La isla de Nueva Guinea es la segunda mayor en superficie del mundo, con casi 800.000 km2. Si contamos los archipiélagos cercanos, supera los 883.000 km2, hecho que consta políticamente, ya que su jurisdicción pertenece a uno u otro lado de los dos territorios con que se divide. El aérea que nos interesa es la parte Este de la isla, perteneciente a Papúa Nueva Guinea, una extensión que divide casi en dos la inmensa isla. Dicha extensión abarca algo más de 462.000 Km2 (casi como España), y tiene una población de poco menos de 9 millones de habitantes y más de 800 lenguas habladas. Al Noroeste de Papúa Nueva Guinea se encuentra el río Sepik, que comparte un pequeño meandro con su país vecino (políticamente Indonesia).
El primer registro de europeos en la isla data de 1526, por el navegante portugués Jorge Meneses, precisamente explorador hasta la costa donde desemboca el río Sepik y las islas adyacentes. Pero no sería hasta 1545 cuando el explorador español Íñigo Ortiz de Retez, registró gran parte de la isla, desembarcando en numerosos puntos y puso nombre a la isla, con el que actualmente se conoce, además de bautizar las zonas más relevantes, registrando una detallada descripción de Nueva Guinea. No halló en ella nada interesante que destacar. La similitud de sus frondosas selvas con las africanas que acababa de visitar, le llevó a bautizarla como la costa guineana.
Unos años antes, por el 1542, Pizarro y Orellana exploraron el Amazonas, a más de 16.000 kms de distancia del Río Sepik si navegamos por el Pacífico. Un fraile español llamado Gaspar de Carvajal, relató los encuentros con la cultura indígena encontrada, describiendo centenares de edificaciones y ciudades a lo largo de muchos kilómetros por el río más largo y caudaloso del mundo. Curiosamente, aquellos primeros exploradores encontraron lo mismo en tres continentes: selvas frondosas e indómitas, pero habitadas en África y Sudamérica. En el río Sepik no consta el encuentro con indígenas salvo en su desembocadura, principalmente porque los españoles que fueron no se adentraron suficientemente, o los pocos humanos que encontraron no merecieron una descripción. Esto lo cuento porque existe una relación directa entre muchos indígenas del Amazonas con los del río Sepik, una relación científica y que la genética, a pesar de la inmensa distancia, reveló hace poco para asombro del mundo.
Gaspar de Carvajal describió que durante la expedición, tomaron contacto con una tribu indígena formada solamente por mujeres, y que otras tribus del entorno, ya mixtas, les rendían vasallaje. Por este motivo llamaron al inmenso río Amazonas. El Sepik es un río más modesto, pues mide unos 1100 kms, pero es el segundo más largo que se pueda encontrar en ninguna otra isla del mundo. El Tajo, siendo el más largo de España, apenas supera los 1007 kms. El Sepik desemboca directo al mar, sin delta ni otro obstáculo. Sus aguas no están contaminadas y resulta uno de los sistemas fluviales primarios mayores del planeta. Nunca fue un lugar atractivo para el asentamiento de colonos europeos, ya que sus tierras selváticas son improductivas para la agricultura, sus árboles no dan frutas comestibles, aparte del coco, que las da cada 15 años, no se localiza piedra para la construcción de sólidas edificaciones, a menos que se trasladen desde la lejana cordillera de Bismark, miles de cocodrilos gigantes infestaban sus aguas y millones de mosquitos transmisores de enfermedades, como la malaria, vuelan día y noche entre una lluvia cuantiosa que dura meses sin parar. De las tres selvas exploradas en tres continentes, ésta era la peor para instalar un asentamiento.
No sería hasta 1885 que una expedición alemana se decidiese a remontar parte del río, descubriendo que existía la “Cultura Sepik”, con más de 70.000 indígenas que no se entendían entre ellos, pues hablaban más de 500 dialectos regionales distintos. El ansia colonialista tardía de estos alemanes descubrió unos seres humanos que se habían mantenido desconectados del resto, en una época que se consideraba retrasada, una “cultura neolítica”. Pero es nuestra visión egocéntrica del mundo la que nos obligó a catalogar otras culturas despectivamente, cuando son simplemente “distintas tecnológicamente”, y con otras necesidades.
