Paradoja y adoctrinamiento serían dos consecuencias del documental “Una Verdad Incómoda”, presentado en 2006 y que cambió la mentalidad de al menos la mitad del planeta, consecuencia que nos ha llevado a locuras como la «insostenible» Agenda 2030 o a justificar cualquier fenómeno natural adverso como causa del Calentamiento Global. Resultó un documental concluyente y convincente, pero si analizamos parte por parte, ya no debería preocuparnos tanto sus afirmaciones, pues queramos o no, resulta muy fácil romper el equilibrio de la naturaleza, sin necesidad de nuestra intervención y hasta el planeta tiene su fecha fatal. Nada es eterno.

Cuando numerosos científicos han ido demostrando que los seres humanos no son realmente causantes de dicho Calentamiento Global, sobre todo cuando científicos españoles, investigando por la Antártida, descubrieron que el agujero en la capa de Ozono se había tapado por sí mismo, se tuvo que variar el concepto por “Cambio Climático”, más acertado y que sí puede ser aplicado para satisfacer cualquier método científico demostrable, ya que sufrimos cambios climáticos desde que se formó el Planeta Tierra. Así que toda esa maquinaria política y económica que rodó desde dicho 2006 resulta imparable, favoreciendo a grandes corporaciones que han invertido parte de su capital en un futuro “sostenible”.

A pesar de que el documental puso a Al Gore por las nubes, no fue suficiente para llegar a la presidencia de los EEUU. De haber conseguido superar a Bush, o prosperado la denuncia por el “pucherazo” en aquellas fraudulentas Elecciones de principios de siglo, hoy en día, tanto el fenómeno Woke, como el programa pseudo-ecologista estarían infinitamente más enraizados en Occidente y, posiblemente, hasta en la otra mitad del planeta, la mitad dirigida por dictadores islámicos y comunistas.

El documental “Una verdad incómoda” justifica estar en contra a todo lo que parezca “científicamente negativo para el planeta, a pesar del ser humano”, curiosamente una tendencia “izquierdista” (pero de manera hipócrita pues lo es por conveniencia), invitando al espectador a tomar ciertas decisiones éticas incoherentes. Lo más peligroso es que se ha convertido en doctrina y todo el que rebata sus teorías se torna un “negacionista” y un fascista, simplemente porque la Izquierda se ha apropiado del concepto “sin permiso”. Existen numerosos ejemplos de pobres que votan a la Derecha y ricos artistas y evasores de impuestos a la Izquierda. En esta cuestión del ecologismo ocurre lo mismo.

Os voy a poner un ejemplo paradójico en España referente a la fauna. La reintroducción de especies como el lince ibérico y el lobo cuesta a los contribuyentes más de 100 millones de euros (70 sólo para el lince), cuando la evolución los había extinguido prácticamente. Nos cuentan en lindos documentales el éxito de estas especies reintroducidas, pero ocultan los problemas de todo tipo que están ocasionando, como el atropello constante de ambos por las carreteras españolas, los ataques en granjas y el “abandono” forestal de los bosques que, junto a la retirada de las barreras en los ríos, provoca bajadas descomunales de agua en situaciones de gota fría como la DANA. Cuando se pretende “recuperar el equilibrio”, resulta que las consecuencias suelen ser peores, y es porque los científicos están politizados (son seres humanos) y provocan decisiones equivocadas con su silencio.

Y es que desafiar a la evolución nos obliga a “jugar a ser dios”. ¿Por qué salvar unas especies y otras no? Es una de las cuestiones que nunca comprenderé. Se responsabiliza al ser humano corriente por todo lo que parece negativo, como la dicha extinción de especies, cuando éstas “perdieron” frente a un superpredador más letal: el homo sapiens, nosotros. Ley de vida. También se nos achaca el aumento de CO2, por ejemplo, pero sin dicho compuesto sería imposible la vida, una de las paradojas de las que os cuento al principio y que se pueden enumerar otras todavía más llamativas, a costa de ridiculizar a todos estos fanáticos.

