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Relato corto erótico
MATERIALIZAR LAS PERVERSIONES
Los seres humanos vivimos en numerosas ocasiones situaciones fuera de las costumbres, fuera del orden social y/o leyes escritas, y llevan a los que incurren en dichas faltas al ostracismo o al destierro, por inadaptados o por inconformistas. En no pocas periodos de la Historia, el castigo podía ser muy duro. Durante milenios se ha establecido una norma común a la hora de las relaciones, que varían muy poco entre los colectivos, que tratan sobre el Matrimonio y la sexualidad: cuándo se debe considerar adulterio y hasta qué punto se puede tolerar una conducta “inapropiada”. Precisamente vivimos unos tiempos cuando el tema de la sexualidad se entiende menos que nunca.
Esas conductas poco ortodoxas para la sociedad se definen como “perversiones”. Pero hay que aclarar que la perversión es un pensamiento que todavía no se ha convertido en hecho o acción. Y esa es la definición que seguiremos en este relato. Por ejemplo, si hablo de “incesto”, se entenderá como una fantasía, mientras no se especifique una conducta física. Nos ceñimos a la definición de “perversión freudiana”, desviaciones de la conducta que solamente suceden en la imaginación.
Una conducta incestuosa que no sucedió en la imaginación sino en la realidad ocurre en la calle donde residí hace unos años, cuando un mismo hombre está casado con una mujer divorciada con hijas, y posteriormente se casó con una de las hijastras. Con ambas tuvo descendencia, y ésta se trata familiarmente de una forma curiosa, ya que algunos vástagos son hermanos, primos, sobrinos y nietos al mismo tiempo. La cuestión del incesto viene porque las malas lenguas dicen que su segundo matrimonio no fue con la hijastra, sino con una hija natural, quedando un rastro de enfermedades relacionadas con la endogamia bastante claro. Este señor, albañil de profesión, llevó sus perversiones hasta sus últimas consecuencias, dejándose llevar por sus instintos sin contemplar las normas más básicas de la convivencia. Tiene dos hijos disminuidos mentales, por jugar a la “ruleta genética”.
El personaje que os contaré a continuación también fue albañil, pero ya en edad madura abrió una empresa de reformas y ahora vive solo en un apartamento, acomodadamente, en la frontera de los sesenta años de edad. En dicho apartamento reside desde hace algo más de una década y se lleva bien con los demás vecinos y propietarios, en un bloque de viviendas de 5 plantas. Se llama Antonio y vive en el 4º derecha. Se lleva especialmente bien con un matrimonio que reside en el 5º izquierda, una pareja con dos hijos, chico y chica, el primero con 34 años y su hermana con 18. Cuando los conoció, Perla le confesó que tuvo su primer hijo a los catorce años, y que no llegó a casarse. Luego conoció a su actual marido, un buen hombre, con el que tuvo a su hija.
Antonio le hace el amor a Perla desde que la conoce, por supuesto en su imaginación, ya que sueña con ella en numerosas ocasiones, y sus perversiones lo llevan a las posturas y situaciones sexuales más atractivas para él. Soy testigo de que Perla es una andaluza morena que quita el sentido. Pero fuera de algún que otro cumplido, nunca Antonio intentó insinuarse más de lo permisible. Conoció a su hijita Gema muy pequeña y prácticamente la ha visto crecer, así que el trato en general con ellos es muy afectuoso, casi familiar.
La cosa tomó un nuevo giro durante el COVID-19, pues entró en el escenario la mamá de Perla, que se llama Esmeralda (Esmi para sus conocidos), una rubia que ya hace años que sobrepasó los 60, pero que se conserva de muy buen ver: sin arrugas en la cara y una figura muy atractiva. En dichas fechas, a comienzos del confinamiento, Esmi sufrió una fuga de agua en el techo de su baño, y como no conseguían contactar con ningún profesional, su hija le pidió a Antonio que visitase a su madre para ayudarla. Y, en efecto, Antonio se personó en su domicilio esa misma tarde.
