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A principios del siglo XX España se convulsionaba tras la pérdida de sus últimas colonias de Ultramar (más que colonias eran «provincias», al menos Cuba. La Monarquía y los distintos gobiernos intentaban la modernización del país en general, todavía estancado en una economía basada en la Agricultura y la Pesca, procurando la Industrialización para recuperar posiciones con respecto a otras potencias europeas y, en paralelo, intentar recuperar el prestigio militar perdido. De modo que todos los medios se centraron en los últimos territorios “colonizables” que le quedaban: el Norte de África, concretamente, en la actual Marruecos, como un intento colonialista de dominar un vasto territorio y que desde 1909 a 1920 había costado ya alrededor de 7.000 muertos a las tropas españolas (y un número indeterminado en el otro bando).
Se puede decir que el Desastre de Annual fue la “gota que colmó el vaso”, el punto más bajo en el que España cayó de toda su Historia, en una caída libre que comenzó a principios del siglo XIX y que no parecía tener fin. Los protagonistas ahora fueron Alfonso XIII, su gobierno liberal, entonces presidido por Dato (asesinado en Madrid el 8 de marzo de 1921, es decir, solo unos meses antes del Desastre de Annual), reemplazado por Manuel Allendersalazar, y congresistas de tanto peso como: Manuel García-Prieto (liberal), Francesc Cambó (regionalista), Alejandro Lerroux (republicano radical) o Pablo Iglesias (uno de los fundadores del PSOE). Como pueden comprobar, la Historia de la Política en España se repite en los últimos dos siglos, siempre con los mismos protagonistas, los mismos partidos políticos, los mismos intereses, aunque la “memoria histórica” en España sólo refleje lo ocurrido desde 1939 a 1976.
En una acción que se estimaba de “paseo militar”, a los mandos españoles les pareció suficiente el material bélico y el número de combatientes enviados a Silvestre (general Manuel Fernández Silvestre), en una operación que “simplemente” quería conseguir un afianzamiento de las posiciones en puntos más alejados de Melilla, para seguir negociando con las cabilas (Abd el Krim) y que costase el menor número de bajas posibles. En ese verano de 1921 la sociedad española ya empezaba a estar muy molesta con el tema rifeño. Los periódicos de la época seguían con interés, en un medio “la prensa”, que determinaba las idas y venidas de los políticos hacia el Poder, y que valoraban el hecho como una simple acción de sometimiento de una zona concreta del Rif, y no un problema de sublevación de todo el Protectorado.
Pero antes de ocurrir el Desastre todas las partes jugaron un doble juego. Tanto los mandos y autoridades rifeñas como españolas negociaban unos compromisos que nunca se cumplían. He visto documentales y escritos donde echan de menos una buena “Inteligencia Militar”, cuando en mi opinión, ambas partes estaban sobrados de “inteligencia” y experiencia militar. Las cabilas rifeñas llevaban 1000 años combatiendo entre ellos y contra los foráneos de turno. Por ejemplo, nadie sabía que las verdaderas intenciones de Abd el Krim fueron de entregarse y negociar un tratado definitivo justo cuando las tropas españolas avanzaban al principio para tomar posiciones adelantadas. Pero las decisiones siempre se deben acompañar de órdenes, así que Abd el Krim no ordenó la rendición, ni Silvestre (comandante general de Ceuta) sospechaba dichas intenciones. Tampoco recibió instrucciones de Felipe Navarro Ceballos (segundo jefe de la Comandancia, héroe de numerosas guerras y fusilado en Paracuellos en 1936 por el Frente Popular), pues de éste se suponía que la Inteligencia Militar le informaría de tal hecho.
Así tenemos que Alfonso XIII no consideró oportuno embarcar más tropas de refuerzo ni material, en vista del malestar social que los reclutamientos estaban provocando, sobre todo en Cataluña y Valencia, regiones con numerosas levas y bajas registradas. Su gobierno se enzarzaba en sus particulares disputas, con un ambiente hostil tras el asesinato de Dato, y los asesinatos anarquistas diarios que se sucedían en Barcelona, así que descargaron toda la responsabilidad en el Capitán General de los Ejércitos, que no era otro que el propio Rey. Pero curioso: ante la opinión pública el máximo responsable era el propio Presidente del Gobierno.
La confianza del general de división Silvestre fue el primero de los errores. Los españoles contaban con unos 18.000 soldados jóvenes y con poco tiempo de instrucción, de los que casi 5.000 unidades eran de apoyo rifeños. De dicho contingente, la Caballería, Legión y Regulares contaban con unos miles de veteranos, alrededor de 5000, pero el grueso de nuestras unidades de élite se encontraban en Ceuta u otros puntos alejados. Los rifeños contaban con poco más de 18.000 soldados curtidos en cien batallas sobre un terreno propio y conocido de sobra. Cualquiera con un poco de seso vería con claridad la “fuerza” de los apoyos rifeños en esta aventura, pues podían decantar la balanza al interés que más les convenía. De hecho, estos apoyos rifeños asesinarían a nuestros jóvenes reclutas durante la defensa aislada de sus posiciones, y durante la rendición, fusilándolos a sangre fría. Bien es cierto que la mitad de ellos murieron defendiendo a sus compañeros españoles.
