El siglo XIX fue sin duda el peor siglo para la Historia de España, que tan sólo en unas décadas, pasó de ser la primera potencia económica mundial (PIB) y una potencia militar respetada y temida, a convertirse en el hazmerreír de todo el planeta. Los historiadores encuentran al culpable inmediatamente, o los culpables, pues Fernando VII sólo hizo que empeorar el mal gobierno de su hermano Carlos IV, pero si observamos con detalle, veremos que los culpables fueron muchos más, englobados en una lacra que todavía hoy en día ocupan los puestos de poder: políticos y/o militares, con nombres y apellidos que se repiten también hasta hoy en día, sumados a muchos miembros de la Iglesia, pues también formaron parte de los primeros movimientos políticos de finales del siglo XVIII.
Para empezar, os resumiré el estatus qvo que Carlos III dejó a su muerte en 1788, un monarca que supo administrar y dar soluciones, cuando los gobiernos posteriores hasta la actualidad, en vez de solucionar, crearon y crean siempre nuevos problemas sin resolver los anteriores. Este monarca ilustrado dejó señalado un camino para el progreso, sabiendo elegir a los consejeros más cualificados para cada campo en los temas que no dominaba. Pero, a pesar de su longevidad en el trono, y equipar a la Armada Española con buenos buques de guerra, y de defensas para todo el Imperio, le faltó tiempo para formar el ejército regular de tierra soñado y, en vez de continuar dicha labor, sus herederos destrozaron el proyecto, dejando España a merced de la corrupción política y sin fuerzas de seguridad del Estado “limpias”, organizadas y en número suficiente. (Que a nadie se le ocurra comparar los tiempos pues saldría perdiendo, ya que hoy en día existen más pobres que entonces, en casi todos los países del mundo, a pesar de ser regímenes totalitarios. Pero los políticos sólo cuentan ideales abstractos, lo que les interesa).
Se llega al siglo XIX con todas las clases sociales enfrentadas entre sí. No debemos olvidar que la Iglesia Católica contaba con numerosos participantes en todos los estamentos, de modo que debemos incluirlos en dichas clases sociales. Así como a los militares, que solían acabar sus carreras sentados en algún asiento cercano al poder. Todos estos «representantes de la Nación», aprovecharon el deseo de la Familia Real Española por volverse a sus orígenes franceses, política, espiritual y físicamente, de modo que maquinaron un asalto al poder durante la primera década. Para sentirse «seguros» en dicho asalto al poder, durante la última década del siglo XVIII, disolvieron las milicias, Santo Oficio (una «Policía Nacional» que apenas servía ya) y todo regimiento que fuese una amenaza para sus fines.
Curiosamente, lo mejor de la soldadesca española estaba sirviendo en las provincias de ultramar, muy dispersa, de modo que, si llegase una urgencia en cualquier punto del globo, la respuesta sería tan inmediata como lo fue en el siglo XVI, es decir, tarde y nunca, como así ocurrió. La diferencia era que en el siglo XVI, España podía desafiar a cualquier potencia extranjera, intervenir con solvencia, aunque tardase meses en reunir a sus ejércitos, recuperar y castigar al enemigo, algo que en el siglo XIX no pudo, por los motivos antes comentados.
El siglo XIX español conoció la guerra para la expulsión de las tropas napoleónicas, que debería llamarse Guerra de Ocupación Francesa, y no de Independencia, con un aliado inglés que hizo más daño a nuestro patrimonio que los propios franceses. Expulsados los franceses tuvimos que combatir contra los traicioneros británicos, incluidos los irlandeses. Se destruyeron y robaron tesoros históricos y arquitectónicos de valor incalculable en España y Portugal (mientras, Wellington y sus generales, con sus homólogos franceses, se iban de farra por los fumaderos de opio de Barcelona).
Durante este siglo XIX nefasto se vivieron 4 guerras civiles (tres de ellas Carlistas). España entró en conflicto armado contra numerosos países. Las buenas pero escasas tropas realistas en América, combatieron durante dos décadas contra los rebeldes españoles (y no indígenas) que consiguieron la independencia al fin, hasta 1833 más o menos. En realidad y para ser estrictos, esta guerra no debería llamarse de «Independencia de América», sino «Guerra Civil de la España de Ultramar», ya que los indígenas pelearon en ambos bandos. También se combatió en otros puntos de Europa y África junto a las tropas napoleónicas, aunque no se declarase la guerra oficialmente a ningún país. Cuando parecía que se encauzaba pacíficamente la política interna, desde 1848 se intervino activamente en las dos guerras del opio contra China, en la Guerra de Crimea, y en Conchinchina (también tuvimos nuestra propia «Guerra del Vietnam»).