Antonio la reconoció por haberla visto alguna vez por la escalera, cuando visitaba a su hija y nietos, pero se sorprendió por lo que conocía ella de él: que estaba soltero, su edad, dónde trabajaba, etc. Él iba resolviendo los problemas de la fuga y, mientras, se dirigían miradas furtivas e interrogaban con simpatía. Cada vez que la miraba, más se convencía de lo guapa que era. Pero tenía que indagar más pues los números no le cuadraban. ¿Cómo podía ser que tuviese un nieto tan mayor siendo ella tan joven? En fin, le contó que tuvo a su hija con 16 años y que ambas, hija y madre, siempre les gustaron los hombres muy mayores. Su marido había fallecido hacía algo más de 5 años con 85 años de edad.
Antonio iba construyendo en la mente sus perversiones. Aunque la ropa no lucía buen tipo en ella, es decir, no era acertada en estilo y colores, le parecía que Esmeralda estaba para un buen revolcón. Tenía en su sitio las tetas y un culito redondo de lo más bonito. Pero no se parecía en nada a su hija, ni físicamente ni psicológicamente. “Habrá salido a su padre”, pensó, para más tarde preguntarse: “¿También le gustarán los hombres mayores a la nieta?”, desechando la idea casi inmediatamente por demasiado perversa, bajó de la escalera y buscó a Esmi por la casa.
Al entrar en el salón Esmeralda se quitaba el chalequito y dejaba solo la blusa con un escote que parecía reventar. Antonio no supo interpretar esa señal. “¿Hace calor verdad?”, dijo ella exuberante, retirando su cabello rubio y acariciando su propia cintura. Antonio lo estropeó y no se le ocurrió nada mejor que decirla “¿te encontrarás muy sola verdad Esmi?”. A Antonio se le notó enseguida la calentura que sufría al ver a Esmi tan “apretada”, pero su comentario no fue nada acertado, y ya queriendo arreglarlo era como que se estropeaba más. Terminó piropeando como último recurso. Se echó con la puntilla para ver si el toro cedía, y hasta le tocó el brazo en semicaricia, le decía que era más guapa que su hija y que no aparentaba la edad que tenía, pero solo consiguió que ella se asustara y se alejara sonriendo falsamente. Le dijo que tenía que volver al día siguiente porque debía secarse el yeso del techo, y se fue más cabreado que una mona. Ella lo despidió con una sonrisa fingida que le resultó excesivo castigo.
Ya en su casa Antonio repasaba lo ocurrido y creyó que había perdido una buena oportunidad de “probar” esa delicatesen llamada Esmi. Soñaba despierto que la agarraba por el culito y le comía las tetas tan suaves que le asomaban por encima de la blusa. No hay que engañarse, seguir un protocolo acertado para aparearse con éxito con una hembra de cualquier especie, te puede costar hasta la vida. Que se lo digan a las mantis y a las arañas, por ejemplo. Tuvo tiempo de cambiarse de ropa y ponerse el pijama, cuando sonó el timbre de la puerta. Era Perla que apareció enfrente con un suéter de cachemir de color crema, un pantalón color camel, el pelo recogido atrás y el rostro brillante, seguro por el exceso de hidratante aplicada a su piel. Antonio pensó enseguida que seguro que la hidratante se la había aplicado por todo su cuerpo, durante o después de la ducha de hacía unos minutos. Olía maravillosamente y al pasar, descubrió que esos pantalones le hacían un culito pequeño y atractivo, muy al contrario que de diario, cuando la veía con vaqueros o con falda, que su tamaño era mayor a la vista. Perla le preguntó cómo le había ido con su madre, pero Antonio estaba embobado mirando lo buena que estaba. Por suerte reaccionó y la hizo pasar. Sacó unos refrescos y aperitivos mientras le explicaba el trabajo realizado. “Esta vez, pensó, debo medir mis palabras”. Tras la explicación la llevó al terreno que le interesaba. Le dijo que su madre era guapísima, como ella misma, y que era todavía muy joven. Sabía que ese mensaje sería recibido por la interesada nada más llegar a su casa su hija y la llamara. Pero inmediatamente se lanzó a por ese dulce que tenía delante, pues creyó que estaba “dispuesta”.
