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Existe un arquitecto valenciano “maldito” en España por su vida a contra corriente, en unos tiempos donde todavía existía algo de “honor” y respeto por los valores tradicionales. Y es que en España tenemos la manía de criticar a los autores tanto por sus obras como por su personalidad, carácter y hechos de sus vidas cotidianas. Este arquitecto, llamado Rafael Guastavino Moreno, dejó su huella todavía perceptible en todo el continente norteamericano (especialmente en Nueva York) y no realizó sus proyectos más vanguardistas en España precisamente porque fue una persona “non grata” por sus aventuras extramatrimoniales y por ladrón, ya que huyó del país llevándose consigo unos fondos que no eran suyos y con la esposa e hijos que tampoco lo eran “oficialmente”, es decir, por sinvergüenza y estafador.
Pero si separamos lo que Rafael significaba para los usos y costumbres de su faceta profesional y vocacional, tenemos a un genio que podemos situar a la altura de Gaudí, pues sentó las bases del Modernismo en Cataluña y de hecho, fueron contemporáneos y se conocieron, y bien vale recordar dicha faceta profesional, aunque la calidad como persona diste mucho de una “vida ejemplar”. Su contribución al mundo del Arte en general, de la Arquitectura y el diseño en particular, es algo que no se puede negar, aunque en Hollywood no se hayan molestado en retratarlo, como han hecho con personajes históricos de origen anglosajón y de mucha menos calidad artística y/o profesional. Ningún arquitecto en la Historia puede contar como él por centenares sus obras. Quizás, los que lo conocieron y sabían de sus correrías, también opinaban como en España, que su vida y “sinvergüencería” no le merecía mención alguna. No me cabe duda de que no sólo en España se tiene en cuenta a la persona que realiza una obra y la sitúan por encima de la misma.
Durante el siglo XX los Estados Unidos inundaron el mundo de cultura y propaganda a través del Cine. Mediante el Séptimo Arte difundieron sus diseños de Moda, los estilos musicales que allí gustaron y sería la ciudad de Nueva York la más retratada, la ciudad más atractiva y soñada por todo el Planeta. En las películas vemos y hasta nos familiarizamos con sus rascacielos, con Broadway, con Times Square, con Central Park, con numerosos edificios y construcciones que han pasado mediante la pantalla a ser algo intrínseco de todo el mundo. Desde “Cantando Bajo la Lluvia” hasta los “Cazafantasmas”, cientos de películas convirtieron a Nueva York en la “Ciudad Eterna” del siglo XX. Numerosos escenarios de estas míticas películas son obra de Guastavino.
La Estación de City Hall (el metro más antiguo del mundo tras el de Londres), Oyster Bar & Restaurant (películas de Woody Allen), la Catedral de San Juan el Divino, el Great Hall de Ellis Island, el Puente de Queensboro, el Hospital Monte de Sinaí, donde se rodaron docenas de películas y series, Carnegie Hall, en Central Park, el Templo Emanu El (San Bartolomé) en la Quinta Avenida, alrededor de 360 estructuras y construcciones que configuraron la ciudad de Nueva York, transmiten el estilo Modernista Valenciano, llamado también «ecléctico«, por obra de Rafael Guastavino, y que ha pasado a la posteridad como “arte arquitectónico neoyorquino”. Curiosamente en Nueva York y por extensión, en los Estados Unidos, se piensa que dicho arquitecto es de origen italiano y en España nadie conoce dicha contribución ni al Autor hasta el año 2016, cuando una documentalista llamada Eva Vizcarra, consiguió el Delfín de Oro en Cannes, resucitando la memoria de este brillante arquitecto. Creo que en Valencia al menos, lugar de nacimiento del arquitecto, y donde no realizó actos reprochables, que se sepa, viene siendo hora de recordar también a su gran arquitecto.
