El SEPE tiene su origen en el año 1964 cuando el entonces Ministerio de Trabajo crea un sistema para la formación de adultos. Entonces se inició el PPO (Programa de Promoción Profesional Obrera), donde los alumnos podían sacarse el equivalente al Primer Grado de Formación Profesional. En 1976 se amplían los más de 200 profesores y el ámbito territorial a lo que se llamó SEAF (Servicio de Empleo y Acción Formativa), surgiendo lo que empezó a conocerse como “oficinas de empleo”. Desde el inicio de ambos servicios, se vinculó dicho sistema de formación a los sindicatos.
Justo antes de la promulgación de la Constitución (1978), se crea el INEM (Instituto Nacional de Empleo) que, además de asumir las competencias de los sistemas citados, gestiona las políticas de empleo y se encargó de las prestaciones y ayudas por desempleo. También se creó el vínculo tan importante con la Seguridad Social, un punto delicado en la época pues surgieron bastantes discrepancias entre ambos organismos por saber quién ostentaba más altura en la jerarquía de Poder. En 1992 se acuerdan los Segundos Pactos Autonómicos, donde las competencias del Empleo deben pasar a las comunidades autónomas (Plan FIP), haciéndose efectivo en 1997. En 2003 se suprime el INEM, pues entonces se había descentralizado y nace SNE (Sistema Nacional de Empleo), conformado por SEPE (Servicio Público de Empleo Estatal) más los servicios públicos de empleo de las comunidades autónomas. En 2008 se aprueba la actual estructura orgánica del SEPE, derogando el Real Decreto 1458/1986 y en el año 2015 el SNE reúne todas las competencias en una Cartera Común, también por Real Decreto 7/2015.
Así resumido parece que el manejo de las oficinas de empleo en España tiene algo de guasa, pero si se viera más de cerca daría verdadero terror la praxis con que se trata todo lo laboral en nuestro país. Hemos pasado y nos han contado todo tipo de anécdotas los que hemos pasado por el penoso trance del desempleo, por eso mis dos primeros párrafos son para explicar lo que la burocracia crea con protocolos para enmascarar un único propósito: que el Estado eluda sus responsabilidades con el ciudadano. ¿Cuál es el factor común en todas las siglas creadas desde 1964? Los sindicatos. Es lo único que no ha variado, sea a nivel de Estado o de Autonomía. Como un zorro “franquista”, el Estado le cede gran parte de la responsabilidad a los sindicatos y, con ésta, suculentos fondos para ayudas y prestaciones. El interés creado con dicha complicidad, anula las posibles intervenciones a favor de trabajadores y desempleados por parte de los sindicatos. Ese es uno de los motivos por el que los sindicatos terminaron por concentrarse en dos “monstruos” y una decena de satélites: la UGT y CC.OO., ya que han sido los encargados de los planes de Formación desde el principio, siendo sus dirigentes históricos y altos funcionarios y cargos públicos, hoy en día, de las familias más ricas de España. Pero no voy a entrar en números, para eso está la Página Oficial del Estado y sus presupuestos. Toda información se puede falsear, las anécdotas se pueden exagerar, pero la experiencia sufrida por uno mismo no tiene peros, y lo que ven los propios ojos y escuchado los oídos tampoco.
Hace seis años más o menos, circuló la noticia de que en diferentes comunidades autónomas funcionarios (profesores mayormente) del Sistema de Empleo se quedaban el dinero de los cursos de formación, creándolos y luego no ejecutándolos. Lo que parecía un escándalo político de graves consecuencias, fue minimizado por las primeras imputaciones del caso ERE andaluz (721 millones de euros defraudados desde 2001 hasta 2011). Pero yo andaba por entonces en paro (entre 2009 y 2013 no di pie con bola), ganando algunos eurillos escribiendo a texto por euro y me apunté a todos los cursos de formación a los que podía inscribirme por mi perfil académico o profesional. Pero antes de contaros nada más, quiero comentaros mi relación con las oficinas de empleo pues creo que es curiosa y quizás más habitual de lo que pienso.
Cuando me inscribí por primera vez en una oficina de empleo tenía 16 años y por aquel entonces era un requisito (o formalidad) para que te contratara cualquier empresa. Desde entonces me he inscrito en numerosas ocasiones y solicitado gran cantidad de cursillos de formación, pero nunca he tenido la suerte de que me llamaran para seguir ninguno y la única vez que me aprobaron uno (de Informática, Programación) estaba trabajando en una empresa con horario nocturno y me fue imposible acudir. Supero los 50 años de edad, así que ya son años para que el Estado se acuerde de mí (pensaba) en este lamentable sin vivir que es el Paro. Cuando recibí la noticia en 2014 de que me citaban en el Centro de Formación para seguir un curso avanzado de Programación Web, mi alegría fue superlativa y estaba convencido para estudiar duro los seis meses o los que fuere que durara el mismo, con tal de aprender en un oficio del que sólo he adquirido experiencia como autodidacta y ningún tipo de enseñanza académica.
