A finales del siglo XIX, cuando los alemanes gestaban la Gran Guerra, le preguntaron a Otto Von Bismark, futuro canciller y cerebro estadista del momento, qué país consideraba más poderoso de Europa. Con muy pocas dudas aseguró que España, y explicaba: “ese país con un espíritu autodestructivo tan arraigado, que sobreviva como nación, lo convierte en una masa temible cuando se moviliza”. Sean ciertas o no estas declaraciones, la verdad es que en una cosa acertó: “sobrevivimos”. Nos odiamos a muerte entre nosotros cuando los borbones dejaron pasar a las tropas francesas de Napoleón, pero en vez de aprovechar la ocasión para dividirnos definitivamente, nos unimos para expulsarlos. Este gran estadista y general, también confesó que su error mayor fue “España”, a pesar de que en Rusia perdiese medio millón de soldados. Lo confesó en su exilio de Santa Elena según los cronistas. Y lo dijo porque hay algo en nuestro carácter enfermizo que nos hace odiar nuestro entorno, odiamos al vecino, pero tampoco queremos permitir que le hagan daño, una paradoja que se repite en la Historia y que configura una personalidad española única en el mundo, capaces de lo mejor y lo peor, como cócteles vivientes que atesoran la sabiduría milenaria de los Eclécticos.
Nuestro carácter contradictorio nos hace abrazar todas las filosofías, por eso hablar de “Izquierdas y Derechas” en España no concuerda demasiado con las definiciones de estos conceptos en el resto del mundo. Cuando en el siglo XIX la clase política española (mayormente burgueses) consiguió al fin un lugar de consideración para las tradicionales clases dirigentes del Antiguo Régimen (Monarquía y Clero) y para el Pueblo Llano Español, se fraguaron las dos posturas que continúan hoy en día vigentes: Tradicionalistas o Conservadores contra Liberales o Progresistas, preámbulo de los siguientes movimientos revolucionarios que luego dieron nombres y apellidos concretos a estas dos ramas confrontadas, en aquel entonces sentados a la izquierda y derecha respectivamente en el hemiciclo. Sufrimos “revoluciones” de ambos bandos ya en sus inicios (año 1848 y 1868), y el caldero hirvió tanto, que terminamos en la más grande de las catástrofes de la Historia de España, ocurrida entre 1936 y 1939. En dicho periodo de algo menos de un siglo, estábamos tan ocupados acusándonos y odiándonos entre nosotros, que perdimos lo que nos quedaba de Imperio y no intervenimos en dos guerras mundiales.
Los políticos españoles actuales concentran toda la rabia contenida de los últimos dos siglos. Seguramente ninguno de ellos sabe exactamente qué defiende ideológicamente hablando, pero repite discursos y plantea las mismas cuestiones que llevamos oyendo los doscientos últimos años al menos. Les pasa como a las demás profesiones y oficios: no les “interesa” variar una dirección que tan buen resultado les proporciona. Si le plantas a un científico teórico delante de las narices un platillo volante y a ET., te dirá que “no son pruebas concluyentes de que exista vida en otros planetas”. O si le dices a un médico que la marihuana cura el glaucoma, te dirá que el fármaco tal es realmente la cura y que lo demás son supersticiones. Al político español (y en muchos aspectos al del resto de mundo también), variarles la etiqueta de los “conceptos fundamentales”, aunque sea evidente que el suyo está obsoleto, implica “vulnerar su razón de ser”. Por ejemplo: Izquierda Unida surgió de un concepto obsoleto llamado Partido Comunista, pero aunque cambió de título no ha variado su discurso, quedando posicionado en el mismo lugar de siempre y sin progresar en lo fundamental. Además todavía existen muchos partidarios del PCE, que no está desaparecido por completo. Esta actuación se repite en toda la clase política: surgen grandes movimientos y partidos que se van desintegrando porque a fin de cuentas, nadie cambia y solamente se adapta al momento social. De todos modos, nadie decide en el día a día del españolito de a pie, ya que somos nosotros los que sobrevivimos y no el Estado. Por si todavía dudáis por saber qué y quién es el Estado, este gran aparato recaudador, no es más que el conjunto de personas a quien beneficia. Buscad a quién nutre y daréis con su dueño.
Así tenemos que de las tres grandes fuerzas políticas “demócratas” surgidas en la Transición, separadas en Izquierda-Centro-Derecha, durante casi cuarenta años se convirtió en un bipartidismo, que ni ha sido de Derechas ni Izquierdas, sino más bien un “complot” para expoliar España. Los políticos intervinieron prácticamente en todo el patrimonio nacional y se han ido adjudicando tierras y monopolios empresariales que pertenecían a todos los españoles. Salvo contadas excepciones, las mayores empresas y los más grandes patrimonios pertenecen hoy en día a políticos o a sus familiares. Con la aparición de nuevas formaciones políticas nos quieren hacer creer que la cosa va a cambiar de alguna manera, pero si os fijáis, nadie propone un cambio en el estilo de vida. Unos siguen protegiendo lo de siempre, la Tradición, y los otros proponen “alternativas” pero a cambio de un mayor esfuerzo económico de todos los españoles. Así que parece que ahora se puede romper el bipartidismo PP-PSOE, con la ascensión de Podemos, Ciudadanos y VOX a la palestra, pero no cambia nada, no hay ideología nueva ni soluciones a los problemas que realmente importan. Sus discursos son parciales y sólo interesan a minorías afectadas y no al general de la población. Así que multiplican sus promesas para contentar a todos con mensajes cortos y a medida de cada oyente, convirtiéndose en un absurdo e inviable futuro gobierno, por contradictorio.
Seguimos con más de lo mismo pero repartido entre cinco “amiguetes”, confundiendo numerosos discursos que se sitúan a la Derecha o a la izquierda, dependiendo de los intereses de cada momento. Doy un ejemplo concreto: las políticas para una mejora de la Seguridad Social se pueden situar tanto a la Derecha como a la Izquierda. Siempre el concepto “privatizar” se ha considerado de Derechas y “nacionalizar” de Izquierdas, pero fueron los gobiernos de Felipe González y Zapatero cuando más hospitales se privatizaron (éstos aprobaban decretos leyes y el PP los llevaba a la práctica y viceversa). La razón es sencilla: la Seguridad Social fue una creación franquista, así que los políticos la manejan a su antojo amparándose en que es un concepto ”fascista” y que debe funcionar de otra manera, a la manera “de los políticos de turno”, pues es uno de sus mayores negocios. Los años con superávit en la Seguridad Social curiosamente no han sido nunca del agrado de los políticos y “empeoran” su gestión para que caiga. Solamente se tiene que comprobar el “chanchullo” creado con las facturaciones de los medicamentos, donde los precios no se ajustan a ningún criterio razonable más que al puro negocio y especulación.
Creemos que votando a uno u otro candidato podremos solucionar lo que realmente nos importa, pero no es así. Las cortinas de humo lanzadas por las problemáticas parciales del momento nos guían a ciegas para seguir su juego, que no es otro que enriquecerse y salir en los medios. Los españoles merecemos una garantía cuando depositamos nuestra confianza en alguien que promete. Esa debería ser la más importante de las reformas en nuestra Constitución: “la obligación para un Presidente electo de cumplir sus programas y promesas electorales”. Sin excusas ni retrasos.