De modo que viendo las cifras sobre el papel, se sobrevaloró la fuerza española, el Rey se equivocó y debió mandar material y refuerzos a Silvestre, que los demandaba sin descanso desde el principio. Si se hubiese bombardeado Alhucemas desde el mar y desde el aire, con un simulacro de desembarco, tal y como propuso el mismo Silvestre al Alto Mando, las acciones hubieran transcurrido de forma distinta. La cuestión es que Silvestre, como había demostrado en anteriores batallas, era capaz de lo mejor. En tiempo récord (ríanse ustedes de la Blitzkrieg alemana o de Rommel), el 1 de junio de 1921, las posiciones de avanzada de Silvestre tomaron el monte Abarrán, a sólo 12 Kms de la Bahía y meta del ataque. Las previsiones más optimistas calcularon este acercamiento para finales del verano, quizás para principios de Septiembre. La gesta en mi opinión fue precipitada y Silvestre lo supo de inmediato. Sin los refuerzos era imposible mantener tanto territorio recorrido, en un terreno abrupto y construyendo defensas expuestas a un continuo asedio de tropas más numerosas. Tampoco se esperaba que las cabilas «españolizadas» se revolvieran todas en contra.
A las pocas horas, casi todo el contingente rifeño, bajo las órdenes de Abd el Krim y su hermano menor Mhamed, realizaron una contraofensiva y recuperaron la posición de Abarrán, matando a los sitiados y capturando el material bélico, entre los que se encontraban algunos cañones, uno de los cuáles exhibieron en las poblaciones cercanas como propaganda de apoyo y moral. En respuesta, Silvestre mandó ocupar el monte Igueriben. Esta vez, a pesar del asedio enemigo, la posición se mantuvo firme hasta el 21 de julio, es decir, durante casi dos meses desde la pérdida de Abarrán.
En mi opinión, estos casi dos meses, entre el 1 de junio y el 21 de julio, fueron cruciales para lo que estaba a punto de ocurrir. Parece ser que ni en España, ni en la Comandancia de Ceuta y Melilla, dudaron del valor y prestigio de Silvestre, así que lo dejaron a él y a sus tropas a merced de las estrategias de Abd el Krim y sus cavilaciones. Tanto en Madrid como en Melilla pensaron que todo se solucionaría con la Política, con negociaciones ventajosas ahora que se tenían posiciones de ventaja en la guerra. De modo que Silvestre siguió combatiendo sin recibir apoyos ni materiales, que llegaban insuficientes y tarde. Por ejemplo, debía ingeniárselas para conseguir agua, rodeado como estaba por soldados enemigos.
Ese 21 de julio fatídico, los rifeños lanzaron una terrible ofensiva sobre Igueriben. Se lanzaron con todo lo que tenían, incluidos los cañones incautados. Los españoles miraban al cielo en busca de apoyo aéreo, a sus espaldas por ver si recibían refuerzos, pero desnutridos, sedientos y con pocas municiones, sólo vieron que morirse unos a otros los más de 350 soldados y tres columnas de apoyo mandadas por silvestre que allí se atrincheraban. Nunca se enviaron ni refuerzos ni materiales desde Melilla ni desde España. Las tropas rifeñas del contingente español se pasaron al enemigo, así que cundió el pánico y el desconcierto.
Durante el ataque a Annual murió el general Silvestre, y esto provocó la desesperación. Todo apunta a que el general, acostumbrado a la victoria, no quería verse derrotado y se suicidó, pero opino que seguramente murió combatiendo. Los informes dicen que “se le había ido la cabeza”. Sus restos nunca fueron encontrados. Se tocó a retirada y los soldados españoles que quedaban en pie salieron a la carrera en dirección a Melilla. Tras 24 horas de combates y pérdidas, los que escaparon llegaron al monte Arruit para refugiarse. En número de unos 3000, ya al mando del general Navarro, se pertrecharon convencidos de que Melilla mandaría refuerzos, pero nunca ocurrió. En las posiciones y caminos de retirada yacían casi 6.500 españoles y 2.500 rifeños leales (o no). Una masacre. En el monte Arruit resistieron los españoles otros doce días, pero hambrientos, sedientos y sin municiones, se rindieron el 9 de agosto. A pesar de un pacto con bandera blanca, de respetar las vidas tras la entrega de armas, los rifeños asesinaron a los españoles a sangre fría, dejando con vida a los oficiales para pedir un rescate por ellos, tal y como se ha hecho en las guerras desde la Edad Media. Ni los rifeños ni españoles participaron en la primera Guerra Mundial, así que se saltaron los “crímenes de guerra” y a las Naciones Unidas. El rescate se estableció en 4 millones de pesetas (la aportación del Rey para construir el metro de Madrid fue de 1 millón, así que imaginad la desorbitada cifra demandada).