De nuevo las señales. Perla dijo: “mi madre se ve más joven. Mira mi caso que ya tengo 48 años y ella se conserva mejor”.
“Me lo ha puesto a huevo”, pensó Antonio, y se tomó unos segundos para responder. Si decía que no aparenta más de 35 podría sonar a falso cumplido y la cagaba, pero si le decía algo demasiado suave podía tomarlo a mal. Así que le dijo acercándose a su rostro: “Te juro que nunca adivinaría tu edad si no lo hubieses dicho ahora, aun así, no me creo que tengas tantos. Te estás burlando”. La respuesta le encantó y se rió con ganas. Parece que las perversiones también se dispararon en su mente porque confesó que su marido no opinaba lo mismo ya que no la besaba desde hacía tiempo. “Yo me pasaría a todas horas besándote en la cara, se acercó y la besó, en los labios, y los besó, eres la más bonita que hay en el mundo mi reina mora”.
Antonio la atrajo sobre si en el sofá para abrazarla. Conversando se apagaba la luz del atardecer e iban quedando en penumbra. Los besos llevaron a las caricias y al poco ya tenía Antonio sus bragas en la mano y el pantalón camel en el suelo. Sin duda los dos siguieron sus perversiones y pasaron del amor contemplativo de sus miradas, al sexo más caliente e incansable sobre el sofá. Le metió el dedo en el ano y ella a él, como un impulso reprimido que por fin se realizaba. A ella le dolió que intentase entrar por detrás, pero le pidió que continuase (le habían dicho que a todas les gusta). Contradictoriamente era un dolor que le gustó, y se propuso que repetiría siempre por el placer que le proporcionaba. Se vistió en la oscuridad. Antonio fue a buscar el interruptor de la luz cruzando el salón, y cuando le dio, Perla había desaparecido.
Al día siguiente las vidas de Antonio y Perla volvieron a sus rutinas acostumbradas. Ambos, mientras desayunaban, se preguntaron si todo fue un sueño, una perversión, o si realmente habían hecho el amor la tarde anterior.
Antonio oprimió el botón del ascensor y se paró en la planta cuando bajaba. Subió y en el rincón de la derecha se encontraba Gema. Hacía tiempo que no la veía, pero no vio motivo por el que perder su confianza con ella. Iba demasiado abrigada y así se lo dijo: “¿Crees que viene un temporal de nieve Gemita?”. “Tú eres tonto”, dijo ella dando pataditas en un lateral. “No, en serio, siguió diciendo Antonio divertido, si sabes alguna noticia de que viene un huracán o una glaciación dímelo”. “Ja, ja” dijo ella moviendo las manos a lo rapero. “Creo que te has tragado un payaso Tonito”. Enseguida Antonio la agarró por la cintura y la inmovilizó. Ella le dio un manotazo en el brazo y él intentó morderle en el cuello. Cuando pudo dominarla, la abrazó con fuerza y notó sus tetas enormes, y su pene, contra su abdomen, comenzó a endurecerse.
Antonio aflojó el abrazo y le dijo: “ya sé por qué vas tan tapada”, le dio un beso en la mejilla y siguió hablando: “no tienes que avergonzarte de ti misma a estas alturas. Con catorce años ya estabas buenísima y te has ido haciendo más mujer cada vez”. “Tú qué sabes” dijo ella fingiendo enfado. “Sí, mira, tienes que buscar la ropa que te siente mejor y no los chandals y toda esa ropa de adolescente que parecéis morcillas embutidas. Busca ropa de mujer y verás que dejas a todos con la boca abierta”. “¡Pero si estoy gorda!”, gritó de pronto. Antonio volvió a abrazarla y besarla fraternalmente y enseguida buscó con el móvil ropa de mujer: faldas con chaqueta, ropa interior ajustada, zapatos de tacón, medias, etc. “ya eres una mujer. Dile a tu madre que te compre ropa de mujer”. Ya entrado en confianzas, en el zaguán del edificio desde hacía unos minutos, le desabrochó la gabardina y contempló su chándal que apretujaba su pecho. “¿Ves como tenía razón, que apretujas tu cuerpo con un chándal para esconderlo?”. Ella avergonzada, pero muy atenta, volvió al alegato de su gordura. La verdad era que tenía una constitución más parecida al padre que a su madre y abuela, pero era más bien de complexión fuerte. No tenía ni tiene barriga ni grasa por ninguna parte. Un pecho de 90 le hacía creer en su gordura. En fin, de tanto mirarlas, Antonio no pudo resistir el impulso de medirlas con sus manos, e inmediatamente las retiró pidiendo disculpas. Lo hizo tan delicadamente que a Gema la encantó. “Oye que tengo novio ¿eh?” dijo fingiendo enfado. “Ese es un esmirriado que no sabe lo que se hace con alguien tan sofisticada como tú. Hazme caso y pídele a tu madre ropa bonita y acorde a tu cuerpazo serrano”.
