Todo tiene un motivo de ser y origen, existiendo ciertos detalles que son los que marcan las costumbres y formas de ser de cada colectivo, que no diferencias, ya que todos festejamos y realizamos espectáculos y exhibiciones de forma parecida. Pero en la Comunidad Valenciana se nos conoce por el “amor a la pólvora” en general, y pocas son las poblaciones que no incluyan un “alardo” o alarde con armas de fuego en sus Fiestas de Moros y Cristianos, única exhibición que ha perdurado en el tiempo de los antiguos “torneos” medievales, precisamente por que fueron desplazadas las lanzas, caballeros, arcos y ballestas por los arcabuces, trabucos y mosquetes, por la pólvora en definitiva.
A falta de suficiente documentación histórica que nos aclare el origen concreto de la aparición de las armas de fuego en España, se debe trabajar con la lógica y el sentido común, por eso no me convence demasiado la hipótesis de que son anacrónicas en las Fiestas más antiguas (como en Alcoy, que se celebran desde 1276), ni que los chinos desarrollaran esta tecnología eficientemente para lo militar, ya que no es hasta el siglo XX cuando equiparon decentemente a su infantería. Una fuente indirecta sobre la importancia y posible introducción de las armas de fuego en el Antiguo Reino de Valencia, lo tenemos en su más importante obra de la Literatura del Siglo de Oro de las Letras Valencianas, el Tirant lo Blanc, escrito casi con toda probabilidad cuando el asedio de Constantinopla (ya que en la obra se salva del asedio, cosa que no ocurrió) y publicada casi cuatro décadas después de este hecho, en 1490. El Autor murió sin verla publicada en 1468. La traducción y publicación en castellano se realizó en 1511 sin pena ni gloria.
¿Pero qué relación tiene esta obra con la pólvora y las armas de fuego? Para ver dicha relación debemos remontarnos siglos atrás, ya que será precisamente el Imperio Bizantino quien construye los primeros cañones de guerra a finales del siglo XI, mejorando los prototipos árabes que fueron los primeros en importar pólvora y algunos artilugios que disparaban proyectiles, provocando más confusión que daños en el enemigo. En aquella época sucedió una verdadera Guerra Tecnológica entre bizantinos y árabes y, como ocurre en la actualidad, cada bando procuraba equipar (vender) su tecnología a sus aliados. Así tenemos que aparece un documento, fechado en el año 1262 y en Sevilla, de dos cañones (leones) trasladados desde Antioquia para la defensa de las murallas de la Ciudad. Dicho documento nos habla de la odisea por tierra y mar que sufrieron, un trayecto que duró muchos meses hasta su instalación definitiva. Hoy en día los llamaríamos “obuses” de boca ancha, no muy eficaces en una batalla, a menos que el proyectil impactara de pleno, algo difícil ya que se veía venir desde lejos cayendo a plomo. Pero el estruendo era espectacular y aterrador para quien no conocía dicha tecnología.
Del mismo modo que el uso de la pólvora y de las armas de fuego se narran en relatos bélicos incluso antes de la Era Cristiana por los chinos, posteriormente en batallas puntuales (Arquímedes en el siglo II y principios del III), cañones y prototipos portables árabes y bizantinos en el siglo XI y XII, tenemos un documento del siglo XIII con armas de este tipo ya instaladas en nuestro suelo, luego la tecnología era conocida por los científicos e ingenieros militares más avanzados de la época. ¿No sería lógico pensar que los cristianos españoles adquirieran dicha tecnología, y que los musulmanes españoles hicieran lo propio? Hay que recordar que gran parte del sureste español perteneció a Bizancio durante el siglo VI y que nunca se perdió el contacto definitivamente. Trovadores y escritores del Reino de Valencia cristianos no anhelaban una “reconquista” por pueblos navarros, aragoneses ni castellanos. En el siglo XIII el concepto “nacional” era distinto, por eso nos daba igual que vinieran a salvarnos bizantinos o francos, siempre que fueran cristianos. Pero aquella potencia mundial estaba en declive, por eso el Tirant lo Blanc transmite ecos pasados, ecos de aquellos anhelos anteriores a 1238 (época en que Bizancio todavía era poderosa), es decir, una idealización que perduró más de dos siglos y que Joanot Martorell transmitió como novela histórica de caballería.
