El título que trascribo es el de la gran obra de Dworkin (editado por Ariel en 1984), eminente filósofo que, desde la perspectiva de los derechos humanos, intentó revitalizar la concepción de un cierto derecho natural desde una óptica progresista. Una excelente y voluminosa obra de un autor imprescindible, que viene a colación por un artículo publicado recientemente en este Blog en el que se argumentaba a favor de una renta universal básica, y el editor lo hacía con sabias razones y acertadas reflexiones. Todos entendemos las ventajas de una propuesta tal y en la misma medida comprendemos sus peligros.
Básicamente como ventajas podríamos apelar a la dignidad humana, a la libertad del proyecto personal exonerado de la servidumbre de lo inmediato, y al anhelo de solidaridad que lejos de ser una singularidad humana compartimos con otras especies. Sin embargo, el gran peligro, la gran amenaza, por encima incluso del coste de financiarlo y de los problemas inherentes de gestión y reparto, sería lo que Hayek denominó “aceptar la senda del camino de servidumbre”, o en palabras del pueblo llano con su sanchopancesca sabiduría, “no morder la mano que te da de comer”.
Cada cual deberá tener su opinión, formada y meditada porque como diría Marías “nos va la vida en ello”, más allá de lejanas ideologías implementar una renta básica moldearía nuestras opciones, nuestras perspectivas, nos impulsaría a tomar un camino u otro, a terminar aquel libro o aquel cuadro, nos motivará o nos liberará de estar más o menos horas trabajando, a buscar la excelencia o no y finalmente nos ayudaría a priorizar unos proyectos sobre otros.
Recuerdo un libro de Heinlein en que negaba los derechos humanos porque ningún derecho ampara al que ahogándose en medio del océano apela al derecho a la vida, pero los derechos humanos son y existen, incluso aunque sólo lo sean como construcción ideológica, pero seremos nosotros quienes les daremos o no realce y realidad. Podemos decir siguiendo en esto a Yuval Noah Harari en su obra Sapiens (Ed. Debate 2014), que constituyen un relato, algo ni cierto ni falso sino inventado. Esa es su grandeza y su debilidad. Como especie hemos podido imaginar, al modo de las religiones, un mundo mejor pero en esta vida, y como individuos de nosotros depende aceptarlo, rechazarlo o crear nuevos relatos.
Quiero terminar con una reflexión, más que personal, biográfica, sobre la gran debilidad de la renta universal básica relacionado con la indiscutible evidencia de que detrás del Derecho está siempre y en última instancia la fuerza y la coacción (simbolizado en una imagen de mi infancia de una pareja de guardias civiles con capa, tricornio y escopeta al hombro pateando los caminos): hace poco un amigo, pues no de otra manera puedo llamar a quien en mi confía y de quien tantas vivencias he conocido y me ha contado del amor, del trabajo y de la muerte, se me quejaba de una sanción/recargo por un supuesto retraso o impago del que no era consciente. Me acordé entonces de que, como abogado hace tiempo elegí, privilegio reservado por desgracia a pocas profesiones en este país, cotizar no como autónomo integrado en RETA sino como profesional adscrito a una mutua alternativa. Mi banco, por los motivos que fueran, no había atendido dos de las cuotas mensuales que me giraron. En lugar de recibir un apremio con recargo a modo de sanción y con amenaza de embargo, me encontré en el correo una amable carta en que me preguntaban si había cambiado de banco, enviándome un formulario en tal caso junto a un sobre con franqueo pagado, y avisándome de que se iban a girar de nuevo los recibos a la misma cuenta en caso contrario. Por supuesto no me aplicaron recargo ni sanción. La diferencia es que la Mutua General de la Abogacía compite (con el Estado, con otras mutuas) y por ello precisa seducir al cliente que siempre se puede marchar, necesita dar servicio, puesto que no tiene siervos sino mutualistas. Algo que quizá hubiera sido bueno tener presente en 1967 cuando la mayoría de las Mutuas de España fueron absorbidas en un ente estatal que todos conocemos como Seguridad Social, y que se hizo entonces como ahora en nombre del bien común.
A modo de conclusión y porque como diría Forrest Gumb «lo que no se dice se queda sin decir», creo importante indicar que la renta básica en un mundo de recursos escasos no es una utopía sino una distopía a modo de 1984 disfrazado de Un Mundo Feliz. Algo que, en su versión de renta en especie, ya se ha ensayado en numerosas ocasiones y cuyo resultado ha sido, en el mejor de los casos, el de las estanterías vacías, el control de precios y la cartilla de racionamiento. Se me objetará que esto es exagerado, pero el verdadero daño sería más profundo que la mera inflación, y la crisis económica sería cercenar la espontaneidad y la creatividad humana individual, al igual que el problema de la Inquisición no fue si quemó tantas o tan pocas brujas, sino el efecto desalentador que tuvo a la hora de coartar la libertad de pensamiento. Entender la naturaleza del dinero es fundamental para comprender que es una mera mercancía más carente de valor objetivo. El Estado no genera recursos solo los monetariza mediante el monopolio de la emisión de papel moneda, todos sus ingresos los obtiene de los impuestos (via tributos, vía monopolios). Creer que una transferencia de x unidades de cuenta al saldo bancario de cada uno es transferir recursos reales, es imaginar que poniendo los pies dentro de un cubo y tirando con las manos de las asas uno se alzará de la hondura de su tiempo y de su circunstancia.