A comienzos del siglo XVI, justamente en 1509, aparece la figura del Conquistador español, primeramente como elementos residuales de milicianos y del ejército, que marchaban al Nuevo Mundo en busca de gloria y fortuna, mandados desde la Península, con pocos recursos y con un puñado de soldados, cuya mayor ambición era huir de las guerras en Italia o de alguna cuenta pendiente con las Autoridades. En esas fechas, a pesar de que se van explorando nuevos territorios, apenas se han adentrado en el Continente y sus actuaciones, muchas veces crueles, despiertan cada vez más las antipatías y hasta el odio en las comunidades indígenas.
Es en este año de 1509 cuando aparece Vasco Núñez de Balboa, figura que los españoles entendemos como Conquistador Español y no ese número indefinido de personajillos, marrulleros y muchas veces asesinos que nos han conducido, desgraciadamente, a sufrir la “leyenda negra”, a diluir el buen hacer de hombres de razón y que apuntaban las bases a sus contemporáneos para desarrollar una acertada política con los indígenas, expandirse territorialmente y fundar asentamientos civilizados.
Vasco Núñez de Balboa, nativo de Extremadura, era un hidalgo joven, experimentado en el ejército y pobre como una rata. Cuando arribó a La Española (actual Haití), en 1501, enseguida observó los abusos que sus compatriotas cometían, en todos los sentidos. Se dio cuenta de que la lejanía con el Órgano de Poder, confería a los Representantes de la Corona una autoridad sin límites y siempre terminaba en un verdadero reguero de sangre a la mínima diferencia, tanto entre compatriotas como con los nativos. En 1511, tras un desastroso intento de conquista por distintas zonas del Caribe, acampados en su base de Sta. María de la Antigua de Darién, su grupo se amotinó, destituyó a sus jefes y se mandaron expulsados a Santo Domingo. Por elección unánime, los algo más de 300 soldados lo elegirían como Capitán. A partir de este momento, la Conquista cambiaría sus valores, Vasco Núñez se convertiría en un hombre “pacificador”, justo, que respetaría las costumbres y a las gentes nativas, mediando con los caciques tribales e imponiendo el sentido global de Justicia a todo territorio que exploraba. Sus éxitos llegaron a la Península en forma de “tesoros” y nuevas tierras para la Corona, descubriendo el Océano Pacífico. La Corona Española, obviando el perdón y con la intención de ordenarle con títulos y nuevo cargo, quizás de Gobernador, decidió “invertir” con más recursos. Pero es también obvio que la Corona nunca olvida. Para los ciudadanos honrados y sin recursos ningún hecho contra “lo establecido” queda impune. Eso no ha cambiado nunca.
En 1514 la Corona envió como nuevo Gobernador a un viejo ignorante y más duro incluso que los jefes que motivaron el motín. Relegaban así a Vasco de su cargo de Gobernador interino a mero capitán, de los varios que habían. Los 1500 soldados experimentados y crueles, de guerras en Italia, protegerían al nuevo señor de las Américas. En muy poco tiempo se las arreglaron para destrozar todo lo realizado por este magnífico hidalgo, llegando en 1519 a asesinarlo, montando una pequeña farsa de juicio sumarísimo, que duró apenas unos minutos. Este ejemplo de actuación “por decreto”, típico, como decía Unamuno, de nuestra envidia, se repetirá a lo largo de la Historia de España. Iniciativas nobles y dirigidas desde la razón, serán barridas por esa misma gentuza que provocaría nuestra “leyenda negra” y que nos ha acompañado hasta la actualidad. En su efecto contemporáneo, tras varios siglos de indiferencia, nos ha empujado a querer integrarnos en grupos de naciones donde quizás “perdonen pero no olvidan”: OTAN, M.C.E., Unión Europea, F.M.I. Zona Euro, etc. El futuro dirá si fue acertado o no, pero el presente nos dice que todo lo “elegido” por los Gobiernos de España no han sido nada acertados, más que para los miles que se han enriquecido desproporcionadamente. ¿Qué hubiese sucedido si personajes ilustres como Núñez de Balboa hubiesen encabezado la Obra de España?