Rafael Guastavino nace en la Capital del Turia en el año 1842. Durante su infancia vivirá admirando las bóvedas de La Lonja de la Seda, que por aquel entonces se estaba restaurando, y maravillándose de las formas y contornos de la Catedral y Miquelet, pues no vivía demasiado lejos de la misma. Pero lo que más le gustaba y quizás marcó para toda su vida, sería la visión de la bóveda en brazos de crucero a 22 metros de altura que su tatarabuelo Juan José Nadal construyó en la Iglesia de San Jaime en Villarreal, durante varias etapas del siglo XVIII. Ya desde muy joven Rafael meditó sobre las soluciones que su antepasado aplicó a dicha arquitectura y profundizó sobre la belleza del Neoclásico.
Indudablemente el interés por la Arquitectura le llegó a Rafael en el momento quizás más “constructivo” de nuestra Historia. Desde mediados del siglo XIX hasta la Guerra Civil, se desarrolló el Modernismo en España, y tuvo en Cataluña y Antiguo Reino de Valencia sus mayores exponentes por cantidad y calidad de obras, aprovechándose el auge económico por la Industrialización. Pero existe una conexión que va más allá de las casualidades y que voy a intentar resumir como curiosidad. El origen del apellido Guastavino lo tenemos claramente ubicado en Italia y, lo que son estas cosas, el importante intercambio cultural entre los reinos y feudos italianos con el Antiguo de Valencia entre finales del siglo XIV, durante todo el siglo XV hasta mediados del XVI, convertiría esta zona levantina en un referente europeo de la cultura y del arte, con un “Renacimiento” propio y donde se fundaron escuelas de Arquitectura, Arte (todas sus disciplinas) y Música, que incluso han perdurado algunas hasta nuestros días. La tradición arraigó durante varios siglos, aunque obviamente, siempre ha seguido las pautas que la Economía ha marcado. Si el tatarabuelo de Rafael Guastavino, con apellidos totalmente levantinos, bebió de esta tradición constructora, y la trasmitió a su vez, no podemos situar a nuestro protagonista como “ajeno al fenómeno histórico” y sí como continuador. De hecho, en 1885 patentó soluciones que no fueron más que la evolución de las aplicaciones del ladrillo valenciano y la cerámica esmaltada, el azulejo, llamada en Valencia manisa, por sus antepasados.
Rafael se trasladó a Barcelona para afrontar los estudios para Maestro de Obra. Será en esta ciudad donde encontró lugar a sus aplicaciones estructurales y se enriqueció por las soluciones y tendencias novedosas del momento. Con tan sólo 26 años de edad diseñó y construyó la fábrica Batlló, donde no dejó nada al azar e instaló una más que práctica chimenea octogonal,
para más tarde construir el Teatro de la Massa,
a cuya inauguración no acudió porque había huido a los Estados Unidos con dinero estafado a inversores, unos 40.000 dólares, mediante el cobro de pagarés. Eso sería a principios de 1881, y se llevó consigo a su hijo menor de 9 años, fruto de su primera esposa Pilar Expósito, que lo abandonó fechas antes con sus dos hijos mayores para establecerse por su cuenta en Argentina. Los líos de “faldas” de Rafael fueron la comidilla en Barcelona durante las más de dos décadas de residencia, dignos de una Novela (culebrón) que seguro triunfaría tanto en aquel tiempo como ahora. Pero la estafa sería la acción más reprobada y que nunca le han perdonado.
En Nueva York se instaló en una buena casa junto a su ama de llaves (amante) y sus dos hijas (que los rumores adjudicarían a su paternidad, al menos su hija menor, pero la historia puede ser quizás más retorcida, si cabe). Nunca más regresaría a España. Aprovechó el escaparate que era por entonces la Gran Manzana, con exposiciones nacionales e internacionales. De hecho, no era la primera vez que viajaba a los Estados Unidos, pues presentó un proyecto con mucho éxito en la Exposición del Centenario en Filadelfia por el año 1876. Durante toda esa década de los años 1870s en Norteamérica cundió el pánico por los incendios ocurridos en Chicago y Boston, cuando la mayoría de edificios se construían con vigas y estructuras de madera. Guastavino se presentó con una solución ideal, ya aplicada en el Reino de Valencia durante siglos: el ladrillo plano y ligero, que “milagrosamente” ofrecía gran resistencia a las estructuras. Las propiedades ignífugas de la cerámica pero con las nuevas formas ideadas por Rafael, más ligera y barata, sugería construcciones rápidas y resistentes. Por aquellos tiempos los periódicos decían de Rafael que “salvó miles de vidas de estadounidenses con sus soluciones”.
