La lista de los abusos de los Bancos a la ciudadanía es tan larga que no me explico que se siga confiando dinero, la única vía de supervivencia que tenemos todos, a estas empresas que lo manejan sin ser suyo y a su antojo, con la paradójica praxis de fastidiar al que lo deposita. O somos imbéciles o somos imbéciles, porque no hay mejor salida que evitarlos. Pero claro, eso supone también privarse de los préstamos, que nos hacen vivir un año como reyes y aparentar una opulencia ficticia: casa nueva, coche de alta gama, vacaciones en el Caribe… Y a eso no estamos dispuestos a renunciar. Pero lo mismo que el Banco maneja un dinero que no es suyo, nosotros tendremos que amortizar el prestado al triple de su valor inicial (como mínimo). Además “ellos” se anticipan a los tiempos, nos tienen “cogidos”, ya que a día de hoy, cualquier trámite donde conste dinero, estamos obligados a recurrir a sus servicios por el Estado mismo.
Los padres del capitalismo más agresivo, los estadounidenses, lo han mostrado por activa y por pasiva desde principios del siglo XX y numerosas películas han descrito a lo largo de nuestra reciente Historia la cruda realidad de manejar una economía basada en las apariencias. ¿Cuántas personas han tenido que pagar un vehículo que no han disfrutado durante 5 años? Han comprado por 20.000 euros un turismo nuevo a través de un crédito a pagar en 5/10 años pero se lo han robado o accidentado el primer año y las Compañías de Seguros han valorado la pérdida en 5.000, así que la deuda del crédito sigue su curso hasta el final sin modificaciones. Por cierto, la Compañía de Seguros suele pertenecer a un Banco, probablemente al mismo que se solicitó el crédito, así que negocio redondo, pues al final ellos cobrarán unos 55.000 euros por algo que valía 20.000 y que no se ha disfrutado.
Pero ese es un pequeño ejemplo casi sin importancia en comparación con las verdaderas maniobras económicas que los Bancos son capaces de realizar. En esta última década el Estado Español les ha inyectado 100.000 millones de euros. “Rescate” lo han llamado. Se supone que a cambio, los bancos se comprometían a aumentar el número de “ayudas” y créditos a los “emprendedores”. Cualquier aficionado a la navegación por Internet se habrá dado cuenta de que en los últimos tiempos se ha incrementado la publicidad en este sentido, con cifras realmente sustanciosas: hasta 10.000 millones en préstamos a pequeñas empresas se anuncian en algunas entidades financieras y bancos, algo igual de efímero que las palabras de los políticos. Los números no mienten y si fuese cierta dicha “inversión” en los proyectos emprendedores, los casi 500.000 titulados que residen fuera de España regresarían a montar sus negocios y realizar sus ideas en su país de origen. No me invento la cifra, todo está en la Página Oficial del Estado. El mentiroso tiene que tener mucha memoria y normalmente lo que facilitan oficialmente en televisión y otros medios, luego no se corresponde con los otros “datos oficiales”.
Pero esta permisividad hacia los Bancos debe tener un cuándo y un porqué. Me preguntaba ¿porqué se acentúan los abusos hacia la ciudadanía y las evasiones de capital con la entrada de la Democracia? ¿O es sólo una impresión mía y realmente siempre ha sido así? Como hijo de empleado de banca vivimos la “reconversión” de la misma a principios de los años 80s, una reconversión que “desmanteló” prácticamente todos los sectores de la economía, en un “acuerdo” tácito de los políticos en su conjunto. Había que ser competitivo y hasta Iberia, que por entonces sufría pérdidas multimillonarias, pasó por un verdadero calvario político. La economía española, hundida por completo en 1939, y que con grandísimo esfuerzo miles de trabajadores la habían de nuevo reflotado y dado sentido, se encontraron en la coyuntura de vender o cerrar sus negocios, muchos de ellos solventes aunque no dieran grandes beneficios. Era la Globalización, en una situación que sólo interesaba e interesa a las Multinacionales para monopolizar el mercado.
En el caso de la empresa donde trabajaba mi padre, en pocos años pasó de llamarse Hispano Americano a Central Hispano, por entonces los dos Bancos con mayor cartera de clientes y volumen de negocio de España, para resultar al fin barridos de un plumazo por un Banco de Santander que no poseía ni la mitad de poder económico que ambas entidades. De eso hace ya treinta años y sigo preguntándome porqué en los Bancos el pez chico se come al grande, pero también me he preguntado cómo se puede adquirir por una peseta el Banco Atlántico o Construcciones y Contratas, tal y como ocurrió en su día.
