En los tiempos del César Augusto ya eran famosas las cepas alicantinas para reforzar los vinos más débiles en graduación alcohólica y otorgarles sabores a «sol y tierra» tanto del sur de Italia y Sicilia, como de los caldos de la zona transalpina. Esa mezcla de aromas frutales con el color intenso y la potencia de los vinos de Alicante, terminaban siendo apreciados en todo el Imperio Romano. De hecho son numerosos los restos arqueológicos hallados de esa época tanto en tierra como en los pecios hundidos en las rutas marítimas. Durante la época visigótica y árabe el cultivo de la vid fue mejorando en toda el área alicantina, surgiendo una rica variedad de vinos con personalidad propia. En el siglo XV ya era conocido el fondillón, un vino dulce de 18º que se extraía de la uva cultivada en la Huerta de Alicante, en las actuales localidades de Mutxamel y Sant Joan d´Alacant.
Las características de recolección y crianza del fondillón serían el motivo por el que estuvo al borde de la desaparición, ya que durante la plaga de filoxera en Europa, en el siglo XIX, la demanda de vino español creció de manera desorbitada, así que el negocio requería de gran producción en menor tiempo, esto es vino joven, por eso se cambió el método de cultivo y recolección disminuyendo el fondillón a cantidades poco más que significativas. Si unimos este factor al crecimiento urbano de Alicante capital y de las poblaciones circundantes, llegados al siglo XX ninguna bodega lo producía. Quiles (la bodega más antigua de la provincia), haría un gran esfuerzo por rehabilitar este tipo de vino, utilizando barriles con solera de 1892. Eleuterio Llorca heredó un barril de la Familia Maissonave del año 1871, así que se reinició la elaboración en Monóvar (junto a Salvador Poveda). Esta vez los cultivos se ubicarían en el Vinalopó, ante la imposibilidad de volver a cultivar en las zonas de origen del fondillón. Las iniciativas de estos dos bodegueros surgidas a mediados del siglo XX ha posibilitado que este gran vino continúe sirviéndose en las mesas actualmente.
Paralelamente a los vinos de la zona costera alicantina, son famosas también las vides de dos regiones vinícolas que, como ésta, su tradición se remonta a la Antigüedad. Una es la ya comentada vega del río Vinalopó, cuya uva de mesa es la más apreciada de España, localizable en una gran franja occidental e interior de la provincia. La otra se encuentra al Norte de la provincia, comprendiendo los municipios de Dénia y circundantes. La primera iniciativa para la protección del vino alicantino surgió en el año 1932, constituyéndose su Denominación de Origen. En 1957 se materializó su Consejo Regulador, actualmente ubicado en la calle Las Monjas de Alicante y que agrupa a más de una treintena de bodegas y zonas vinícolas de 50 municipios de la provincia.
Los principales tipos de uvas que se utlizan para elaborar los vinos alicantinos son la Monastrell, Moscatel de Alejandría y la Garnacha (autóctonas), aunque en los últimos tiempos se ha diversificado, con la creación de “vinos de autor” por los jóvenes viticultores que han enriquecido los caldos con blancas del tipo Airén, Subirat Parent, Chardonnay, Macabeo, etc, y tintas del tipo Cabernet Souvignon, Bobal, Merlot, Petit Verdot, Pinot Noir, Syhra, Tempranillo, etc. Todo el esfuerzo por mantener un vino de prestigio y elaborar otros nuevos, como los espumosos, de gran calidad, se hace patente a tenor de los premios que en los Concursos Nacionales e Internacionales atesoran desde hace décadas, como ejemplo queda el “Wines From Spain Awards 2016” celebrado en el Reino Unido y que ha supuesto galardón a las bodegas Bocopa por sus espumosos y por los tintos de Bodegas Vinessens y Bodegas Enrique Mendoza. Aunque la lista de vinos galardonados es tan extensa que me paro en estas dos única menciones.