Se intervino en una cruenta guerra contra Marruecos en 1859. Entre 1857 y 1862 apoyamos al ejército francés para invadir Vietnam (Guerra de Conchinchina), sin sacar ningún beneficio, salvo algún permiso de comercio, y media Sudamérica nos declaró la guerra en la década de 1860s (tampoco con beneficio alguno a pesar de la victoria). Por esas mismas fechas, Alemania nos arrebató numerosos territorios e islas en el Pacífico, y no hubo declaración de guerra porque los germanos no tenían lista su armada naval, algo más moderna pero inferior en número. Ingleses, holandeses y franceses aprovecharon la coyuntura para arrebatar territorios y negocios españoles en Oriente. Las pocas guarniciones que no se rindieron fueron atacadas y masacradas, sin que los políticos españoles hiciesen casi nada para evacuarlos. También España se involucró en la guerra civil en la República Dominicana, restaurándose la soberanía dominicana, es decir, se volvió a una autoridad española condicionada.
Las tres décadas finales del siglo XIX comenzaron con el asesinato del carismático General Prim en 1870, uno de los pocos militares que no sumaban más derrotas que victorias en su carrera. De hecho, destacó en la Guerra de Crimea por su bien hacer sobre el campo de batalla, sobre todo por la disposición de la artillería, en una guerra que los expertos consideran “la primera guerra moderna”, contribuyendo a la victoria de los aliados contra Rusia. Tras perder la Florida Occidental en 1813, se cerraron muchas puertas en los Estados Unidos. Prim, con su entrevista con el Presidente Lincoln, abrió algunas, pues era un militar vanagloriado en todo el mundo, pero su asesinato volvió a cerrar la oportunidad de mejores relaciones con el coloso americano. La Guerra de Cuba (1868-1878) sería la primera de las tres que sangraría la Joya de la Corona Española, sumándose a la Tercera Guerra Carlista y los problemas cantonales en España.
De nuevo surgieron conflictos en el actual Marruecos, cuando se consiguió la cesión de Melilla a España en 1894. Un año después estallaron nuevas revueltas independentistas en Cuba y Filipinas, pero fueron controladas y hasta solucionadas en negociaciones satisfactorias, pero los Estados Unidos intervinieron, declarando la guerra a España en 1898. Menos de un siglo antes, estos «yankees» consiguieron su Independencia con nuestra ayuda, pero un país sin Historia no tiene memoria, solamente engulle todo a su alcance, como ya predijo el Conde de Aranda. El siglo XX, en 1900, los españoles despertamos despojados de Imperio, honor y de Historia, completamente arruinados, exceptuando a todos esos cobardes que se enriquecieron y siguieron dirigiendo un país agónico. Pero trabajador y orgulloso, el españolito supo rehacerse, a pesar de la rapiña de la clase política. En 1935 hasta se soñaba con la modernidad, la cultura y la prosperidad. Pero de nuevo todos esos personajes decimonónicos, que mandaban a la muerte por intereses propios en nombre de ideologías obsoletas, aparecieron con más rabia que nunca, convirtiendo España en un caos de sangre y pobreza. Un siglo después, tras los únicos 80 años de paz que este país ha conocido en los últimos 13 siglos, volvemos a lo mismo: al enfrentamiento de dos bandos por la mala dirección de los políticos, y con los mismos discursos y arengas de hace siglo y medio, los de siempre.
Durante el siglo XIX no se conoció un lustro libre de conflictos, estuvimos en guerra siempre entre nosotros (los territorios de ultramar éramos “nosotros” también) o contra países extranjeros. “Las Españas”, que ya cuajó como concepto en el siglo XVI y que solía definirse en los escritos de la Corona Española, se desintegró, ocasionando más de 1,3 millones de muertos solamente entre 1808 y 1814.
Si sumáramos todos los conflictos españoles por el mundo en dicho siglo, se superarían los 4 millones de muertos, la mayoría españoles enfrentados entre sí a lo largo y ancho del planeta. El conflicto más sangriento de la Historia de los Estados Unidos, la Guerra de Secesión, causó la muerte de 750.000 personas, también como consecuencia de una guerra civil sin sentido ocurrida en dicho siglo, pero representa menos de ¼ de las bajas españolas en sus conflictos decimonónicos.
