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Al-Ándalus fue una cultura crucial para el desarrollo de Europa y le debemos a esta el único haz de luz de toda la Edad Media, sobre todo durante los tres primeros siglos (VIII-IX-X). Mientras la Cristiandad se sumía en el dolor de las guerras y el oscurantismo, motivados por la certidumbre en la venida del Fin del Mundo, cuya fecha límite se calculó para el año 1000, en la Península Ibérica, la cultura en general se sofisticó y alcanzó unos niveles que superaron incluso los de Oriente, en un proceso relativamente rápido, primero por “acumulación de información”, captando toda la sabiduría de las escuelas orientales más importantes (de Damasco y Bagdad principalmente), para crear al mismo tiempo una cultura propia y convertirse en la más avanzada del mundo.
Durante muchos siglos se ha confundido a los sabios andalusíes con autores del Norte de África y Oriente Medio de la cultura en lengua árabe, y eso se debe al intento de los cristianos por borrar todo rastro de dicha cultura de la Península Ibérica tras la Reconquista. Pero la “luz andalusí” fue tan potente que ha quedado mucho rastro, en forma de construcciones y restos arqueológicos, y por el Mediterráneo en forma de manuscritos de todo tipo que nos cuentan, de primera mano o por historiadores, gran parte del legado inmenso, tras casi ocho siglos de permanencia.
Los andalusíes fundaron ciudades y emigraron por todo el Mediterráneo, y sus gentes conservaron y transmitieron su cultura, confundiéndose al poco con una más global que los occidentales no diferenciamos, hasta que investigadores e historiadores en general, se han tomado la molestia de mostrarnos, con todo detalle, las diferencias en tiempo y espacio de cada característica diferenciadora entre ellas.
Desde siempre ha habido investigadores que lograron traducir textos o encontrar objetos significativos de esta cultura. Seguían su rastro y nos contaban sus conclusiones, pero nunca dieron, por separado, una impresión de extremada grandeza. A partir de la década de 1980s, numerosos eruditos y traductores españoles viajaron hacia Oriente Medio, sobre todo a las bibliotecas históricas de Damasco, Bagdad, Estambul, Jerusalén y otras ciudades de ilustre pasado, para realizar traducciones a una vasta colección de manuscritos andalusíes, pero las guerras que se han sucedido desde 1990 cortaron el inmenso trabajo que se estaba realizando. Fue por esas fechas, por ejemplo, cuando se descubrió y confirmó que el sabio Abu al-Qāsim Abbās ibn Firnās, nació en Ronda por el año 810, y aunque se le venera en Irak y otras localizaciones de Oriente Medio, Túnez y Egipto, desarrolló toda su vida filosófica y científica en Al-Ándalus, falleciendo en Córdoba en el 887. La aparición de textos que corroboraban esta información confirmaron por fin la tesis de que nuestro Armen Firman, su nombre en romance, y el ibn Firnās irakí eran la misma persona (aunque nunca se negó, bien es cierto).
Era tal el nivel de sofisticación cultural de Al-Ándalus, que se puede comparar el grado de alfabetización de la población con la España de principios del siglo XX. Se han encontrado miles de manuscritos de gente corriente, así como artesanos, comerciantes y funcionarios, dominando como mínimo el árabe escrito, aunque las grandes minorías religiosas conservaron e incluso sofisticaron también sus lenguas propias, los judíos el hebreo y los cristianos el latín y el romance, aunque este último no se escribió de forma corriente y aceptada hasta mediados del siglo XIII al menos. Curiosamente, el romance fue la lengua hablada común a todos ellos en la Península Ibérica, señal inequívoca de que no era políticamente aceptada. Las pruebas de este hecho son numerosas, contadas por personajes ilustres en sus correspondencias privadas desde el siglo IX al menos. Todos eran como mínimo bilingües, un rasgo que siempre ha caracterizado a los ibéricos desde antes incluso de la Romanización.
Cada mezquita poseía su almadraba (escuela), donde aprender a leer y escribir. Esto explica la gran profusión de poetas y narrativos que surgieron, sobre todo, a partir del siglo IX. La aparición de un nuevo soporte, mucho más fácil y barato de producir, como fue el papel, redobló esta “moda”, haciendo necesaria la construcción de escuelas superiores y escuelas para traductores, como ocurrió en Toledo. Podemos comparar el boom del papel como ocurre en el presente con el teléfono móvil, una moda positiva en el aspecto de transmisión cultural de masas, pero también más difícil de “controlar”, pues entonces la información ya no era dominio exclusivo de las élites. Podemos relacionar perfectamente la desintegración del Imperio Omeya en Taifas, por la difícil dominación del califa con unos súbditos más ilustrados, capaces de elegir la postura política que más les interesaba. Esta experiencia “negativa” para las clases dirigentes “enseñó” a los políticos y religiosos cristianos la poca conveniencia de un pueblo “ilustrado”, así que hicieron todo lo posible por mantenerlos analfabetos y dedicados exclusivamente a sus quehaceres, que era en un casi 90 %, cultivar la tierra y pescar.