Antonio no podía imaginar la transformación que acababa de hacer con su vecinita del 5º, pero realmente le dio a Gema ese empujón para abrirle los ojos y aceptarse sí o sí. Al mismo tiempo, si ella antes quería a Antonio, como si fuese de su familia, ahora le amaba, por ser capaz de comprender el dilema en el que se encontraba y guiarla en la situación hacia una salida que no veía clara. Sus perversiones siempre giraban en torno a sus abrazos y sus besos, y al igual que sus progenitoras, sentía esa atracción por los hombres mayores de una manera irrefrenable. Cuando sintió su pene, aunque levemente entre tanta ropa, soñó despierta que la penetraba, quedando por unos instantes como paralizada en el ascensor, sintiendo un orgasmo cuando Antonio la abrazaba y le mordía en el cuello. Sentía que quería repetir y lo buscaría.
Tras la jornada laboral, Antonio acudió a casa de la abuela Esmi. Habían transcurrido 24 horas y habían sucedido muchas cosas. Tras su metedura de pata, esta vez desistió de conquistarla. Así que llamó al timbre y entró en la vivienda muy jovial. El tiempo no era demasiado cálido, así que el yeso no estaba seco. No podía terminar el trabajo. Entró en el salón y vio a Esmi preparando la mesa con platillos de aperitivos y cerveza para dos. Se había puesto un vestido muy bonito, con adornos de color rosa, que hacían mucho juego con su pelo rubio. Como no se podía seguir con el trabajo, ella lo invitó a sentarse y a relajarse. “Ayer estuve muy torpe Esmi, espero que me perdones”. “Vaya, dijo ella, precisamente me iba a disculpar yo, pues me enfadé sin motivo”. Cogieron las cervezas y brindaron.
La conversación esta vez fue un interrogatorio para Antonio. Ella le preguntó por qué estaba solo y unos cuantos por qués que nadie quiere soportar a menos que exista un interés “carnal”. Claro, a medida que le iban interrogando, Antonio vislumbraba la posibilidad de hacerle el amor a Esmi. La iba mirando con ojitos cada vez más cálidos. Poco a poco iba acercando la silla a la de ella, de tal manera que se tocaban ahora las piernas. “A mí la cerveza enseguida me hace efecto. Creo que ya estoy algo borrachina”, dijo ella muy divertida. “Pues entonces me acerco más a ti, no sea que te caigas, y así te puedo salvar”. Antonio de nuevo pecó de precipitado. Se acercó y la besó en la mejilla y, queriendo agarrarla por la cintura, calculó mal y le ciñó parte de la teta. Fue un gesto inocente pero ella se enfadó. “Perdona preciosa, no quería ir tan rápido, parezco un viejo chocho”. Bajó la mirada, pero ella no respondió como el día anterior. Ella tuvo también 24 horas de perversiones, y soñó que aquel joven y fuerte Antonio la hacía suya. Por eso, rectificó el gesto de huida y se acercó más a él, le puso la mano en el pecho y se lo acarició: “somos mayorcitos ya Antonio, sólo te pido que vayas despacio, que hace muchos años que no estoy con un hombre”.