El Estado actúa siempre a “año pasado”, es decir, que todas las prestaciones y ayudas que se soliciten, suelen recibirse transcurridos varios meses y para las de mayores de 45 años u otro tipo de subsidios similares, debe de haber transcurrido un año o dos desempleado. Durante ese periodo de tiempo es cuando se busca empleo y nos inscribimos en los cursillos. La oficina de empleo que me corresponde dista más de 3 kms de mi casa, durante todo el proceso de solicitudes, entrevistas, suscripción y consulta de las listas, tuve que ir unas cuatro veces al menos, cuando paradójicamente se sellaba por Internet, tenían todos mis datos y no hacía ninguna falta acudir a dicha oficina. Tras muchos años dando tumbos en busca de empleo y sin dinero, hasta subir al autobús urbano resulta un esfuerzo económico, algo que parece que no entienden sindicatos ni funcionarios del Estado. Sé que existen muchas personas que no les gusta trabajar, que intentan engañar al Sistema para vivir del cuento, pero la gran mayoría de ciudadanos españoles nos gusta vivir dignamente, con un sueldo razonable y una vivienda donde alojarnos, pero la praxis y el trato personal que recibimos los parados, bastante humillante, no me lo explico. Cada funcionario que te atiende ofrece soluciones distintas y trato distinto, cuando se supone que las reglas son las mismas para todos. Así descubrí por uno de ellos, que todavía podía solicitar 3 meses de ayuda, cuando sus compañeros me negaron todo.
Agotadas todas mis prestaciones, solicité la ayuda para mayores de 45 años, y con 426 euros pasé dos años, dinero que sólo alcanzaba para pagar el alquiler de la vivienda y la electricidad. Perdí todo lo poco material que tenía, hasta el Ayuntamiento me retiró el vehículo de alta gama por “abandono”, cuando estaba en buen estado y lo cambiaba de lugar regularmente para mantenerlo en movimiento. Intenté recuperarlo, pero me exigieron el pago de 600 euros en concepto de “arrastre” y días que había estado en el retén. No me lo podía creer, perdía un coche que me costó 12.000 euros (de segunda mano) por no poder pagar 600 a la mafia municipal de Alicante. Lo primero que se pierde es el trabajo y todo lo relacionado con el mismo. Se pierde local, vehículos, herramientas y, en un círculo vicioso, los pocos clientes que surgen por no tener con qué atenderlos. Cunde el pánico y la desesperación porque la perspectiva te hace dudar de ti mismo y de la sociedad. Desde 2009 al 2014 se sucedieron los cierres de las empresas a centenares y también los suicidios, directamente relacionados con lo que os cuento.
Entonces llega el día en que me leo en la lista para el cursillo de Informática. Se me iluminó algo el futuro, así que ya soñaba con aumentar mis conocimientos en dicha área y poder componer un currículum más completo. El Centro de Formación está a 7 Kms de mi casa, en la calle Fernando Madroñal de Alicante, el mismo que hace más de 25 años me admitió y que no pude acudir por estar trabajando (qué casualidad, estuve años parado y me llamaron justo cuando trabajaba). Creo que no soy demasiado ignorante, así que desde el principio las instrucciones no estuvieron nada claras. Por ejemplo, nos citaron para el mes de julio (el cursillo empezaría en septiembre), y tuve que ir varias veces pues se debía pasar un proceso de selección. Las personas que debían ir el día 6 y no el 8 como se decía en la lista, se quedaron fuera del cursillo. Descubrí durante todo el proceso de selección muchos detalles “anormales”. Os cuento los más importantes.
Nada más entrar se leía en un gran cartel: “Cursos de Formación-Generalitat Valenciana-destinados 1.6 millones de euros” (os lo resumo así aunque el cartel era más extenso). Inmediatamente pensé que el colegio público donde estudiaba mi sobrino sufría daños estructurales en su edificio y los niños llevaban varios años hacinados en barracones (contenedores de metal). Con 1.6 millones se arreglaba el colegio y daba para 100 cursillos. Claro, fue un pensamiento fugaz y sin realizar cálculos, pero no me resulta exagerada la sugerencia. Movido por la curiosidad intenté averiguar cuántos cursillos se darían en ese ejercicio y comprobé que no se llegaba a dicha cifra de 100, al menos fueron los que conté en las hojas del panel informativo, 86 para ser exactos, aunque ignoro si en dicho panel se relacionaba la totalidad del ejercicio. Pero pongamos que fueron 200, eso nos daría un presupuesto de 80.000 euros por cursillo. ¿En concepto de qué, eso cobra un profesor por impartir clases durante 6 meses? ¿Cobran los profesores 13.000 euros al mes?
