El equipo de www.qvo.es ofrece su más sentido pésame por las víctimas del COVID-19 a las familias, por eso muestra desde el inicio de esta terrible Pandemia un lazo negro en todos sus post.
Cualquiera que sea aficionado a la Historia y a la Geografía no dejará de sorprenderse con la mezcla que el ser humano está experimentando desde hace ya varias décadas. El Transporte, que ha evolucionado en precio, confort y rapidez, y las comunicaciones multimedia, que puede relacionarnos sin una presencia física, ha hecho posible que numerosas parejas “multinacionales” dejen de ser “exóticas”. El ejemplo más sorprendente lo vemos en la recién disputada Final U. S. Open de Tenis Femenino, con dos jóvenes que han pasado el umbral de la fama gracias a este deporte y que tienen ambas un árbol genealógico de lo más curioso.
Por el lugar de nacimiento, Leylah Annie Fernández y Emma Raducanu son canadienses. La primera nació en Montreal y Emma en Toronto. Pero si nos fijamos en sus nombres y apellidos, lo de “canadienses” fue más bien por accidente o, a mejor decir, por motivos laborales, ya que ningún antepasado de ambas chicas nacieron en suelo norteamericano (salvo la mamá de Leilah). Si observamos el apellido de la Campeona Emma, ya podemos deducir su origen casi con exactitud, o al menos situarlo en la Europa del Este y, a pesar de que su apellido materno se “suprimió” tras la boda con Ian Raducanu, también sorprende el nombre de pila materno: Renee.
Los padres de Emma Raducanu se dedican a los negocios de exportación. Ian es de origen rumano y Renee es china. Se conocieron hace más de dos décadas, se enamoraron y se casaron en tierras canadienses. Por eso Emma nació en Toronto hace 18 años, pero siendo una niña de dos años, los negocios de sus padres la obligaron a establecerse y crecer en la ciudad de Londres junto a ellos. Un rumano (Europa), una china (Asia) con hija canadiense (América) y residiendo en Inglaterra. ¿No es maravilloso? Quizás el círculo se cerraría si Emma se enamorara de un africano o australiano, ya sería el no va más. Desde luego, visitar a los abuelos resulta toda una aventura, pues debe viajar hasta Rumanía o China para verlos en persona.
Pero el árbol genealógico de su rival en la Final es todavía más espectacular si cabe. Leylah Annie Fernández, de 19 años, lleva un apellido que nos resulta de lo más familiar, pero no es de origen español. Bueno, el apellido sí, pero su padre es nativo de Ecuador. Ya tenemos que por parte de padre: origen europeo establecido en Sudamérica. Y su mamá es canadiense de ascendencia filipina, así que tenemos otra vez un origen asiático, además del Sureste y de una isla que también fue dominación española por casi cuatro siglos, como lo fue Ecuador. Probablemente emigraron el pasado siglo, así que su genética filipina se mantiene todavía muy “fresca”.
No es de extrañar entonces que la mezcla racial en estas chicas nos haya resultado dos super-atletas, pues ambas llevan batiendo récords a las tenistas más jóvenes en ganar grandes títulos o llegar a semifinales de Gran Slam. Si Emma tuvo relativa facilidad para encontrar pistas y entrenadores para una mejor preparación, a medida que crecía en el Tenis, Leylah lo tuvo algo más difícil en Montreal, pues no la consideraron “apta” en las pruebas. Así que su padre Jorge Fernández cambió el Fútbol, deporte en el que fue profesional, para entrenar a la hija en su tenis. Además de prepararla físicamente y en la mejora de su técnica, le insufló el valor competitivo y duro de la Alta Competición, fijando ejemplos en jugadores de fútbol estrellas de la actualidad, como Messi. Ambas chicas, con métodos distintos, han sabido competir sin rendirse desde el primer minuto, y ambas seguro se mantendrán en los primeros puestos del ránking durante mucho tiempo.
De modo que ambas chicas hablan con fluidez numerosos idiomas. Ambas se preparan desde niñas en los estudios académicos y realizaron numerosas actividades extra-escolares. Ambas son el presente y el futuro de los seres humanos en este mundo globalizado, aunque los políticos se empeñen en mantenernos estancados en unos valores decimonónicos, con paradójicas cuestiones económicas y nacionalistas que deben cambiar radicalmente, para ocuparnos del ser humano y no de las empresas, porque éstas vienen y van, se cierran y abren otras, pero el ser humano debe perdurar, y siempre mejorando la especie, estrechando las fronteras y relacionándonos con los más alejados, que es la mejor manera de “refrescar” nuestra genética. Para el 2050 superaremos los 9.000 millones de habitantes en el planeta Tierra, debemos ocuparnos de que se viva mejor que en la actualidad.