Primero portugueses y españoles dominaron las rutas del Pacífico, descubriendo miles de islas durante el siglo XVI, cuando los españoles registraron las inmensas Nueva Guinea, Borneo y hasta Australia, pero no enviaron colonos o establecieron asentamientos que perduraran. Un siglo después llegaron ingleses y holandeses a rivalizar comercial y militarmente, para sumarse al fin los franceses, pero ninguno contactó con la cultura del Sepik. En 1884 se fundó la actual ciudad de Madang por los alemanes, que la llamaron primeramente Friedrich-Wilhelmshafen, al Noreste de la isla, algo alejada del Sepik, y separada por la cordillera de Bismark. De modo que el contacto del explorador Otto Finsch fue más bien superficial, llegando en 1887 a remontar unos 600 Kms, ni siquiera la mitad del curso fluvial. Aún así, llegaron al Museo de Berlín numerosas piezas de artesanía, sobre todo máscaras rituales.
Terminada la Primera Guerra Mundial, el gobierno australiano administró los asentamientos alemanes, quedando el río Sepik al margen de todos los conflictos e injerencias extranjeras. No sería hasta 1935 que un occidental (australiano) remontara por primera vez este largo río en su totalidad. Este señor con tratamiento, pues se llamaba sir Colin, sería el primero en sacar partido del arte desconocido del Sepik, suministrando al Museo Británico las primeras piezas.
Mientras tanto, la zona occidental de Nueva Guinea, que era holandesa desde finales del siglo XVII, fue tomada por el Imperio Japonés y fue desplazando a los australianos, que tenían pueblos establecidos como puntos de apoyo, como Wewak desde 1919, y que los japoneses tomarían y convertirían en base aérea durante la Segunda Guerra Mundial. Este pueblo se encuentra cerca de la desembocadura del Sepik, un hecho importante, ya que sería la guerra la que traumáticamente revelaría, a esta cultura desconocida, la existencia de unos seres humanos enfrentados y que pilotaban máquinas voladoras capaces de matar y arrasar áreas completas con sus bombas. Los pocos contactos con los extranjeros, siempre acudiendo a comerciar a la costa, se convirtieron entonces en todo un acto de terror. En Timbunke los japoneses asesinaron a 100 aldeanos como escarmiento por un supuesto apoyo a los Aliados.
Tras la Segunda Guerra Mundial se incrementó el tráfico comercial entre Nueva Guinea y los países del entorno, además de americanos y europeos. Al comerciar usando mayoritariamente el inglés, los indígenas cercanos a la desembocadura del Sepik fueron adoptando cada vez más cantidad de vocablos ingleses, que sumaron a los españoles (que conservaban ya de por si pocos), holandeses y alemanes. Casi sin pretenderlo, este “esperanto” particular que se creó para comerciar, sirvió también para comunicarse los indígenas entre si, convirtiéndose en una segunda lengua llamada Tok Pisin, y que es hablada actualmente por casi 3,5 millones de personas en Papúa Nueva Guinea. En el curso del río Sepik (dividido en dos provincias, Sandaun y Sepik Oriental, en las que viven actualmente unas 700.000 personas) lo hablan prácticamente todas las aldeas conocidas, pues recurren al comercio de sus cerámicas, artesanías y el excedente de agricultura y pesca para prosperar.
Realmente tenemos que esperar a finales de los años 1960s para encontrar un verdadero interés antropológico y etnológico por todas esas comunidades del río Sepik. Desde esa época comenzamos en Occidente a conocer una cultura que supo mantenerse oculta y no contaminada durante siglos. Las colecciones de su arte en el Museo Británico serían el detonante, cuando se pensaba que era una cultura desaparecida, así que el mismo Museo Británico en 1965 y cadenas de Tv después con “programas estrella” de documentales, británicas, francesas, estadounidenses, etc, comenzaron a financiar expediciones más completas para realizar su redescubrimiento para la Ciencia. Pero vieron que no se trataba de una misión fácil. En esa selva no se pueden desenvolver los vehículos, y tampoco los animales de carga sirven demasiado, así que de nuevo se quedaban en el curso del río, adentrándose muy pocos kilómetros en la selva indómita, aunque algunos trabajos fueron muy reveladores.
Conocí culturas melanesias por los trabajos que algunos autores españoles escribieron a mediados de los años 1970s. Las relaciones sociales entre ellos y las demás tribus eran más sofisticadas que las nuestras. Por ejemplo, también se declaraban la guerra, pero finalizaba con la muerte de uno de los guerreros en combate. En un extenso documental que podemos ver en el archivo de TVE, de principios de los años 1990s (Ciudades Perdidas), una tribu del Sepik recrea batallas históricas entre clanes, y uno de los jefes fue el último “héroe de guerra” que se recordaba, por matar a un enemigo y ganar la guerra. La sofisticación de la cultura en esa zona no se observaba debidamente porque siempre lo miramos despectivamente, como se mira a una manada de gorilas.
