El equipo de www.qvo.es ofrece su más sentido pésame por las víctimas del COVID-19 a las familias, por eso muestra desde el inicio de esta terrible Pandemia un lazo negro en todos sus post.
Este mes de Octubre, el día 21, se cumple el 95 Aniversario de la muerte de Harry Houdini, uno de los magos e ilusionistas más famosos de todos los tiempos, conocido como “el escapista”, cuando ninguna cadena o cárcel se le pudo resistir. A sus 52 años fallecía en un hospital de Detriot por una peritonitis, derivada de una apendicitis no tratada y que sufrió durante muchos días, sin acudir a especialistas, a pesar del dolor sufrido.
La profesión de mago e ilusionista está basada principalmente en el engaño. Las cosas no son lo que parecen y el profesional, con sus trucos, embauca al público para que crean que contemplan verdadera magia. La fama de Houdini sobrepasó los escenarios, así que en su vida privada, en sus paseos por el parque y visitas a cualquier restaurante, taberna, cine o lugar público, debía tener preparado algún truquillo para que el “espectáculo continuara”, para que el engaño nunca se descubriese por culpa de una mala improvisación. Eso fue repercutiendo en su personalidad hasta el extremo de creerse que sus trucos eran magia de la de verdad.
Houdini se dedicó desde niño al espectáculo, viajó mucho por todo el mundo, y su repertorio debía ser renovado continuamente, siempre a la búsqueda de algún número que lo mantuviese “en los papeles” (periódicos) y, también, rivalizar con otros magos. Pero quiso llevar su fama todavía más lejos y rivalizar con los famosos de otras profesiones: artistas, deportistas, empresarios, etc. De modo que actualizaba sus números dedicando a rivales famosos trucos explícitos con la intención de ridiculizarlos o determinar su “superioridad” públicamente. Su ambición profesional no tenía límites. Le ocurrió como a todos los famosos: Se creen “elegidos”, intocables e inmortales, conocedores de una verdad absoluta.
Para rivalizar con los boxeadores, los deportistas más famosos del mundo en los años 1920s, solía exhibir un número de lo más impactante, para él y para el público, pues retaba a los campeones a que le propinaran un puñetazo en el estómago y demostrar así que era un ser sobrenatural, “mágico”, dejando atónitos hasta el mismo boxeador. Lo que no sabían era que recibir dicho impacto sin consecuencias le costaba a Harry horas de preparación y concentración, muchas veces durante días, antes de recibir el impacto. Houdini sabía del peligro que corría, pero le dio tanto éxito que, algunas veces, los boxeadores le retaban en los clubes más famosos, fuera del escenario, y para mantener su reputación, aceptaba, siempre que le dejaran unos minutos para prepararse.
Superados los cincuenta años de edad, este brutal exceso y otros desmedidos, comenzaron a pasarle factura. En una de sus últimas giras, de paso por Montreal, sufrió de apéndice inflamado, pero apenas sentía dolor. En aquellas tierras ver al Gran Houdini fue todo un acontecimiento y hasta cursos completos de universitarios contemplaron sus números para ver si descubrían alguno de sus trucos. En los jardines del campus de la Universidad, un grupo de estudiantes sorprendió al mago mientras descansaba sobre la hierba. Lo abordaron muy emocionados y comentando sobre sus números, los jóvenes se mostraron algo disgustados porque no incluyó el del puñetazo. Le preguntaron si realmente era capaz de soportar cualquier puñetazo y, tras la respuesta afirmativa del mago, un tal Joselyn Gordon Whitehead le propinó un terrible puñetazo al abdomen. Harry no se desmayó de milagro, pues en el último segundo comprimió algo su musculatura. Fingió superar el trance con una sonrisa y los muchachos se marcharon vitoreando su nombre.
El tal Joselyn era un campeón universitario de boxeo. No llegó a la profesionalidad, pero su estado de forma era similar al de los profesionales. Houdini siguió su vida de siempre, continuó con su gira, hasta que llegó a Detroit, soportando un dolor cada vez más agudo en su abdomen. No sabía que aquel puñetazo sin guantes lo había matado, aunque quizás sí, pero su ego no le permitía admitirlo. Él era el Gran Houdini, el más grande de todos los tiempos, y un niñato cualquiera no podía destruirlo. Aquel día frío de un 21 de Octubre de 1926, en Detroit, nueve días después del brutal impacto de Joselyn, se daría fin a la carrera y la vida de uno de los más grandes burladores, burlado por un niñato que demostró que se podía acabar con el todopoderoso mago. Aunque realmente, nunca sabremos si fue ese el golpe definitivo que le causó una peritonitis incurable para aquellos tiempos.