Resulta llamativo cómo adaptan las estrategias los políticos a sus tiempos. Si hace mil años, para los cristianos, el arma fue obstaculizar a la gente corriente el mecanismo a la información para que prevaleciesen sus puntos de vista, hoy en día resulta exactamente lo mismo, pues si antes vetaron el acceso al conocimiento, hoy intensifican dicha información hasta saturar y tergiversarla, por cantidad, tratan y manipulan a una masa ignorante del mismo modo. Porque como aficionado a la Historia, os puedo asegurar que las clases dirigentes y políticos les importaba y les importan nada más que enfrentar a la sociedad consigo misma: enfrentar a cristianos con musulmanes, enfrentar a ricos y pobres, despreciar y odiar al prójimo y crear problemas para conseguir fama y riqueza. Siempre ha sido así y siempre lo será, hasta que prescindamos por fin de esta clase de oficio para charlatanes, los verdaderos culpables de las guerras y las miserias.
La aparición de un sabio como Armen Firman a mediados del siglo IX nos da a entender que Al-Ándalus ya configuraba su propia personalidad intelectual, como colectivo y como individuos en dicho siglo. Será a partir de dicha fecha cuando comienzan a aparecer talentos en todas las ramas del saber y, al menos, una docena de ellos, protagonizarán un desarrollo capital que influirá de forma determinante en la Península Ibérica y luego para Europa, sin olvidar que enriquecerá y modernizará también la cultura de origen, esto es hacia el Norte de África y Oriente Medio. Empezaré por este gran sabio Armen Firman, un maestro por el que surgieron otros talentos y que pone nombre a un cráter en la Luna.
Abu l-Qāsim Abbās ibn Firnās cultivó la Filosofía. Se considera un proto-humanista y destacó como gran físico, químico, ingeniero y precursor de la aviación, siendo el primer ser humano que voló en un aparato más pesado que el aire, manteniéndose suspendido durante 10 segundos en un artilugio inventado por él mismo y superados los 60 años de edad. No volvió a intentarlo, que se sepa, pues su caída resultó muy violenta, pero dejó constancia de sus errores técnicos, ya que olvidó construirse una cola para resistir mejor al aire y maniobrar para el aterrizaje. Unos años antes de esta proeza, se lanzó desde la torre de Córdoba sosteniendo una gran lona que ralentizase la caída, inventando el primer paracaídas de la Historia.
Como ingeniero quiso aplicar sus conocimientos construyendo numerosos aparatos y desarrolló valiosos métodos científicos. A él le debemos un reloj de agua o clepsidra (Al Maqata) que revolucionaría las técnicas hidráulicas de su tiempo, mejorando las norias y otros sistemas de extracción y distribución del agua. Junto a la Al Maqata, construyó los primeros autómatas para deleite de la corte califal. Inventó el tallado sobre el cristal de roca cuando solamente era conocido por los egipcios en secreto. Así que se pudo fabricar vidrio por primera vez en Europa. Como gran astrónomo, construyó una esfera armilar y un planetario usando por primera vez en Europa las tablas de Sinhind, originarias de la India. Pero también fue gran esotérico, pues sus aptitudes como astrólogo y poeta le sirvieron para entrar en la corte del Califa, tanto de Adderramán II como luego de Mohamed I.
Pero su contribución a la Ciencia y al Arte fue inmensa. Como músico también destacó por la mejora de los instrumentos e ideó un método para escribir y recitar las canciones, entonces casi recitaciones monótonas y rezos, para darles más melodía. Su larga y productiva vida de 77 años dejó un legado importante y unos discípulos que destacarían a su vez como grandes en sus áreas, provocando una época de esplendor de las artes y de las ciencias similar al ocurrido en la cristiandad quinientos años después, precisamente, tras el estudio de las traducciones de estos sabios andalusíes, que tradujeron al árabe los tratados científicos más importantes, el legado greco-romano de Aristóteles, Pitágoras y cía.
Aquellos primitivos sistemas de autómatas diseñados por Armen Firman en sus clepsidras, llegarán a su máxima expresión con otro sabio, casi un siglo y medio después. Se llamaba Ibn Jalaf al-Muradí, que diseñó un prototipo de bicicleta, una escafandra y máquinas variadas para la guerra. Se ha podido recuperar su “Libro de los Secretos”, fechado en el año 1000, un compendio de sabiduría e inventos de varios autores y sobre él mismo, que nos muestra claramente lo avanzado tecnológicamente y, en general, la cultura andalusí, con respecto a los demás países de su entorno. Los avances andalusíes se aplicaron en pleno siglo XV como “innovaciones tecnológicas”, por ejemplo en la Navegación, propiciando el Descubrimiento de América, más de cinco siglos después de la edición de los tratados en árabe.
