Mariano José de Larra fue un gran pensador (periodista, escritor y político), considerado el “padre del periodismo moderno”. A pesar de que falleció a los 27 años de edad (año 1837), sus artículos y reflexiones pusieron de manifiesto que los españoles entrábamos por fin en la Modernidad, en la madurez filosófica y literaria, analizando a la sociedad de una manera abierta como nunca antes se había atrevido nadie a realizar. Casi un siglo después, José Ortega y Gasset (Pepe para los íntimos), completaba dicho análisis de la sociedad española bajo una mirada “germanófila”, aguda y sin secretismos, algo cercano al estilo freudiano. A pesar de que su pensamiento era compatible con el régimen franquista, algunos trabajos recopilatorios, como “La España Invertebrada”, fueron sutilmente censurados por el Generalísimo, pues consideraba un peligro que nadie conociese tan profundamente nuestra forma española de ser.
Si alguien lee en conciencia las obras de uno y otro autor (artículos de prensa de Larra) probablemente se encontrará reflejado en sus comentarios y análisis, se sentirá identificado en líneas generales. Pero no encontrará trascendencia porque buscamos claves demasiado complicadas por creernos cultos y sofisticados. Buscamos retórica por que eludimos las cosas claras, evitamos la simplicidad de los 10 Mandamientos, entendibles ahora y hace tres mil años. Si se leen los discursos políticos de Cánovas del Castillo o del malogrado Canalejas, comprobaremos la brillantez de ideas y el hipnotismo de la palabra para no decir nada en aquellos bellos años del Romanticismo. Hoy en día ni se molestan en sofisticar con retórica los discursos políticos, no trabajan con eficacia: mienten descaradamente a todo el mundo sin esforzarse en inventar juegos de palabras, salvo en algunos ejercicios de demagogia.
Por eso creo que debemos leer los mensajes claros y sencillos de los autores. Esa es la clave del Pensamiento. Ambos autores, en épocas distintas, describieron de pasada una costumbre muy española que siempre hemos arrostrado y llevaremos intrínseco como un estigma: la sisa. Ambos lo expresan en modo de chiste y en pocas ocasiones, sin darle la verdadera importancia que merece, quizás por que en sus épocas no era tan visible el peligro como lo es hoy en día. La “sisa española” es la culpable de una enfermedad tan terrible en nuestra sociedad, en las personas de cualquier color político o social, que nos ha llevado siempre a la confrontación violenta y prácticamente a todos los desastres históricos, incluida la pérdida de un Imperio.
Ningún gobierno se sostiene sin una buena perspectiva económica. Ni reino, república, dictadura o democracia, se sustentan si al Pueblo le falta lo básico. Tarde o temprano sucumben, y España ha sufrido ya todos los tipos de gobiernos habidos y por haber. Nuestra Democracia Representativa Parlamentaria, que también es Monarquía Parlamentaria, y una ya insuficiente Constitución están fallando. ¿Qué nos queda por probar? Resulta evidente que los escándalos por corrupción son lo más significativo y preocupante, pues es lo que mina el sistema económico, base fundamental para que un gobierno funcione. No es un problema del actual, sino que viene del mismo momento en que se reunieron los políticos en sus escaños del Congreso de Diputados a mediados de los años 70 del siglo pasado.
A fuerza de sentirme ridículo por decirlo de manera tan sencilla, os explico en síntesis el proceso natural por el que un español sisa y no se siente culpable, pues nunca admitiremos que es robo o apropiación indebida de unos bienes que no son nuestros. “¿Cómo va a ser de otro algo que está en mi bolsillo?” (es el pensamiento de los políticos y grandes empresarios en España).
¿Quién no ha ido a un recado mandado por su mamá y se ha quedado la vuelta? Es tan habitual en nuestra infancia, que hasta la madre cuenta con la pérdida de unas monedas por mandar al hijo. La sisa hasta ahí se me antoja universal. No creo que en otras culturas los niños sean menos estúpidos que los españoles. La diferencia estriba en que el adolescente necesita de una sisa considerablemente mayor, y ahí entra la inventiva y la picaresca española. El español cree que una “costumbre” es un derecho aplicable, así que si la mamá nos permitió sisar en la infancia, dicha práctica ni es pecado ni delito. Probablemente poca gente reflexiona en este sentido, pues una costumbre no se cuestiona. Seguidamente el adolescente comienza su singladura en la vida buscándose un sitio en la sociedad. Prueba el alcohol, la mayoría las drogas, y revolotea alrededor del sexo opuesto, o el sexo en general, con la misma curiosidad del que descubre un universo. Nuestro carácter español sigue convenciéndonos de que sisar es incluso hasta saludable, y sisamos a la novia/o, le restamos una china de hachís al amigo o le cogemos a escondidas cigarrillos al papá. Es tan natural en nosotros que no le damos la mayor importancia. El nivel de avaricia «dispone» de un mercado más amplio (el negocio en negro de la droga es muy goloso, por ejemplo) y «predispone» a sisas mucho más suculentas a medida que se asciende en importancia en la Sociedad.
Ahora bien, si ese mismo comportamiento lo trasladamos a la edad adulta, con cargos y rangos (pues la Iglesia tampoco se escapa) de más o menos relevancia en nuestra sociedad, tenemos que quien más y quien menos sisa de todo monto “por que me lo merezco”. Es así, y en la etiqueta de “Democracia” no pone que la sisa sea un complemento de obligado cumplimiento en España. Nadie le explicó a ningún político de los últimos 40 años que la sisa y la democracia no son compatibles, por la sencilla razón de que la Economía es fundamental para que un gobierno funcione. Puede que pensadores de talla como Larra y Ortega y Gasset lo dejasen caer como una gracia de nuestro temperamento, pero creo que ya va siendo hora de que cambiemos muchas costumbres que claramente perjudican al conjunto. Como apolítico pero observador de la misma, debo terminar con una aseveración: la corrupción no es un problema solamente del Partido Popular, sino de toda la sociedad, por el proceso natural de una costumbre española que debemos suprimir.
César Metonio