Todos nos sentimos fracasados alguna vez en la vida, resulta un concepto estudiado desde la Antigüedad por sabios y filósofos, en todos los campos de la vida, resultando sorprendentes las conclusiones de los estudiosos del cerebro humano, tanto somáticos como psicólogos y psiquiatras, desde Moebius hasta Freud y Jung, queriendo todos comprender qué mecanismos y qué valores son los que despiertan en nosotros ese sentimiento tan negativo, principal fundamento para las depresiones.
Siguiendo a Freud, no hay mejor ejemplo que la experiencia de uno mismo pues, al fin y al cabo, el ser humano padece las mismas emociones y sentimientos por igual. Cuando te sientes derrotado, y las personas de tu alrededor preguntan, solemos decir: “tú no lo comprendes”, resultando ser el primer mecanismo para cerrar las puertas y aislarnos, incrementando la sensación de soledad y depresión. Dicho mecanismo de defensa nos libera de una posible respuesta indeseada y, queriéndolo saber todo, nos aferramos a la idea de que no existe una solución para el problema que nos atormenta.
Para un estudioso de la Historia resulta fácil imaginar qué problemas incitaron al fracaso desde los albores de la Humanidad. La pérdida de una cosecha para el campesino; el hundimiento de una galera mercante o pérdida del transporte para el comerciante; la bancarrota para el terrateniente; el fallecimiento de una persona a nuestro cuidado; el ingreso en prisión de nuestro defendido y protegido; la muerte de un ser querido; son todas situaciones angustiosas que nos conducen a la depresión y seguramente al sentimiento de fracaso, pues nos preguntamos una y otra vez si no hubiese sido mejor gestionarlo todo de otra forma. “La vida debe continuar” nos suelen decir siempre para levantar nuestro ánimo, pero resulta difícil superar las situaciones angustiosas que nos depara ésta.
Pero lo difícil de comprender son las situaciones que podemos considerar “menores”. Por ejemplo, se han dado casos de suicidios por la recepción de un sms amenazador o de ruptura sentimental. Un teléfono móvil despierta en este caso nuestro más elevado instinto de fracaso, llegando al punto de desear abandonar esta vida. En efecto, la lectura en una pantallita digital, de una frase, que ni siquiera hemos comprobado su intención verdadera, activa un resorte en lo más profundo de nuestro corazón, determinando el destino propio y de las personas que nos quieren.
Ya en la Filosofía de la Grecia Clásica se analizó en profundidad el sentimiento de fracaso. Nos han recomendado tantas soluciones como planteamientos y perspectivas del concepto surgían, pero intentar paliar algo intrínseco en nuestro ser, resulta más bien una pérdida de tiempo, ya que tras la desgracia no existe otra salida que la expiación y el remordimiento. No puedo ni imaginar lo que un anciano sentirá cuando ha fracasado profesionalmente en su área, que la ha desarrollado durante toda su vida, que sienta que se ha equivocado y que ha perdido el tiempo. Para este ejemplo no ha nacido todavía un filósofo ni psicólogo capacitado para devolverle la felicidad, ni las ganas de vivir al anciano. “No hay mal que cien años dure” dice el dicho antiguo.
En la Grecia Clásica se fundaron numerosas escuelas filosóficas precisamente para justificar nuestro estilo de vida y las decisiones que tomamos. Esta base filosófica de hace más de 20 siglos complementó las religiones incipientes, sobre todo influyeron en el Cristianismo, modificando los términos “destino”, “fortuna”, etc., para que todo confluyera en una sola idea. A partir de entonces, surgió el concepto Dios, que todo lo ve y que todo lo controla, planteando un “libre albedrío” más que cuestionable. Antes de la aparición de la figura de San Agustín, para mi el verdadero “apóstol”, pues fundamentó magníficamente dicho concepto de “Dios”, las escuelas filosóficas, ya en clara decadencia, intentaron modificar y justificar nuestros fracasos. Un ejemplo muy documentado lo encontramos en la Escuela Estoica, y al mismísimo emperador Marco Aurelio (dos siglos anterior a San Agustín) sentando cátedra, modificando sus malas acciones por simple cuestionamiento y resolviendo al fin que su labor estaba debidamente justificada y que él no era culpable de los males de su tiempo. Quince siglos después, Maquiavelo escribiría El Príncipe, unificando las desaparecidas escuelas estoicas y cínicas, resumiendo decenas de volúmenes en una sola frase: “El fin justifica los medios”. Por cierto, la obra maquiavélica no pudo estar dedicada al monarca francés, pues la obra se habría llamado “El Rey”. Por su contenido, casi todos los expertos aceptan ya que la obra se dedicó a César Borgia (Borja), el hijo del papa valenciano Alejandro VI.
El fracaso siempre viene unido a cualquier actividad que emprendemos. El literato, arquitecto, pintor, banquero, comerciante, todos los seres humanos y sus profesiones temen el fracaso, sencillamente porque se imponen grandes metas intelectuales y riquezas por conseguir. Esa mentalidad nos incita a competir. El Capitalismo, el Mercado y todo lo que estos dos términos conllevan, son nuestro modo de vida “natural”, porque nuestra competición con el prójimo es natural. Desde los tiempos más remotos intentamos justificar nuestras buenas y malas acciones y las “acomodamos”, al igual que Marco Aurelio, como mejor nos conviene. «En el Amor y en la Guerra todo vale». Sólo hay que observar con perspectiva lo que día a día nos muestran los políticos: todos tienen razón, todos pretenden mejorar nuestro estilo de vida, todos justifican lo injustificable, para luego emular al emperador/filósofo romano y hacer exactamente lo contrario de lo prometido.
Para evitar el terrible sentimiento de fracaso que sufrimos en ocasiones, debemos cambiar nuestra perspectiva. Resulta algo muy difícil replantear nuestros principios filosóficos y éticos básicos, pero no es imposible. Muchas personas se acogen a los preceptos religiosos, que “esconden” los remordimientos y se acogen a las penitencias para superar dicho sentimiento negativo, pero la solución sencillamente “encierra” a la persona en un castillo inexpugnable para los de su entorno. Para los fracasados hay que decir que mañana será otro día, que la experiencia nos debe enseñar a capear los temporales. No hay nada suficientemente importante como para renegar de la vida. La canción dice: “salud, dinero y amor, y el que tenga esas tres cosas que le dé gracias a Dios”. El fracaso puede venir desde cualquiera de esas tres “verdades”, pero la vida no se reduce a una relación fracasada, un dinero perdido o a un terrible accidente sufrido que nos ha dejado impedido, la vida es una variedad compleja de sensaciones y experiencias, compartidas con todas las personas que nos rodean, con el fin de buscar la felicidad para el tiempo que disfrutemos de este increíble Mundo. Luchemos por conseguir la Felicidad y no nos rindamos por un tropiezo, por un fracaso, pues todos los sufrimos y sufriremos alguna vez en la vida.
César Metonio