La Medicina andalusí recopilaba todo el saber de Oriente. Se conocía el remedio específico para cada dolencia y enfermedad. Dominaban la farmacopea, eran capaces de las intervenciones quirúrgicas más avanzadas y cómo curar huesos rotos. Insólitamente, muchas de las técnicas y herramientas usadas hace más de mil años por estos doctores, se siguen usando en la actualidad, así como el protocolo sanitario y el modelo hospitalario. Eran capaces de practicar empastes dentales con la misma consistencia que en la actualidad y los andalusíes mejoraron y ampliaron el conocimiento científico vinculado a la Medicina y la Salud.
La lista de grandes médicos andalusíes es muy vasta. A todo el saber científico que se traía desde Oriente Medio, se sumó a mediados del siglo X los conocimientos de Avicena, el padre de la medicina moderna. Numerosos estudiantes andalusíes se formaron en Bagdad y regresaban para aumentar sus conocimientos y desarrollar sus propias técnicas ya en suelo andalusí.
Abulcasis (Abū ’l Qāsim Khalaf ibn ‘Abbās al-Zahrāwī), nacido en Medina Azahara en 936 y fallecido en Córdoba sobre el 1013, está considerado el padre de la Cirugía Moderna. De los conocimientos adquiridos en Bagdad, contemporáneo de Avicena, diseñó las herramientas quirúrgicas y las técnicas operatorias que han llegado a nuestros días casi sin alteración. Está considerado el mejor cirujano de la Edad Media, así que no es de extrañar que todos los grandes nobles y monarcas de Europa hiciesen cola para tratarse en la corte cordobesa.
Entre otras cosas, Abulcasis inventó el fórceps, así como la sutura interna degradable (catgut). Identificó por primera vez la hemofilia como una enfermedad hereditaria. Desarrolló tratamientos para las cataratas, así como el diseño de instrumentos quirúrgicos para su cirugía. La mayoría de aparatos y herramientas siguen en vigor hoy en día con leves modificaciones. Legó el al-Tasrif, una enciclopedia médica de treinta volúmenes, cuyo capítulo de Cirugía se tradujo al latín para ser el libro referencia de la medicina europea por más de cinco siglos. El médico especialista ocular Al-Gafequi, nacido en Belalcázar y fallecido en Córdoba en 1165, recogió el testigo de ese gran maestro para convertirse en el mejor cirujano ocular de su tiempo. Fue uno de los primeros en extraer una catarata con éxito y su testimonio se guarda en un manuscrito original guardado en El Escorial.
Otro científico vinculado a la Medicina pero en el apartado de la farmacopea sería Ibn Yulyul (Suleimân ibn Hasan ibn Yulyul Abû Dâwûd), nacido en Córdoba (943-992?), realizó un inmenso trabajo de recopilación del tratado de Discórides sumando las sustancias y tratamientos descubiertos en la misma Al Ándalus. También realizó extensas biografías de los sabios de la Antigüedad y, entre sus consejos médicos, rechazaba a los profesionales que todavía usaban las sangrías como tratamiento para algunas dolencias. Otro destacado en este campo fue Ibn al-Baitar (Ḍiyāʾ Al-Dīn Abū Muḥammad ʿAbdllāh Ibn Aḥmad al-Mālaqī), nacido en Benalmádena (Málaga) en 1197, falleció en Damasco en 1248. En su obra principal, describe más de 1400 plantas con su uso terapéutico y fue la más usada y traducida de la Edad Media. De hecho, su nombre “al-baitar” da nombre a la profesión de botánico en árabe.
Sería en ese siglo, el XII, cuando los médicos andalusíes ya eran respetados en todo el mundo conocido, por cantidad y calidad. Aparecen médicos de la talla de Avenzoar (1070-1161), pionero en la experimentación sobre animales antes de con humanos, Abubacer (1005-1185), el famoso Averroês (1126-1198) y Ibn Baijah (¿-1138), que trató por primera vez enfermedades con música. De la siguiente centuria podemos destacar a Ibn Nafis (1213-1288), que fue el primero en describir la circulación sanguínea. Si os habéis fijado, todos ellos tuvieron una vida de lo más longeva, a pesar de tener contacto con enfermedades contagiosas y letales para la mayoría, una señal de que sus conocimientos estaban muy avanzados a su época y que, en ese aspecto, el resto de Europa no alcanzaría ese nivel hasta el siglo XVII al menos. Conceptos como «dieta», «higiene», «desinfección», suponía un adelanto desconocido en el resto de Europa, donde las continuas epidemias de Viruela, Peste Bubónica, Sífilis y otras enfermedades, asolaban el continente, cuando en Al Ándalus se combatían con más éxito.