En las guerras de Cuba se contaron sobre los 500.000 muertos, con casi 100.000 soldados que se habían movilizado desde la Península, encontrando allí la muerte.
En Venezuela murieron 320.000 personas durante la guerra de Independencia, pero durante el resto del siglo murieron más de 1.1 millones de personas violentamente en conflictos internos, de los que solamente el 30 % eran soldados.
El gobierno de los Estados Unidos de América durante el siglo XIX ordenó el genocidio de los indios americanos de los territorios antes españoles, asesinando a más de 370.000 indígenas. Entre 1868 y 1871 asesinaron también a 20.000 afroamericanos los encapuchados del Ku Klux Klan.
En la Guerra de Independencia de México murieron más de 300.000 personas y más de 40.000 soldados realistas. Tras la retirada española, el país entró en sucesivos conflictos bélicos internos y contra sus vecinos inmediatos, con más de 500.000 mexicanos muertos (sin contar las bajas enemigas), incluidos los más de 60.000 muertos contra los franceses. Al General Prim se le brindó la oportunidad de «recuperar» la soberanía española de México sobre el año 1865, algo que rechazó acertádamente, como catalán y conocedor de las «doctrinas independentistas», sabía que hubiese significado una «vuelta a lo mismo». Esta decisión de mando agradó a Abraham Lincoln, que lo recibió con los brazos abiertos. Ambos fueron asesinados a tiros de pistola, Lincoln poco después en el mes de Abril y Prim cinco años después.
En Colombia se declaró la Independencia con el balance de más de 100.000 muertos y otros tantos del bando Realista. También murieron casi 200.000 personas en un conflicto civil entre 1899 y 1902.
En los combates por la Independencia de Perú murieron más de 30.000 soldados de ambos bandos en las numerosas batallas hasta 1826. Aunque los realistas perdieron a decenas de miles de soldados de origen indígena que los acompañaban, los peruanos rebeldes fueron apoyados por chilenos y colombianos, de forma que se hace difícil calcular el número de muertos totales, que superó los 100.000 si contamos los conflictos internos inmediatamente ocurridos tras la retirada española. Endeudado Perú con todas las partes, además de con Inglaterra, sufriría las consecuencias en otra guerra contra España en la década de 1860s, con casi 20.000 bajas tras este segundo conflicto, y en el que no se resolvió a favor del ganador.
En la Guerra de Santo Domingo (1863-65) murieron 50.000 personas, la mayoría rebeldes separatistas.
En Ecuador se calcula alrededor de 50.000 muertos durante las batallas que decidieron su independencia.
Paraguay sufrió la pérdida de 300.000 personas en su conflicto vecinal desencadenado entre 1864 y 1870.
En Chile murieron hasta 1827 alrededor de 50.000 personas, unos 30.000 soldados en combate.
Un punto y aparte es Filipinas. Desde 1897 la alta burguesía filipina, educada en Madrid, lideró las más importantes revueltas para conseguir “reinar” en nombre de la Independencia, algo corriente y que demostró que la Independencia en América solamente fue un cambio de dominador y no de fundamentos ni libertades. Vamos, una sustitución de unos políticos por otros, como he demostrado con las masacres ocurridas tras la retirada española. Cuando intervino Estados Unidos en Filipinas, España ya había conseguido firmar una paz duradera y pactada con los líderes filipinos (solamente se castigó al ideólogo de la revuelta). Con un ejército de 25.000 hombres, solamente murieron 2.000 entre ambos bandos, y se llegó a un acuerdo. Se ofreció una igualdad total y ciudadanía española a todos los filipinos que no la tuviesen.
Contra los estadounidenses estaba preparado un gran ejército de 51.000 soldados españoles y filipinos, pero no se llegó a mayores tras la rendición española, sufriendo un total de 16.000 bajas en dicha guerra (contando las bajas en el Caribe también), por unos algo más de 3.000 los norteamericanos. Los españoles llevaban muchos años combatiendo y, aunque el número de soldados era similar a los norteamericanos, alrededor de 300.000 por bando, el estado físico y anímico de las tropas españolas era penoso. De todas maneras, sigo opinando que la pérdida de la flota precipitó una rendición que en España nadie deseaba, sobre todo cuando lo mejor de la Flota se encontraba retenida en Suez por los traidores ingleses.
La retirada de España de Filipinas precipitó el primer genocidio del siglo XX, efectuado por las tropas estadounidenses, y masacrando a más de un millón de filipinos hasta el año 1902, pues no querían permitir la invasión norteamericana.
