectos, y también a la inversa, pues más de media Italia pertenecía a la Corona Aragonesa. Además, dependiendo de la Institución que becaba y en qué época, el alumno podía ganar una pequeña fortuna, además de una reconocida maestría. España poseía miles de «leonardos», sabios de todas las materias y que se anticiparon a otros europeos que, en cambio, si pasaron a la posteridad por sus hallazgos, conocidos décadas antes por los españoles, a veces siglos, como muchos tratados de medicina, agricultura y matemáticas. La Leyenda Negra sitúa al español medio como un bruto analfabeto, pendenciero e ignorante pero, aunque los hubo, el nivel tecnológico y científico en general, era muy superior al resto de Europa, así como el nivel cultural y de las artes. No debe ser una cuestión política decir lo que ocurrió en el pasado, y esa es la verdad, más que les pese a anglosajones y franceses. Que la Guerra Civil del 36 devastara todo el país, no significa que siempre fuese así de arruinada España.

Servet llegó a convertirse en una molestia para todos los que le rodeaban. A nadie le interesaba cuestionar ni un milagro tan extraordinario e importante como la Santísima Trinidad, ni a qué edad es la idónea para aplicar el sacramento del Bautismo. La molestia depara en odio y cuando se le apresó, toda la rabia se trasladó a las cadenas y látigos para torturar y maltratar a un hombre que nunca hizo daño a nadie, ni pretendió más riquezas que las del alma. Fue multado con 1000 escudos de oro y quemado en efigie por la Inquisición francesa hasta dos veces, hasta que lo fue en persona por la suiza. Un italiano (como otros miles de italianos espabilados hicieron con otros sabios e ingenieros españoles) publicó el trabajo científico de Servet seis años después, y si no fuera por un inglés, William Harvey, más de medio siglo después, que restituyó su figura, admitiendo que “Servet fue el primer ser humano que comprendió el mecanismo de la respiración”, ahora sería otro mártir olvidado más, ya que, junto a la Biblia Valenciana unos años antes, se ordenó la quema de todos sus trabajos.

Un norteamericano, el filósofo/teólogo Mirian Hillar, corrobora lo que numerosos expertos antes, además publicando más de 10 obras sobre su figura: “desde una perspectiva histórica, Miguel Servet murió para que la libertad de conciencia pudiese convertirse en un derecho civil del individuo en la sociedad moderna”.

Epílogo

No hemos aprendido nada en 500 años. No hemos sacado provecho de todos estos sabios, como Miguel Servet, que cuestionaron y murieron por “adelantados”, por visionarios e inconformistas. Vieron por encima de la ceguera del resto, amaron el debate y la razón, pero lo pagaron con el ostracismo o la propia vida. Lo mismo que ahora, censuran los políticos por defender sus oscuros y materialistas intereses, acallando a los sabios. Son los políticos tan ruines, que silenciaron a los doctores en una pandemia universal hace apenas cuatro años, simplemente por sacar provecho personal material y político. Para conseguirlo actúan como aquellos inquisidores del siglo XVI, censurando la opinión que no les interesa y acaparando todas las riquezas que se les permita. La solución pasa por cambiar el sistema de gobierno y limitar a estos políticos su poder imparable y déspota. Cuando Castellion opinó sobre el asesinato de Servet, dijo: “Matar a un hombre para defender una doctrina, no es defender una doctrina, es matar a un hombre”.

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