Los seres humanos llegaron al Sepik en una época cuando la tierra firme (por el hielo o bajo nivel del agua) unía todas esas islas al continente asiático. Se supone que fue entre hace 60.000 y 40.000 años. Los territorios que ocuparon fueron amplios, y la naturaleza entonces también difería a su aspecto actual. Año tras año, siglo a siglo, los habitantes del Sepik se fueron adaptando a los cambios climáticos y también fueron configurando un orden social. Cuando nosotros vemos retraso en todos los aspectos, realmente se debe ver como una sociedad avanzada, que fue evolucionando a base de errores, pero también planificando todo a su alrededor. Casi de forma natural un hombre sabe cuál es su papel en la sociedad, así como una mujer, sin injerencias en las competencias. Suelen vivir los hombres y mujeres en viviendas distintas, encontrándose “con cita previa” para las relaciones amorosas y con el sexo como un acto natural distinto. Niñas y niños conviven aparte hasta la pubertad. Es algo normal en la Melanesia y Polinesia.
Y está demostrado que el espacio selvático está estudiado y mantenido en su forma actual por la mano del ser humano, que durante miles de años planifica su entorno y se adapta a él: arrasa áreas, deja palmeras en lugares estratégicos y “provoca” bellos jardines, allí donde le parece más artístico y cómodo para la comunidad. Sabe encontrar la comida que necesita. Construye viviendas con los materiales de la naturaleza, también herramientas y receptáculos con cerámica y otros materiales. Conocen el lenguaje oral, por signos y simbólico, dibujado en totems, estelas y escudos familiares. Sus rituales no difieren de otros lugares, acompañados de una música rítmica, y hasta recitan poesía. Se reúnen cada cierto tiempo distintos clanes para intercambiar matrimonios y evitar la endogamia. En fin, visto al detalle esta cultura, resulta que siguen perfectamente una “agenda 2030” más que ideal, una cultura de la que debemos aprender, una cultura donde casarse vale 20 cerdos (el animal clave para su subsistencia), a los que cuidan como animales domésticos (como en Mallorca), un mundo ideal sin contaminación y donde todos “son felices porque no desean”, hasta que contactan con la que suponemos “civilización más avanzada y moderna”, y su mundo choca de golpe contra el problema que nunca tuvieron: deseos innecesarios, vicios innecesarios. Cada día que pasa, esta civilización se corrompe peligrosamente, y ya no parecen «buenos indígenas» por esta causa. Cada día se van pareciendo más a nosotros.
La selva en la cuenca del río Sepik se desarrolla con tal rapidez, es tan agresiva que los materiales orgánicos que mueren se degradan en poco tiempo. La humedad es tan alta y la naturaleza tan voraz que se diluyen hasta los huesos más duros. Por ese motivo resulta tan difícil encontrar restos humanos por los arqueólogos, y mucho menos que tengan siglos de antigüedad. Lo mismo ocurre con las edificaciones. Al construirse en madera y los techos y paredes de hojas de palma, la vida útil de las construcciones es de algunos años, o de un constante mantenimiento de sustitución de materiales, podridos por la humedad o por acción de las termitas. Pero a sabiendas de que las condiciones son tan negativas, siguen construyendo inmensas edificaciones en forma de A dedicadas al colectivo, donde se reúnen para todo lo concerniente a la comunidad. La edad máxima alcanzada por estos templos no suele superar los 20 años.
La única construcción que destaca en cualquier aldea del Sepik es la “Casa de los Hombres”, que en lengua tok pisin se pronuncia “Haus Tambaran”. Se construye por los artistas especialistas que destacan ya de niños en Pintura, Escultura (tallado de madera) y Arquitectura cuando obtienen la experiencia necesaria. Existe al menos una aldea donde viven exclusivamente artistas, siendo así una “aldea-escuela” localizada no muy lejos de Telefomin, cerca del nacimiento del Sepik, y de sus montañas. Toda la edificación se construye con troncos anudados con fibras vegetales y recubiertas con hojas de palma, verdes o secadas al sol. La más alta de estas construcciones conocidas medía 30 metros de altura y la podéis ver en el documental de TVE de hace 30 años, pues supongo que ya no existe.
La Casa de los Hombres es más que un templo, pues también es refugio, museo, escuela, recinto para las iniciaciones a la edad adulta, juzgado y asamblea para tratar los asuntos de la comunidad. Curiosamente siempre preside la sala principal la escultura de una mujer, pero éstas tienen la entrada restringida. Del mismo modo el hombre no puede acceder a la Casa de las Mujeres, situada al otro extremo de la aldea y ocupada principalmente por las niñas en proceso de pubertad y solteras jóvenes.