El documental nos cuenta que “nosotros”, los homo sapiens, “hemos logrado trastornar el equilibrio de la Tierra y que nuestras actividades han sido la principal herramienta para ocasionar el Cambio Climático (antes llamado Calentamiento Global).” Inmediatamente después de esta afirmación, aparece un volcán en erupción, arrojando a la atmósfera millones de toneladas de residuos sólidos, cenizas, CO2 y otros gases nocivos. Genial, pues solamente éste contamina más que todos los coches (con catalizador) del planeta juntos, y en estos momentos existen más de 30 activos. Importante paradoja que se nos presenta y que parece que nadie se percató de la contradicción. De modo que ese equilibrio del que se habla, se puede romper perfectamente con la erupción repentina de volcanes latentes, por ejemplo el de Islandia o el de Canarias en las últimas fechas.

La cuestión del CO2 es todavía más discutible en el documental, pues primero se reconoce que se mide su índice desde 1958, pero luego se inventa un gráfico de los 1000 años pasados, como si se tuviesen datos anteriores a dicho 1958. Es una trampa de ilusionista demasiado subjetiva y poco seria. Los registros de la Antártida no representan los niveles del planeta en su conjunto. En el documental, el político (Al Gore) dice lo que se quiere escuchar, y no se cae en la cuenta de que sus datos son más que discutibles científicamente. No quiero decir que sea bueno continuar con el gasto de combustibles fósiles, todo lo contrario, pero tampoco es ético usar a la Ciencia para mentir, llevando el relato a una dirección interesada.

En fin, El físico atmosférico del MIT Richard Lindzen criticó duramente el documental. Escribió en un artículo de opinión en Wall Street Journal, que Gore estaba usando una presentación sesgada para explotar los temores del público para su propio beneficio político. El director del documental, Davis Guggenheim, que todavía no se creía el inmenso éxito cosechado, pensó en una segunda parte, yendo más allá, y produjo una película llamada “Una verdad muy incómoda: ahora o nunca”, estrenada en 2016 y en las salas de cine en 2017. Durante una década la población y, sobre todo, las generaciones más jóvenes se adoctrinaron con el documental, así que la secuela simplemente reafirmó las teorías, sellando en el público todo aquello que todavía no se atrevía a hacer, por ejemplo, convertirse en vegetariano y/o vegano, ecologista, animalista, etc.

Estos humanos que criticaban la ruptura del equilibrio de la Tierra, producían ahora una ruptura en el equilibrio mental de los seres humanos. Esta lectura es quizás la última paradoja que se me ocurre, para finalizar la historia, pues de ser los principales actores de ella, hemos pasado a ser simples pasajeros del planeta, cuyo bienestar depende de las decisiones políticas de unos “chiflados del Clima”.

El huracán Katrina, con todas sus versiones anuales, la Pandemia y las inundaciones cíclicas que ocurren en todo el globo, como los monzones y la gota fría, con mayor o menor intensidad, se usan ahora como armas políticas según convenga a los charlatanes de turno, así que terminan por eliminar el criterio individual y aborregar a la gente. Los estados, en vez de procurar evitar los desastres, que son previsibles, tal y como llevan haciendo en Países Bajos, por ejemplo, desde hace décadas, le dan la vuelta a la tortilla y se escudan en el cambio climático y en nuestra culpa por provocarlo, algo que visto con atención, no es cierto.

Se necesita de un profundo revisionismo científico, se necesita conocer la verdad completa y no sesgada, como ocurre en estos documentales tremendistas, con la lista correcta de pros y contras para las medidas a seguir y, sobre todo, se necesita de una consulta al pueblo para las cuestiones importantes. Si hay equivocación, equivocarnos todos y no los cuatro “espabilados” que invierten, y aunque conozcan la equivocación, siguen con el engaño a costa de la vida de miles de personas. Estamos todos en el mismo barco, tenemos la misma responsabilidad para con nuestra especie.

César Metonio

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