Entramos como unos 50 candidatos a una aula con cabida para unos 30, así que algunos siguieron las explicaciones de pie. Dos profesores se turnaron para explicar el contenido del curso. Me llamó la atención el tema del transporte, ya que a los alumnos de Sant Joan d´Alacant, playas y Mutxamel tendrían un bono para el autobús, pero los de la ciudad no, cuando algunos de nosotros vivíamos a distancias considerables (yo mismo a 7 kms), al otro extremo de la misma. Se nos avisó de que el curso era muy exigente y especializado, desanimando a los que carecían de experiencia en Programación y mucho menos a los que nunca tocaron una computadora. Rellenamos un cuestionario sencillo, de cosas fundamentales sobre Windows y navegación por Internet. Recuerdo que sólo una de las preguntas ignoraba la respuesta, así que no me parece que nadie fallara demasiadas. Al término, se nos dijo que a finales de ese mismo mes de julio se sabría la lista de admitidos, que nos llamarían uno por uno para una entrevista personal.
Llamé varias veces para saber los resultados pero las personas que me atendían no sabían nada de dicho curso, así que me acerqué al Centro de Formación obteniendo mismo resultado. Llegó agosto y nadie me sabía dar una respuesta, así que volví a acercarme y no había ninguna lista en el panel de información, ni la persona encargada sabía nada. Por fin una chica me dijo que quizás el curso se impartía en el otro Centro de Formación que está cerca de mi casa, pues “suelen entrevistar aquí pero luego el curso se puede dar en otro lugar”. De modo que aquel “curso fantasma” había desaparecido. Recuerdo que durante las explicaciones de aquellos dos profesores, entre las primeras filas se encontraban chicas y chicos muy jóvenes que ya tenían estudios superiores en Programación, y que les interesaba seguir Programación Java si “se podía”, pero los profesores dijeron que era demasiado extenso para el presente curso aunque intentarían dar algo de Java. También dijeron que los que terminaran el curso entrarían en una bolsa de trabajo muy atractiva. Una de dos: o aquellos profesores seleccionaron a unos cuantos expertos para que el curso les resultase más “manejable”, ocultando a los demás incluso el lugar, o sencillamente ese curso nunca se impartió, repartiéndose los fondos destinados para el mismo. Si el primer caso es deplorable, porque se juega con la ilusión y los sentimientos de personas angustiadas, el segundo ya es mucho más grave. Según las noticias llegadas sobre el tema, la prevaricación y el cohecho en el tema de los cursos está más que comprobado entre políticos y funcionarios, pero llega una segunda parte más penosa, los implicados forman parte de sindicatos y la docencia suele ser temporal, así que una investigación exhaustiva resulta prácticamente inviable. Para que salga a la luz una denuncia, el denunciante debe ser un “chivato” del Sistema, y eso sólo ocurre cuando se sale o despiden indebidamente a uno de ellos y que conozca nombres y detalles de los implicados además con pruebas sólidas.
Para terminar, el Sistema Educativo en la ciudad de Alicante (la tercera área metropolitana de España), en cuanto a la Inspección Educativa se refiere, resulta inexistente. Las dos veces que he presentado reclamación no se atendió, y en presencia física ambas veces me dijeron que: “en este momento no hay inspectores en Alicante, rellene la reclamación y ya se atenderá”. Claro, si no hay inspectores, resulta lógico que se manipulen cursos y que en las IES no se impartan clases especiales para chicos y chicas españolas con problemas de adaptación, ocupándolas sólo los extranjeros con problemas de idioma (no de adaptación), ya que suponen un plus económico para el Centro Educativo. En cambio, parece que enseñar a españoles con dificultades les supone un sobreesfuerzo docente que no están dispuestos a tolerar por un “mísero” sueldo. A mi propia hermana se le negó la matrícula una vez admitida, simplemente cambiando los nombres de la lista unos días antes, una práctica denigrante para la directora del IES del Pla y para las administraciones de las escuelas públicas en general, más pendientes de sus “éxitos y fracasos económicos” que de la Enseñanza. En el caso de los cursillos para los “desempleados” (se imparten a trabajadores en activo casi más que a parados), decir que 1.6 millones de euros es insuficiente (en aquel ejercicio los fondos dirigidos a cursos SEPE superaba los 30 millones en toda España), da que pensar en qué tipo de sociedad se ha convertido nuestro país, un país de piratas y de mangantes a todos los niveles, sobre todo al político. En España sobran recursos, lo que falta es voluntad, buena administración y algo de vergüenza.
César Metonio