Podría seguir con una docena de páginas para describir detalladamente los aspectos de esta avanzada cultura solamente en lo que a la Casa de los Hombres se refiere, pero creo que arquitectónicamente se aprecia con las imágenes que os comparto. Pero debo añadir que técnicamente no se puede construir algo así, a sabiendas que será destruida en breve, con tal perfección, si no se tiene la experiencia acumulada de siglos de transmisión en una escuela duradera. No son cabañas de paja simples.
Ahora llega lo verdaderamente extraordinario de esta cultura del Sepik, pues de unas muestras de sangre extraídas en varios poblados indígenas del Amazonas (por los años 1960s), una antropóloga nos cuenta que al menos dos poblados amazónicos comparten genoma con los indígenas del Sepik. Claro, cuando me aficioné a los documentales sobre los “pueblos primitivos”, ya me asaltaron preguntas que no me podía explicar. La similitud en el ordenamiento de las aldeas, en círculo, y sus construcciones de madera con techos vegetales, apoyados sobre pilotes si se encontraban cerca del río, además de la similitud en los ritos, bailes y ordenamientos sociales en general, no era una “visión” particular ni algo casual, sino que ya los exploradores españoles notaron en sus primeras expediciones, calificándolos a todos (los de América, Filipinas y Oceanía) como “indios”, incluidos los de la Polinesia, Micronesia y Melanesia, llamando “indios negros” a varias tribus filipinas y japonesas de piel más oscura. No era una ocurrencia mía, sino que los propios testigos oculares lo notaron hace cinco siglos.
Ciertas tribus amazónicas son idénticas a las tribus del Sepik, pero seguramente también a los antiguos habitantes de la Isla de Pascua, que se encuentra a más de 3700 kms de Sudamérica y a casi 7000 kms de Nueva Zelanda. Los rapanui son polinesios que llegaron a esta isla en el siglo VIII. ¿Siguieron los navegantes del Sepik una ruta que les llevó a Sudamérica también por esa misma época? ¿Fueron capaces de viajar más de 17000 kms hasta las selvas amazónicas hace más de mil años? El genoma nos da claves genéticas, pero se necesitan más datos para establecer fechas.
Los restos humanos más antiguos encontrados en el Amazonas datan de hace 6000 años, y se conservan por la extraña “protección” química que miles de conchas de caracoles brindaron a los restos de cráneos y algunos pocos huesos del yacimiento. Pero ocurre como en el Sepik, la selva diluye hasta los huesos, de modo que se hace muy difícil la localización de restos orgánicos de cualquier tipo y época, a menos que se encuentren en estado fósil. Se piensa que los seres humanos llegaron por primera vez a Sudamérica hace menos de 15000 años, y en cambio llegaron al Sepik hace más de 40000 años. Por lógica son éstos unos seres humanos más evolucionados y conocieron los secretos de la navegación marítima mucho antes. Pero permitidme que dude ambas cosas, pues no queda demostrado que en Sudamérica llegara el Homo Sapiens tan tarde, ni que fuesen los melanesios los que viajaran en dicha dirección. Hay muchas incógnitas todavía, y pocos datos de cómo eran los océanos antes de la última glaciación, ocurrida hace unos 12000 años. ¿Pudo haber tierra firme que uniera continentes, o puentes entre innumerables islas que ahora están bajo el agua? Los templos efímeros del Sepik, si se hubiesen mantenido en pie durante siglos, como nuestras catedrales, quizás habrían respondido a algunas de las incógnitas. Esa es otra de nuestros dilemas de futuro: ¿si todo en el futuro será biodegradable a corto plazo, qué quedará para nuestro recuerdo?
¿Hasta qué punto las civilizaciones son efímeras? ¿Resulta positiva nuestra obsesión por el pasado? De todos modos nos repetimos constantemente, no aprendemos de dicho pasado, y sólo el desarrollo tecnológico nos diferencia del pasado, algo que no importa demasiado para ser feliz. Desde luego la cultura del Sepik ya se respondió a sí misma hace siglos. Pero no renunciaron al arte y a objetivos monumentales a pesar de la “crueldad” de la Naturaleza. Creo que no estaría nada mal copiar muchas características de este modelo social tan lejano, pero que vemos en otras culturas a retazos, diseminados hasta 17.000 kms de distancia de su origen. La ciencia nos habla, y nos dice que estos aborígenes australianos, polinesios y melanesios son los Homo Sapiens más puros, sin mezclas desde hace 42.000 años al menos, algo que no ocurre con los europeos, por ejemplo. Siguen surgiendo enigmas que debemos resolver siempre que queremos conocer nuestro pasado con exactitud.