Consecuencias del Desastre de Annual
Los hechos bélicos acaecidos en tierras rifeñas tuvieron repercusiones tanto en el ámbito militar como político en España. Por primera vez se mandó un exhaustivo informe de los hechos, llamado Expediente Picasso, por el que hubieron dimisiones y ceses a todos los niveles, por el mero hecho de la existencia de una investigación, ya que en la práctica, el Informe de Picasso sería silenciado e incluso mandado destruir por Alfonso XIII.
El Informe de Picasso, del que se salvó su expediente gracias a Bernardo Mateo Sagasta, pero no así el resto de copias que se destruyeron, nació ya condicionado. Señalar al general de división Juan Picasso (tío abuelo del famoso pintor malagueño), fue una decisión del mismo Rey, a través del ministro de la guerra Luis de Marichalar, recomendado por su inquebrantable profesionalidad. De hecho, Picasso estuvo a punto de renunciar ante las presiones de sus superiores militares y civiles. Pero llegó a Melilla y realizó un vasto informe de lo sucedido con casi 2.500 folios. Pero luego pasamos al expediente en sí.
Las repercusiones del Desastre de Annual pasaron de la prensa al público en ese verano del 21, y en agosto, ante el aluvión de críticas, el gobierno de Allendersalazar dimite en pleno. En el mismo mes el Rey encarga formar gobierno a Antonio Maura, quien a su vez nombró a Juan de la Cierva como ministro de la guerra. Ya comprobamos que los políticos en España podían y de hecho dimitían cuando obraban negligentemente, una lección que no observamos un siglo después. Ya en 15 de agosto se sabía de la misión del general Picasso, pero en general, nadie confiaba en que dicho expediente llevara a ninguna parte (castigado el Gobierno, faltaban ahora los militares, entre los que se encontraba el propio Rey). Los actos civiles de duelo y las posiciones en contra de la guerra caldeaban los ánimos de los españoles.
Hubo que esperar hasta finales de abril de 1922 para que el Consejo Supremo de Guerra y Marina admitiese el expediente y lo pasara al fiscal militar. A su vez, en el Congreso de los Diputados, el socialista Indalecio Prieto exigió “ver” dicho expediente, de modo que gran parte de la Cámara secundó tal petición y el presidente conservador José Sánchez Guerra, ordenó hacerlo público para las Cortes. En las Cortes se barajó la cifra de 14.000 muertos en el Desastre. Los enfrentamientos entre parlamentarios llegaron casi a la violencia y en el mes de Noviembre Indalecio Prieto se atrevió a acusar al Rey como responsable máximo. El cruce dialéctico terminó con la dimisión de Sánchez, así que Alfonso XIII eligió al liberal Manuel García Prieto como nuevo Presidente, hecho que no calmó para nada el debate sobre las responsabilidades. El proceso de reuniones parlamentarias para debatir el caso “Annual” se alargó hasta julio de 1923, cuando se decidió convocar el Pleno de la Cámara para el 2 de Octubre y resolver al fin el grado de culpabilidad del Rey. Pero eso no ocurrió porque en Septiembre Miguel Primo de Rivera disolvió las Cámaras y proclamó su dictadura, con el beneplácito del Rey Alfonso XIII. Por supuesto, al expediente se le dio carpetazo, pero no quita que esta acción de fuerza tuviese una durabilidad corta (siete años, y el posterior exilio de ambos mandatarios).
En lo estrictamente militar, el Consejo Supremo presidido por el general Aguilera, decidió procesar a 39 militares por abandono o negligencia además de los 37 oficiales que aparecían en el Expediente Picasso, hecho que honra a dicho Consejo, pues no se conformaron con “seguir un procedimiento”, sino depurar las responsabilidades en el Ejército en general por un desastre tan doloroso en todos los sentidos. Entre los responsables de alto rango, se condenó al Alto Comisario en Marruecos, Dámaso Berenguer, a abandonar su rango militar (dedicándose a su plaza de Senador). Se juzgó de “temeraria” la acción del general Silvestre, así como dejó impune lo que el Informe Picasso calificó de “negligente”, tanto a Berenguer como a Felipe Navarro, favorecidos por los sucesivos indultos Reales.
La última estimación (2001) de Juan Tomás Palma Romero, habla de 8180 soldados españoles muertos en el Desastre de Annual, enterrados en Melilla, en el Panteón de los Héroes. Los cadáveres permanecieron abandonados durante meses hasta que fueron retirados por los soldados españoles que retomarían las posiciones, en una guerra que continuaría hasta 1925, cuando se dispuso un serio desembarco en Alhucemas ordenado por Primo de Rivera en colaboración con el ejército francés. Por cierto, su hermano Fernando Primo de Rivera, sería uno de los pocos condecorados (póstuma pues murió en la batalla) del Desastre de Annual, por su acción heroica y temeraria para salvaguardar las vidas de los que se batían en retirada, al mando de la Caballería de Alcántara, puso la vida en juego de casi 700 jinetes y monturas, y la suya propia, sobreviviendo solamente un diez por ciento, permitiendo que miles de soldados llegaran a posiciones de resguardo.
La continuidad del Protectorado de Marruecos costó a España más de 20.000 vidas de jóvenes entre 1909 y 1956.