La frase dio el pistoletazo de salida a la imaginación de Antonio. Por descontado quería una relación sexual lenta e intensa, como ella pedía, así que la levantó con ternura, la abrazó y agarró con firmeza por el culito mientras la besaba en los labios. Luego la guió al dormitorio, no sin antes detenerse en el baño para coger una maquinilla de afeitar. La acostó en la cama grande y le bajó las bragas. Fue un gesto de vivo, pues si iba demasiado despacio podía arrepentirse. Ella sólo hacía que decir: “¿Qué me vas a hacer Antonio?”, una y otra vez, en vista de que no se desnudaba. Le afeitó la vulva y los alrededores del ano, dejando la superficie suave y tierna como la de un bebé. Al hidratar la zona Esmi experimentó el primer orgasmo. Luego le aplicó un largo cunnilingus, le dio la vuelta y la penetró, primero por la vagina durante varios minutos, mientras hidrataba el ano con los dedos, y luego le entró por el ano, aunque solamente la mitad, pues ella se asustó y le pidió que no entrase más profundo. Cuando terminaron con las energías siguieron con un repertorio de besos y caricias que a ella le encantaron y se despidieron, volviendo Antonio a su casa pasadas las 23:00 de la noche. Ni siquiera pensaron en una cena. Ni siquiera se llamaron por teléfono, “mañana será otro día”.
En efecto, al día siguiente Antonio la llamó para decirle que el trabajo debía esperar unos días para que secara y pudiera terminarse con garantías. La invitó a la cena que les faltó la noche anterior. Pero Esmi se negó pues ya tenía compromisos con su nieto y con amigas. “Nos llamamos mañana ¿Vale Toñito?”, dijo ella muy entregada. “Me dejaste dolorida ayer, susurró muy picarona, con sesiones así mejor descansos larguitos, que no tenemos edad, pero no recuerdo haberlo pasado mejor ja ja ja”.
Ese día entonces se vislumbraba sin compromisos. Así que, tras su jornada de trabajo, compró chucherías dulces y saladas y se dispuso a ver una película de esas de tres horas de duración. Sobre las 20:30 sonó el timbre. No había transcurrido ni media hora de película. Puso modo pausa y abrió la puerta. Se trataba de Gema. Se había cortado su larga melena castaña, mostrando ahora una melenita hasta los hombros muy bonita, que le redondeaba el rostro, pintado con acierto, y vestía la gabardina del día anterior. “Mira, esta mañana fui a la peluquería y te he hecho caso y esta tarde he ido de compras”. Entró sin más en la casa y cerró la puerta tras ella. Antonio estaba estupefacto, pues nunca esa chica se había tomado tanta libertad, siempre fue más bien tímida. Caminó rápida y se libró de la gabardina, apareciendo bajo ella una falda corta y blusa blanca, y en las piernas lucía medias con zapatos de plataforma altos muy elegantes. Su perfume Dior inundaba todo el salón y sus labios rojos remarcaban cada palabra como si fuese otra persona.
“¿Qué te parece, estoy guapa?” “¿Guapa? Exclamó él alucinando, eres un pibón que ni en Hollywood Gema, estás rebuena”. Le pidió que se girara para verla desde todos los ángulos y cuando no miraba le levantó la falda para verle las bragas. Llevaba lencería bordada. “¿El sujetador hace juego con las braguitas?” Ella se desabrochó dos botones de la blusa y le enseñó el sujetador que, en efecto, iba a juego con las braguitas. Le ceñían las tetas de forma perfecta. Con la talla justa no parecían tan enormes. Gema notó el impulso de Antonio por tocarlas de nuevo, así que muy zorrita, se acercó a él y le dijo que las tocara. “Cuando se tiene razón se tiene, y tú me ayudaste con mis dudas existencialistas, qué menos que cederte algunos privilegios…” Antonio acarició el contorno de aquel tejido de seda fina y presionó levemente buscando los pezones. A ella le encantó: “¿Qué más te gustaría hacer?”