Pero su éxito mayor lo obtuvo con la bóveda tabicada valenciana. Reunía todas las características anteriores más la posibilidad de construir inmensas estructuras. Para demostrarlo, construyó una bóveda a escala en un lugar público y le prendió fuego. Por supuesto, antes convocó a la Prensa para que diera fe y difundiera los resultados. A todo esto, en 1884 se quedó en la ruina, como la mayoría de empresarios en aquel momento. En 1885 patentó sus “nuevos materiales” (sistema de arcos de baldosas) y al poco fundaba la Guatavino Fireproof Construction Company, compañía que heredaría su hijo Rafael Guastavino Expósito (fallecido en 1950) hasta 1962 cuando cerró, hijo que tomó el relevo de su padre no sólo por su apellido sino por su valor como Arquitecto también brillante. Para cerrar bien su negocio, Rafael padre fundó una fábrica de ladrillos y azulejos en Boston, materiales elaborados para construir, por ejemplo, la inmensa y espectacular sala de Registro del Edificio de Inmigración de la Isla de Ellis, inaugurada en 1900 y famosa por los millones de emigrantes y decenas de películas donde aparece, contemporánea de las primeras películas del Cine Mudo. Seguramente nadie en España conocía que sus emigrantes debían pasar bajo un “techo valenciano” construido por un valenciano. Su apellido italiano tampoco ayudó demasiado a este respecto.
Durante la última década del siglo XIX hasta su muerte en 1908, con 66 años de edad, construyó más de 1000 edificios por todo el Continente. 360 en Nueva York, más de 100 en Boston, además construyó muchos en Baltimore, Washington D. C. y Filadelfia, sin contar las ventas de los derechos de su patente para construir por otros empresarios. Todavía le quedó tiempo para construir en Cuba, Canadá y México, y asesorar a uno de sus amigos que le quedaban de su época en Barcelona, el arquitecto Eusebi Güell, para la construcción de una cementera en 1901. Bibliotecas, edificios gubernamentales, museos, universidades, estaciones de metro y ferrocarril, hoteles, puentes y túneles, edificios particulares, era capaz de supervisar hasta 100 edificios en 12 ciudades distintas al mismo tiempo. 600 edificios todavía quedan en pie. Un crack que dijo “basta” en 1908 y que el prestigioso The New York Times homenajeó en su necrológica titulándolo como “El Arquitecto de Nueva York”.
Falta de reconocimiento por la obra de Rafael Guastavino
Resulta indudable la aportación a la Arquitectura de los Estados Unidos por este valenciano que debe considerarse allí como “genio universal”. Configuró la ciudad más importante del mundo y le ha dado su personalidad durante todo el siglo XX. Además inculcó los materiales a utilizar con la filosofía moderna: ignífuga, ligera y resistente, ejemplo que continúa vigente en la arquitectura de nuestro tiempo. Hasta 1972, es decir, durante más de medio siglo ningún arquitecto o constructor lo mencionó, y sería nombrado de pasada en una revista de arquitectura de poca difusión en dicho año para volver al ostracismo. Hasta el año 2004 ningún estudiante elaboró su tesis basándose en Guastavino. Tuvo que ser el MIT quien le dedicara por primera vez una exposición en 2008. En España nada de nada hasta el documental de Eva Vizcarra en 2016. Creo que llega el momento de considerarlo a la altura de los “grandes constructores” al menos, pues pocos en el mundo han realizado una proeza de tal magnitud como Rafael Guastavino. Lo más triste es que Valencia nunca se haya preocupado por su hijo. Ni ha ensalzado su figura ni le ha dedicado algo de tiempo en recuperarlo para el público valenciano.