Aunque cambió el archipiélago de dueño, miles de familias españolas siguieron viviendo, sobre todo en Manila, protagonizando otra masacre civil cuatro décadas después, esta vez efectuada por los japoneses cuando abandonaban Manila tras el avance de los Aliados. Asesinaron a más de 100.000 personas en dicha ciudad, en Febrero de 1945. La colonia española en Manila fue la más castigada, pues se refugiaron en el consulado español y sus inmediaciones, casi 50.000 españoles, alemanes, de otras nacionalidades neutrales, periodistas e hispano-filipinos, que serían asesinados a base de bombas y tiroteos indiscriminados, en un acto de consecuencias similares a la bomba atómica lanzada en Hiroshima. Franco se indignó, así como los españoles que se enteraron de la noticia, preparándose para una declaración de Guerra a Japón. Incluso se puso en alerta a la Flota y al Ejército, pero Estados Unidos y sus aliados se negaron, viendo un gesto tardío y de oportunismo por querer “pasar al bando vencedor” inmerecidamente (como ya los italianos hicieron).
Hay que tener claro que la mayoría de protagonistas rebeldes que dirigieron la Independencia de todos estos países, antaño “Las Españas”, ocuparon escaños en Cádiz, después de estudiar en los mejores colegios europeos. Fueron políticos que “engañaron” o manipularon las noticias llegadas de Europa, y aprovecharon su momento para conseguir un poder que ni en sueños podían alcanzar. Desde luego, los «libertadores» no eran esclavos ni muertos de hambre, vivían mejor que la mayoría de españoles peninsulares. Fue un acto de traición y avaricia personal, de oportunismo, entonces transformado en “patriotismo”, que no se puede concebir por su significado, ya que la única patria que conocían era la española, su única identidad. El «mar-océano» era la única barrera natural que nos separaba, una barrera cada vez más fácil y rápida de saltar.
De pequeño intentaba comprender, como valenciano parlante, como “reino sometido al Borbón”, porqué los españoles americanos nos traicionaron cuando compartían más lazos con Castilla que nosotros sus vecinos (hablamos otra legua y tenemos otras costumbres). Porqué nos abandonaron a una guerra contra el francés (y el inglés de paso), cuando las fuerzas reunidas de Las Españas pudieron superar los 2 millones de soldados bien preparados, acompañados por más de 65 galeones de guerra y más de un centenar de buques de guerra menores también poderosos. Reconozco que sigue siendo para mí una incógnita, sólo explicable por la corrupción política y una buena “oferta” que franceses e ingleses les mostraron, comprando sus voluntades. Y por eso me persigue la idea de que nos traicionaron y de paso a ellos mismos, ya que el mundo sería distinto si hubiésemos continuado juntos y en armonía. Ese es el mal que siempre persigue a nuestra cultura hispana.
Si se sabe sumar, se comprobará que franceses e ingleses ganaron por partida doble: España se quedó indefensa en su propio país, atendiendo sus propios problemas internos, y perdió decenas de miles de buenos soldados peleando contra otros españoles en América. Paradójicamente, la conquista de Sudamérica comenzó con una guerra entre españoles en los inicios del XVI. Les entregamos el mundo a estas sabandijas genocidas como son los anglosajones (yankees y británicos) y franceses traicioneros y oportunistas. Como dijo Bismark: “son los más temibles estos españoles, ya que sobreviven como nación a pesar de su carácter autodestructivo”.
La política seguida por los “herederos decimonónicos” no cambió durante el siglo XX, ni tampoco en la actualidad. Continuamos supeditados a los absurdos adoctrinamientos y religiones (ahora los medios y redes sociales) para aborregarnos, e ignorar el individualismo con el pretexto de un “bien para el colectivo”, cuando solamente se benefician la clase política y grandes empresas. Ni siquiera Internet, que nació para conectarnos y que reinara el sentido individualista y la Libertad, se libra de la corrupción para el manejo de las clases dirigentes. En fin, construyendo herramientas para mejorar, las convertimos en una tecnología inservible, porque a los psicópatas que nos dirigen les interesa controlar a una masa ignorante y manipulable, como carne de cañón que se sume a los millones de muertos para sus guerras. Al menos, que los hispano-hablantes sepan de esta historia de sangre que nos acompaña, siempre contra nosotros mismos, cuando el enemigo lo tenemos en casa y debió ser ninguno o el extranjero, al que hemos dejado dominar el mundo.