Por lo expuesto, hablar de anacronismo por la aparición de las armas de fuego en las Fiestas de Moros y Cristianos resulta un error. No se encuentran referencias históricas a dichas armas por que ni eran frecuentes ni decidían combates, algo que si ocurrió en el siglo XV, cuando aparecen las primeras referencias documentadas en las fiestas de Alcoy de 1452, con más de una veintena de mosquetes y arcabuces registrados en el Consell (Ayuntamiento). Este documento permite conocer que la milicia valenciana destacada en Alcoy usaba armas de fuego portables al menos desde al año 1425 (pues se habla de la renovación de armas viejas con más de 20 años de uso). También muy cerca de allí, por los campos de Orihuela, se peleó con armas de fuego pocos años antes, en 1390, la primera batalla registrada donde los beligerantes usaron masivamente las armas de fuego. Tropas del sur de Valencia (Gobernación de Orihuela) unidas a las del Reino de Murcia (gobernación dependiente de Castilla), se enfrentaron consecutivamente a las de Yusuf II de Granada durante más de una década, hasta la muerte en 1392 del granadino, en lo que se había convertido en la frontera más inestable de toda la Península.
Cuando leemos en la Wikipedia y otras fuentes expertas sobre el origen de las armas de fuego, prácticamente todas se remontan al siglo XVI, pero por que las referencias documentales son claras y en cantidad numerosa. Se tiene como precursor de las armas de fuego “definitivas” a Leonardo da Vinci, pero en 1492 ya se usaban escopetas inventadas en España en todos sus ejércitos. Leonardo pudo adaptar quizás la “rueda dentada”, pero no obtuvo relevancia hasta mucho más tarde por ser una solución cara. El arcabuz, el mosquete y el pedrenyal (arma corta precursora de la pistola) son inventos españoles y del Levante con casi total seguridad. La innovación quizás más importante sería el serpentín. Los tratados que aparecen publicados en Bruselas un siglo después, están redactados por ingenieros españoles. En esa época Bruselas era territorio de la Corona Española y prácticamente todo lo importante se publicaba allí. El desarrollo tecnológico a este respecto, junto a la organización militar establecida con siglos de experiencia, sería la que llevaría a España a forjar un Imperio.
Desde principios del siglo XV surgieron unos artesanos especializados en armas de fuego, artesanos que han perdurado hasta la actualidad en algunas localidades donde se celebran Fiestas de Moros y Cristianos. La fotografía primera es de un arcabuz realizado por Armas Tomás de Alcoy, diseñado y construido en las mismas fechas en que se confeccionaban las tres armas que aparecen en la serie Curro Jimenez, serie multitudinaria de los años 70s del siglo pasado. Es un arma letal y se necesita de permiso de armas como cualquier arma de fuego. Aunque desde hace más de un siglo sólo se utiliza pólvora sin proyectiles, hasta principios del siglo XIX se usaban cargas completas. A pesar de ello, no hay registro de heridos graves ni muertes ocasionadas durante el acto del Alardo en seis siglos (como mínimo) de celebraciones, aunque si desperfectos en el mobiliario urbano. Actualmente está restringida la cantidad de pólvora para el acto del Alardo en Alcoy, celebrado cada 24 de abril, en unos 3000 kgs. (2 kgs por festero). Por los años 80s, antes de la puesta en marcha de la nueva normativa, se llegó a batir el récord con más de 6000 kgs de pólvora disparados por la arcabucería.
Por fuerza del sentido común, la Comunidad Valenciana debe su tradición por la pólvora a esa época tumultuosa de la Edad Media. Ya se tienen referencias escritas de “Castells de focs” durante ese mismo siglo XIII de Reconquista, luego ya en época musulmana se jugaba con la pólvora para celebrar ruidosamente las festividades. Muy poca cantidad se destinó para los nuevos inventos que iban surgiendo. Un ejemplo claro lo tenemos en la “mascletá”, cuyo posible origen se deba a un “apoyo” militar. Se sabe que era una forma de alertar a las poblaciones vecinas de algún peligro, sobre todo para los campamentos extramuros de las villas, cuando no había posibilidad de doblar campanas. Cientos de atalayas se conectaban por el Reino de Valencia y se usaban señales lumínicas y sonoras para alertar a las más cercanas. Alrededor del siglo XVIII se fueron sofisticando las carcasas e incorporando mechas, de modo que se pudieran manipular fácilmente por todos, apareciendo las nomenclaturas actuales, como el propio nombre “mascletá”, que puede venir de mascle (macho), el tirador que más soportaba o dominaba el arte del petardeo. La incorporación de la pólvora y las armas de fuego a las Fiestas sucedió casi de forma inmediata en la Comunidad Valenciana y por eso su raigambre y devoción. Si le ofreces a mi sobrino Jorge un caramelo o un petardo, sin duda elegirá el petardo.