En Enero de 1992 el álbum Nevermind, de la banda Nirvana, vendía 300.000 copias por semana, situándose a la cabeza de todas las listas, y abriendo como una cuña el mercado al Rock Alternativo. Solamente habían transcurrido tres meses de su aparición en las tiendas, cuando en Septiembre del año anterior, las expectativas de Kurt Cobain y su banda eran las de “conseguir algunos pavos para ir tirando”. En 1999, siete años después, se certificó oficialmente la venta de 10 millones de copias de este álbum por la RIAA. La revista Rolling Stone lo situó como “El Mejor Disco de los Años 1990s” en el año 2012, y el 6º “Mejor Álbum de la Historia” en 2020. En 2011, Q del Reino Unido, los consideró como el 5º “Mejor Álbum de la Historia a nivel Mundial”.

En mi caso, no recuerdo las circunstancias de la compra de Nevermind, uno de los últimos vinilos adquiridos en mi vida, ni quién me lo recomendó, pero fue a comienzos de 1992. Llevaba más de un lustro “obsesionado” con la música electrónica. Pero lo que sí recuerdo es ponerlo en mi AIWA de 300 W reales, sin vecinos, y a todo trapo escuché los primeros acordes de “Smells like Teen Spirit”. Se me erizó el vello de todo mi cuerpo, quedando totalmente “poseído” por una música increíble. “¿Qué está pasando? ¿No ha muerto el Rock? Pero si ya no quedaba nada que decir en este estilo…”, me pregunté alucinado.

Kurt Cobain performs with Nirvana in 1993

Debo decir que, aunque mi música era la electrónica, como la de todos los de la Comunidad Valenciana en esa época, solía escuchar clásicos del Rock Duro (luego llamado Metal), de los 1970s sobre todo, y algún tema fuera de la onda de los sintetizadores, Pixies y otras “rarezas”, y por eso adquiría alguna cosilla de vez en cuando. Janes´s Addiction y Nirvana llegaron cuando pensaba que no quedaba lugar para algo nuevo, pero estas dos bandas me convencieron de que el Rock no había muerto, tal y como se venía diciendo desde mucho tiempo atrás.

Pero lo sorprendente de esta banda Nirvana fue quizás su vocalista y líder Kurt Cobain. Cuando me enteré de que se voló la cabeza en 1994 y entraba en ese extraño grupo de creativos que se suicidaba a los 27 años, reconozco que despertó morbosamente mi curiosidad. Se disparó en el pecho y no en la cabeza, como dijeron al principio. Los documentales que se proyectaron sobre su figura, y de paso, sobre los de su entorno más próximo, todavía embrollaron más el concepto que tenía sobre su persona. Pero hablar sobre su contribución a la Música, al Rock y al Estilo/movimiento/corriente Grunge, ya lo hacen e hicieron analistas mucho más expertos que un servidor. Sobre su estado mental, todos se reservan lo “negativo” para echarle la culpa a las drogas o a un estado de extrema depresión.

Lo que me sorprende es que, a día de hoy, en el mundo occidental (el 1er Mundo dicen), la principal causa de la muerte entre los jóvenes en la franja de edad de entre los 15 a los 30 años sea el suicidio, y que tenga que llegar un heredero al trono del Reino Unido para contárnoslo, pues los gobiernos ni caso. La británica Amy Winehouse también falleció a la misma edad, por excesos que se pueden considerar suicidio. ¿La edad maldita? ¿Sufren una enfermedad mental los jóvenes que desconocen los científicos?

Si se lee la carta de “despedida” de Kurt, justo antes de dispararse en el pecho, sin ser experto, se observa la sencillez y lo infantil del narrador, y lo que significaba la vida para alguien que acababa de alcanzar la cima sin pretenderlo. Curiosamente coincide con el lenguaje de los que hemos vuelto de la muerte. «Le vino grande, nadie le comprendía, y las drogas le facilitaron la evasión», dijeron todos. Pero para alguien que ha cruzado el umbral de la muerte y ha regresado sí tiene sentido, porque existen muchas personas que están muertas sin saberlo, y pactan con “seres del otro lado” o, como en el caso de Kurt, con su amigo imaginario. Consiguen el éxito y la fama de manera efímera, aunque se recuerden por siempre, sin ellos saborear el resultado ni conocer la dimensión conseguida. Es el precio que pagan.

Por qué tantos miles de chicos europeos (y del primer mundo) se suicidan, es un tema que debería preocupar a los políticos, pero miran a otro lado, pues sería como reconocer alguna culpa. Hasta las noticias de personalidades tan relevantes de la canción como Kurt, y otras del arte en general, se dicen en voz baja para que pasen y se olviden con rapidez.

El tema de la muerte autoinfligida es desagradable y a nadie interesa, sobre todo si ocurre en hogares donde la calidad de vida es alta. Leyenda-morbo-leyenda, recuerdo un concierto en Dallas, en 1991 y que está en Youtube, cuando Kurt se sintió “agobiado” por público y personal de seguridad. En el minuto 42, más o menos, la avalancha de espectadores que invadían el espacio de confort se hacía insoportable, así que el vocalista, sin pensarlo dos veces, se arrojó al público y, entre los forcejeos, le arreó un guitarrazo al segurata en toda la cara. Éste lo devolvió al escenario pero para propinarle un puñetazo, pues consideró que el golpe fue a propósito, y los de la banda reaccionaron salvándole porque su intención era darle una paliza. Kurt no tuvo miedo en ningún momento, y eso es un síntoma claro de que no temía a la muerte. Es más, había vuelto ya de la otra vida en alguna ocasión, seguro, y estaba deseoso de cruzar definitivamente a esa dimensión.

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