Fue entonces, a principios de los 80s, cuando me percaté de un cambio radical en el trato a los clientes por parte de los Bancos. Estaba muy acostumbrado a visitar a mi padre, así que soy un testigo de primera mano. El cierre de numerosas oficinas y el despido por distintos mecanismos de gran parte del personal, repercutió en la formación de colas de clientes que resultaban desesperantes, simplemente para realizar un ingreso en efectivo o firmar algún documento. Recuerdo que se abrían hasta tres y cuatro ventanillas simultáneas por sucursal para atender a los clientes y se dispuso de tickets numerados para los turnos. La fusíón había reunido a más de un millón de clientes, pero ahora con menos de la mitad de sucursales. Los clientes empezaron entonces a considerarse una “molestia” pues, acostumbrados a un trato cortés y detallista, protestaban ahora el tener que pasar media mañana para un simple trámite de cinco minutos. Los banqueros debían poner remedio a esta situación y, además, debían maniobrar de tal manera que fuese el cliente quien “pagara el plato (o pato)”, como se decía entonces. Internamente y en lo laboral, los cajeros cobraban un sueldo que se aproximaba ya al del mismo director de la sucursal, una situación añadida que no podían tolerar los directivos.
La entrada en funcionamiento de los cajeros automáticos y de las tarjetas de plástico (sea de crédito o débito) se convirtió en la mano de obra “robotizada” de los bancos. Las tarjetas se entregaron como una “herramienta útil de regalo al cliente”, cuando hoy en día se cobran como otro “servicio más”. En la década de los 80s todas las sucursales de todas las entidades se equiparon con los cajeros. Esto agilizó la atención al cliente y supuso economizar en mano de obra humana alrededor de 5.000 puestos de trabajo (si contamos a cajero por trabajador). Hoy en día cada sucursal posee varios cajeros automáticos, así que bien podría triplicarse o cuadruplicarse dicha cantidad, de modo que sólo hay una ventanilla (o dos a lo sumo) con empleados y varios cajeros automáticos. He visto sucursales que operan con sólo dos empleados. Pero no contentos con ese ahorro del personal a contratar, los bancos se las han arreglado para que el cliente pague dichos cajeros automáticos y las tarjetas de plástico: el colmo de la desfachatez. No contentos con manejar el dinero de los clientes, además cobran por el mantenimiento de las cuentas y, en el caso de los préstamos, hipotecas, letras, etc., impusieron unos intereses por demora que el Código Civil estipula como “usura”, pero lejos de revisar este abuso, los políticos nunca han obligado a modificar.
Este abuso que los bancos aplicaron con los intereses de demora, se trasladó a todo el ámbito empresarial, amparados por el monopolio del mercado. Un ejemplo actual y clarividente: Por pagar 3 días más tarde la cuota telefónica de 14 euros a Vodafone, le impusieron a mi hermana una sanción de 20 euros, es decir, más que el capital adeudado. Cuando informé al Departamento de Reclamaciones que su imposición era “ilegal” y abusiva según el Código Civil, encima tuvieron la desfachatez de informarme de que aplicaban la sanción “menor”. ¡Me perdonaban la vida! Pero claro, estas grandes empresas y bancos poseen otro mecanismo que roza e incluso traspasa los límites de la ilegalidad: sus bases de datos “compartidas” y la posibilidad de incluir al “reclamante” en las listas negras, donde caben los morosos pero también los miles de personas que se sienten defraudados ante errores e imposiciones inadmisibles, con sanciones aplicadas sin una regulación clara y contratos que se “renuevan” con el cliente sin ninguna conformidad por escrito por parte de éste.
Todos estos abusos que poco a poco se han ido añadiendo en una praxis maliciosa, viene avalada por el Estado que lo permite. En vez de intentar regular y corregir los abusos, se ha “apuntado al equipo de los grandes” y en unos porcentajes menores, aplica intereses de demora y sanciones sin tener en cuenta a la persona física, es decir, sin tener en cuenta el motivo por el cual no se puede hacer frente a lo adeudado. El Estado no debe ser “la hermanita de la caridad”, pero tampoco un “tiburón financiero”, frío y sin escrúpulos, pues me consta que se están realizando subastas de bienes sin ni siquiera notificar al afectado.
¿Y cómo ha llegado el Estado a formar parte del “equipo de los grandes”? Pues simplemente delegando sus funciones administrativas y de recaudación en los Bancos y en empresas subcontratadas, quedando solamente una central provincial (y en ciudades importantes) que atiende el papeleo burocrático (entregas declaraciones de IRPF, etc). Si antes este aparato burocrático ya era bastante “objetivo”, hoy en día su mecanismo está más cercano al clima glacial del los Polos. De modo que el Estado (Hacienda) ha pasado a ser otro “cliente” de los bancos, adaptándose a su praxis y añadiendo ciertas condiciones que la han endurecido más si cabe. En fin, el que debe poner remedio a los abusos no forma parte del “equipo del ciudadano”. El Estado está convencido de que si los bancos “funcionan”, también funcionará la economía nacional en su conjunto, un error que difícilmente se puede corregir sin una voluntad sincera por mejorar. Por eso su única “solución”, pasa por ayudar solamente a los Bancos y Cajas, interviniendo y nacionalizándolos como en el caso de Caja Castilla la Mancha o vendiéndolos por 1 euro, como el caso de la CAM (¿porqué uno si y el otro no?). Muchas veces el Estado actúa como “si no quisiera saber nada” de su entorno, como un ente aislado y confundido que de vez en cuando surge con alguna disparatada respuesta.
César Metonio.
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