La frase le cayó a Antonio como un peso sobre la cabeza. Tenía delante una criatura perfecta de dieciocho años, que le enseñaba las tetas y que lo invitaba a llegar al climax con ella. No tenía más pensamientos que su figura y lo que podía guardar bajo su falda. No le importaba nada más en la vida que el presente. Intentó hablar pero no tenía saliva. La abrazó y alcanzó a decir: “besarte esas fresitas que tienes de labios”. En efecto tocó con sus labios los de ella, suavemente, y la atrajo sobre si por la cintura. Su culito era duro y suave, agarrándolo con firmeza sonó un quejido de placer de ella. Todavía los dos de pie, Antonio fue bajando sus labios hacia las tetas y con las manos le fue bajando las braguitas. Enseguida metió su cabeza bajo la falda y le lamió todo su sexo, milímetro a milímetro, notando con sus dedos que se humedecía la vagina. Tras unos largos minutos, cuando Antonio ya no soportaba los tirones de pelo de Gema, la guió hacia el sofá y le fue quitando la blusa y el sujetador. La falda la dejó puesta, le abrió las piernas y bajándose sus pantalones la penetró. Él notó que le costó mucho a partir de medio pene, como con el culito de su abuela, de modo que en dos días desvirgaba a una por la vagina y a la otra por el ano. Gema lo estaba pasando en grande, se hacía realidad su perversión con Antonio, con un hombre mayor, y siendo virgen, reconoció hasta dos tipos de orgasmos distintos, el primero mientras le comía el clítoris, y el otro mientras la penetraba.
Las perversiones en nuestra imaginación siempre salen bien, pero si las llevamos a la práctica no suelen desarrollarse y/o terminar como esperábamos. El enredo de esta historia parece digna del Siglo de Oro, si el Marqués de Sade hubiese nacido en dicho siglo, pero todavía resulta más sorprendente el desenlace si cabe. Dispuestos para un segundo asalto, esta vez sin penetración, para evitar el riesgo de embarazo, llamaron al timbre de la puerta. Antonio le dijo a Gema que no gritara ni hiciese ruido, y así estuvieron unos minutos, hasta que del otro lado de la puerta la voz de Perla se dejó sentir poderosa: “¡Abre Antonio, que sé que estáis ahí los dos!”
El teléfono de los dos amantes sonaron también, uno después del otro, y fue cuando Antonio se percató de la movida. Resulta que Gema estuvo retrasmitiendo con el móvil gran parte de sus “desfiles” con la ropa recién comprada, y en la que la lencería también la mostraba a un Antonio más que reconocible. Dichosas redes sociales y las modas. Se vistieron ambos y abrieron la puerta. Perla venía acompañada por su madre, de manera que Antonio reunió en un mismo lugar a las amantes de sus dos días locos, y que eran hija, madre y abuela, todo un récord.
Quitado el primer tortazo de la madre a su hija, y de la tormenta con calma de las palabras de la abuela, se encontraban los cuatro sentados y en silencio, mirando el fotograma pausado de la película que estaba siguiendo Antonio cuando empezó el festival. De nuevo asomaron las perversiones en un ambiente de tensión. Él vivió en su imaginación un terremoto sexual con las tres mujeres a la vez. Era como rememorar los tiempos más primitivos, cuando la supervivencia de la especie dependía de situaciones extremas. Antonio había follado con las tres, las tres lo sabían, las tres habían disfrutado. ¿Por qué no probar otras sensaciones pero todos juntos? Antonio tenía más cerca a Perla, que era la más enfadada, y le acarició el muslo para tranquilizarla y, también, para calentarla, todo hay que decirlo. Perla lo miró y se carcajeó: “tú estás loco, de ninguna manera vamos a follar las tres contigo a la vez”. Claro, era una situación que ya los cuatro habían imaginado y a los cuatro les había gustado el morbo, de manera que Antonio improvisó algunos juguetes sexuales, como velas y aceite corporal, se metieron en el dormitorio grande y probaron una relación sexual que pocas veces se puede imaginar que se realice, y es que materializar las perversiones puede desencadenar resultados insospechados, negativos y/o positivos.